Daniel Scioli, traumatólogo

Llega a su fin la campaña presidencial más anodina desde la vuelta a la democracia, tal vez con la excepción de 2007, donde “se hizo la plancha”. ¿Se debe a que los argentinos por fin vivimos un cambio de gobierno sin una crisis terminal que brinde intensidad social a las opciones políticas? Todas son medianamente similares en su formato al ofrecer candidatos moderados, lo cual no es casualidad: la pérdida de impulso del ciclo reformista en Sudamérica, sumado a la caída en el precio de los commodities y la crisis internacional, imponen un giro conservador. Giro que no necesariamente significa “a la derecha”, sino bajar la intensidad de las disputas: los actores sociales están fatigados. Los ciudadanos desean fundamentalmente conservar y ampliar, en la medida de lo posible y en un contexto menos favorable, los derechos adquiridos en la última década. El Frente para la Victoria, al lograr ofrecer una opción moderada de su espacio, logra sintonizar mejor con esa proporción entre continuidad y cambio que el electorado busca. Daniel Scioli con su programa desarrollista con buenos modales está más cerca de ganar en primera vuelta que su competencia -ya sea el espacio no peronista con eje en la pampa húmeda liderado por Macri o el “ex kirchnerismo económico con peronismo antikirchnerista” que lidera Sergio Massa- de entrar al balotaje. Tomando como sumamente probable el triunfo de Scioli en primera vuelta, sin sobrarle nada, la pregunta de rigor es: ¿Cómo será su convivencia con el “cristinismo puro”?

Se repite a los cuatro puntos cardinales que Scioli será presidente, pero la conductora del movimiento seguirá siendo Cristina. La presidenta -al elegir a Scioli por sobre Randazzo como su candidato, apostando a caballo ganador- diseñó un “cerrojo institucional” mediante la formación de un futuro bloque de diputados incondicional a su figura, la digitación de la fórmula para gobernador de la provincia de Buenos Aires y por último, al colocar como vicepresidente a su hombre de mayor confianza. Sin embargo las dos últimas piezas de este cerrojo son dudosas: Aníbal Fernández, a la hora de la verdad de la estrechez presupuestaria -estructural en “La Provincia” por la injusta coparticipación federal- se revelará como el peronista pragmático que es. Por otro lado, un vicepresidente nunca deja de ser el premio consuelo de la facción minoritaria en el poder, como lo fueran los vicepresidentes bonaerenses que colocaba el PAN de Roca cumpliendo una función simbólica. Solo un delirante podría especular con un movimiento palaciego que hiciera asumir a Zannini. Destino: “tocar la campanita”.

Daniel Scioli necesitará ganar en autonomía para gobernar. Comenzó a dar muestras en ese sentido con los nombres de su futuro gabinete. El sillón de Rivadavia, junto a la lapicera y el presupuesto que vienen con él, le permitirá seducir gobernadores -y a los senadores que responden a ellos- con obra pública. Será en la Cámara de Diputados, donde ningún partido tendrá mayoría propia y se verá el grado de cooperación del bloque kirchnerista -y específicamente del interbloque camporista (aproximadamente 80 y 25 respectivamente)- con el ejecutivo.

Será la estrategia a seguir en el espinoso tema de los fondos buitres una de las primeras pruebas de fuego, que a pesar de los voceros del ala liberal del PJ como Urtubey, no deja de contar con una referencia ineludible de la política argentina: la postura contraria a la voracidad del capitalismo financiero del Papa Francisco.

El discurso y programa de Daniel Scioli, de gran contenido doctrinario justicialista, augura una transición no traumática. La opción en política internacional de profundizar la integración regional sudamericana y la relación con los BRICS por sobre el eje Estados Unidos-Europa es una muestra de ello. En el plano económico, la búsqueda de inversiones para clausurar el déficit energético y el imprescindible financiamiento internacional para invertir en la infraestructura necesaria que permita ganar en competitividad. Una moderada devaluación que reimpulse las economías regionales, sin descuidar el salario real mediante instrumentos como las paritarias, AUH y todo el tinglado social construido en esta década, que con una paulatina reasignación y disminución de subsidios a sectores que no los requieren, clasista y federalmente hablando, permita reasignar recursos. La agenda del desarrollo tendrá puntos en común con el proyecto -jamás definido en clave programática sino de un rumbo que plantea reformas a medida que va tocando fondos- en la búsqueda de la famosa sintonía fina. ¿Quién definirá el límite de los términos? La opinión pública.

La madurez histórica tanto de Cristina Fernández como de Daniel Scioli -que toman decisiones racionales con arreglo a fines (contemplando las consecuencias) y no con arreglo a valores (preservando la pureza de conciencia) como diría Weber- garantiza la paz en el movimiento hasta la próxima instancia de cristalización de las relaciones de fuerza, que serán las elecciones de 2017

Cuenta Daniel Arzadun en su imprescindible estudio sobre la transición del PJ del duhaldismo al kirchnerismo (El peronismo: Kirchner y la conquista del reino, Editorial Sudamericana, serie COPPAL, 2008) que la forma de construir poder de Néstor Kirchner para ganar espacios de autonomía frente al peronismo dominado por Duhalde fue con crecimiento económico, alta imagen positiva en la opinión pública y transversalidad como ariete para encuadrar y luego poder conducir al PJ. Pues bien, imaginemos el escenario inverso: Daniel Scioli necesitará de éxitos económicos- un conductor es un constructor de éxitos decía Perón- y algunos aciertos políticos que lo blinden con una alta imagen positiva frente a la sociedad, para iniciar ese movimiento hacia el peronismo territorial y sindical que le otorgue autonomía. También habrá que prestar atención al grado de acuerdos inter partidarios que se pudieran lograr con sectores del radicalismo, el macrismo y el massismo en el Congreso, clásica forma de buscar fuerza por afuera para “tensar la cuerda” hacia adentro del propio espacio. Hay decisiones clave de gestión que no pueden tomarse sