Claudio Scaletta: «Si no se transforma la estructura productiva, el crecimiento se frena»

A catorce años de una de las crisis más agudas de su historia, Argentina llega al 2015 con un importante crecimiento acumulado. Los gobiernos kirchneristas realizaron las transformaciones que permitieron la expansión del producto al mismo tiempo que se mejoró la distribución del ingreso, pero durante el último lustro la economía se frenó. La causa principal fue que a pesar del crecimiento no se avanzó en la transformación de la estructura productiva, lo que llevó a la reaparición de la restricción externa, la escasez relativa de los dólares necesarios para seguir financiando la expansión. Las próximas elecciones presidenciales vuelven a poner sobre la mesa las discusiones de fondo sobre el modelo económico y social de los próximos años. ABC en Línea entrevistó al economista Claudio Scaletta, uno de los intérpretes más claros y lúcidos de la macroeconomía local, para pensar la economía que se va y comenzar a debatir la que viene. A continuación, la primera parte de dicho reportaje. El próximo domingo aparecerá la segunda.

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ABC en Línea (ABC): ¿Qué balance general hace en materia económica sobre los 12 años de gobiernos kirchneristas?

Claudio Scaletta: Un largo período de crecimiento con inclusión, desde 2003 a 2008 por lo menos, luego un freno por la crisis internacional y vuelta a la recuperación del crecimiento hasta 2011, y los últimos 4 años de freno relativo provocado fundamentalmente por la reaparición de la restricción externa o escasez relativa de dólares. El hilo conductor fue, la mayor parte del tiempo, el énfasis en sostener la demanda agregada, lo que es lo mismo que decir el ingreso de los trabajadores y el consumo, es decir el bienestar de la mayorías. Cualquier balance debe incorporar el punto de partida, porque todo esto se logró en paralelo a un profundo proceso de desendeudamiento que dejó a la deuda pública en divisas por debajo del 10 por ciento del PIB, un gran activo para los herederos. La gran batalla cultural fue terminar con las políticas ofertistas y la teoría del derrame, el ajuste sacrificial del salario en función de las promesas de inversión, con el paraíso siempre en el futuro, y pasar a las del crecimiento sostenido por la demanda. Todo esto se dice fácil, pero supuso un fuerte enfrentamiento con muchos sectores del poder económico local y global. Esto es lo que más o menos sabemos todos, luego existió un factor, que no suele ser muy tratado, que es el rol del Estado y que me gustaría destacar porque es muy importante mirando hacia el futuro. El kirchnerismo no creyó en el Estado desde el minuto cero. Se me ocurren varias razones, primero porque en 2003 estaba destruido como aparato, pero además porque todavía era fuerte la herencia que no comulgaba con la intervención directa en sectores clave de la economía. Por eso, al margen de la necesidad de acumulación política previa que demandan algunas transformaciones, no hubo voluntad de recuperar el sistema previsional desde el primer día y en materia de infraestructura y transporte, por ejemplo, la mecánica fue durante demasiados años la renovación de concesiones. La intervención directa, como en ferrocarriles y energía, fue hija de la necesidad. Esto es clave porque la diferencia entre crecimiento y desarrollo es la transformación de la estructura productiva. Cuando el Estado retoma, vía la participación accionaria en YPF, el control del sector energético comienza en forma embrionaria un verdadero proceso de desarrollo, porque se aumentan las inversiones sectoriales y la producción y se sustituyen importaciones. También sirven como ejemplo los casos de Aerolíneas Argentinas y los ferrocarriles, mientras se insistió con la gestión privada la cosa no funcionó. Piensen también todo lo que se pudo hacer a partir de la recuperación del sistema previsional, desde el financiamiento de centrales nucleares a la AUH, el ProCrear y la mayor inclusión en el sistema, lo que al mismo tiempo también fue volcar más recursos a la demanda.

La gran batalla cultural fue terminar con las políticas ofertistas y la teoría del derrame, el ajuste sacrificial del salario en función de las promesas de inversión, con el paraíso siempre en el futuro, y pasar a las del crecimiento sostenido por la demanda

ABC: ¿Cuáles piensa usted que son los puntos que requieren una pronta intervención en la economía argentina?

Claudio Scaletta: Creo que la sola idea de “puntos” es complicada. Para que se tomen determinadas medidas el poder económico tiene primero que ponerlas en la agenda pública. Los tiempos electorales son el momento en que esto es más evidente. Así, por ejemplo, nos dicen que el problema es el déficit fiscal, las tarifas, la inflación, el arreglo con los buitres, el mal llamado cepo, pero en la realidad ninguno de esos puntos es una causa de nada, son todos efectos. Confundir causa y efecto es un problema grave para el analista de cualquier cosa, pero imagínense en economía donde la mala praxis se traduce en el malestar de millones de personas. Tomemos el ejemplo del déficit fiscal que es, en la superficie, “el punto” que más obsesiona a los economistas ortodoxos. Miremos por un momento Brasil, ya que el único laboratorio que tenemos en economía no son las ecuaciones y los modelos, que son más que nada para proyectar y jugar, sino la realidad. Allí el PT, después de ganar las elecciones inició un proceso de ajuste del gasto con el argumento de la existencia de déficit. Acotemos que al ajustar el gasto lo primero que cae es la inversión pública, que es crecimiento futuro, ya que los gastos corrientes suelen ser bastante inelásticos. El resultado fue el de manual: la economía se contrajo y ahora el déficit es todavía mayor. ¿Qué nos dice esto? Que la única manera de reducir un déficit es mediante el crecimiento, no con la reducción del gasto. Esto no quiere decir que no importa gastar cualquier cosa en cualquier momento sin ton ni son, de lo que se trata es de entender cómo funcionan los procesos económicos, de razonar como economistas, no como contadores, dicho con todo respeto hacia los colegas, pero la economía de un país no es como la de una empresa o, como suele argumentarse, como la de una familia. Si quiero reducir el gasto primero tengo que crecer, al revés no funciona en ningún lado. Traslademos ahora esto a la Argentina, donde muchos economistas tienen a la reducción del gasto como tic nervioso. ¿Qué hubiese pasado si en un contexto de contracción internacional, con caída de precios, el gobierno hubiese empezado a gastar menos a partir de 2011? Hoy tendríamos recesión y, en consecuencia, a pesar del sufrimiento innecesario, todavía más déficit. No es que los ortodoxos sean todos brutos y desconozcan estas relaciones, pasa que en realidad quieren otra cosa: bajar salarios y disciplinar a la mano de obra, un proceso que fue estudiado en la década del 50 del siglo pasado por el gran economista polaco Michal Kalecki. Lo mismo podemos decir de la inflación, que hasta 2012-13 fue fundamentalmente por puja distributiva y después fundamentalmente cambiaria. Para no irme por las ramas, los problemas no son puntos a abordar, sino procesos económicos, ir de las causas a los efectos y no al revés. Y la “gran causa” en nuestra economía no nos demanda descubrir la pólvora o tener una capacidad analítica especial. Basta con leer, porque es algo que los macroeconomistas argentinos ya estudiaron desde la década del ’60 del siglo pasado: la restricción externa. Este es el tamiz por el que debe pasar cualquier medida económica puntual, lo que permite o no la expansión del mercado interno y los salarios.

Los problemas no son puntos a abordar, sino procesos económicos, ir de las causas a los efectos y no al revés. Y la “gran causa” en nuestra economía no nos demanda descubrir la pólvora o tener una capacidad analítica especial. Basta con leer, porque es algo que los macroeconomistas argentinos ya estudiaron desde la década del ’60 del siglo pasado: la restricción externa

ABC: ¿Qué desafíos de fondo tiene el próximo gobierno en materia económica?

Claudio Scaletta: El principal desafío es poner en marcha un proceso de desarrollo estructural que permita superar la restricción externa en el mediano plazo, lo que quiere decir que en el corto plazo se necesitará algo de financiamiento externo. Esta es otra de esas cosas que son bastante obvias y fáciles de decir, pero tremendamente complejas a la hora de ejecutar. Pero por qué nos vamos a inhibir nosotros de decir cosas fáciles si los ortodoxos nos cuentan todo el tiempo el cuentito de que tenemos que bajar el gasto, luego la emisión, con eso la inflación y entonces llega la confianza de los mercados y adviene el mundo feliz. Necesitamos profundizar un proceso que sustituya importaciones, que agregue valor local a las exportaciones, aleje la restricción externa y, con los dólares en el bolsillo, posibilite la continuidad de la expansión del mercado interno. La tarea supone inevitablemente un plan de desarrollo explícito, con definiciones sectoriales, mirando la matriz insumo producto para reforzar los eslabonamientos y gastar los dólares en el lugar preciso, una banca de desarrollo, inversión en infraestructura, elegir sectores y actores, un conjunto de acciones que sólo pueden llevarse adelante si al mismo tiempo se mantiene lo que se llama “una macroeconomía para el desarrollo”, lo que no es otra cosa que sostener la demanda.

Necesitamos profundizar un proceso que sustituya importaciones, que agregue valor local a las exportaciones, aleje la restricción externa y, con los dólares en el bolsillo, posibilite la continuidad de la expansión del mercado interno

ABC: ¿Qué evaluación hace de la política de desarrollo industrial aplicada durante los últimos doce años?

Claudio Scaletta: No soy un especialista en industria. En general estoy mirando la macroeconomía y lo industrial salta cuando es un problema, por ejemplo, cuando genera déficit de divisas. Igual hay dos cosas para decir, la primera puede sonar un poco fuerte. No estoy muy seguro que haya existido algo así como “una política de desarrollo industrial”. Sí existió una vocación industrialista que se expresó fundamentalmente en la política comercial y arancelaria, en la protección del mercado interno, que no es poco pensando que veníamos de un cuarto de siglo de ortodoxia, pero no hubo mucho más salvo esfuerzos aislados. Se me ocurren algunos, como la recuperación de astilleros o la fábrica de aviones de Córdoba, también los millones que insume el régimen fueguino, que es preexistente, pero no veo que haya existido una política integral, que dicho sea de paso es una de las condiciones para el desarrollo. Digo, creció la fabricación de autos, la metalmecánica, los plásticos, la maquinaria agrícola, pero no por una política específicamente industrial, sino porque creció la economía, en parte gracias a la protección y los aranceles, pero no hubo cambio estructural, seguimos exportando e importando más o menos los mismos productos que hace una década. Aquí el dato a tener en cuenta es que cuando el PIB crece un punto, las importaciones industriales crecen 2,5 puntos. La segunda cuestión que quiero destacar es que la industria no debería pensarse como un fin en sí mismo, sino como un medio. El fin es que crezca el salario y la inclusión y para ello necesitamos una industria que sustituya y exporte porque si no lo hace aparece la escasez de dólares y no podemos seguir expandiendo el mercado interno.

No estoy muy seguro que haya existido algo así como “una política de desarrollo industrial”. Sí existió una vocación industrialista que se expresó fundamentalmente en la política comercial y arancelaria, en la protección del mercado interno, que no es poco pensando que veníamos de un cuarto de siglo de ortodoxia, pero no hubo mucho más salvo esfuerzos aislados

ABC: ¿Pero cuáles son los casos más importantes a destacar positiva y negativamente, y cuáles los principales errores cometidos?

Claudio Scaletta: Lo positivo, insisto, más que los casos puntuales, fue tener una macroeconomía para el desarrollo, sostener en todo momento la demanda agregada y proteger el mercado interno y la producción nacional. A lo mejor a quien no está pensando los temas económicos cotidianamente esto le parece una vaguedad, algo que no tiene que ver directamente con la industria, pero es absolutamente clave. Durante décadas la ortodoxia y los medios de comunicación bombardearon a la población con la idea de que las empresas invierten si se generan las condiciones para la inversión, algo con lo que es imposible no estar de acuerdo en general, pero para el mainstream esas condiciones son todas “por el lado de la oferta”, bajos impuestos, flexibilidad laboral, apertura económica, políticas pro mercado. Sin embargo, los empresarios invierten cuando tienen la certeza de que se venderá lo que se va a producir, y eso ocurre primero cuando se tiene un mercado interno fuerte. Ahora, si hay que buscar ejemplos negativos concretos hay pocas dudas de que a la cabeza de la lista se encuentra el régimen fueguino. ¿Por qué? La promoción industrial es una política que en términos neoclásicos supone un montón de “distorsiones”, se hacen transferencias a sectores particulares, se alteran precios relativos, es casi inevitable alguna discrecionalidad, todo lo que los manuales de macroeconomía con los que estudiábamos en los ’90 enseñaban como malo. Por lo tanto hacer malas políticas heterodoxas es darle pasto a las fieras, a los enemigos de la promoción. En la vereda de enfrente aparece una idea generalizada que afirma que todo vale cuando se hace política industrial, que ninguna “distorsión” importa porque se trata de un objetivo superior. Yo también lo creo, pero agregaría que si desde el Estado voy a beneficiar a algún sector, tengo que preguntarme también a cambio de qué y durante cuánto tiempo. En Tierra del Fuego el costo anual por cada trabajador empleado será en 2015 de dos millones de pesos. Y el régimen viene desde los ’70. A eso hay que sumarle que nunca será competitivo frente a las empresas globales gigantescas que hoy lideran el mercado mundial de la electrónica de consumo, que importar las piezas que se ensamblan es más caro que hacerlo con el producto terminado, porque las empresas globales no tienen interés en que se ensamble en otras partes. Y por último, lo más importante, es que si desaparecieran las subvenciones, las transferencias, la protección de mercado y los impuestos especiales, desaparecería también la producción fueguina. Si es sólo como política regional es carísima, ineficiente e insustentable. Hay que hacer política industrial y regional, pero con otros criterios. Quiero decir, si después de 40 años de promoción sólo tenemos ensambladoras hay algo que no funciona y debe reformularse.

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Martín Schuster y Matías Mangalo

Martín Schuster: Estudiante de Sociología (UBA) // Twitter: @MartinSchus Matías Mangalo: Estudiante de Economía (UBA) // Twitter: @mmangalo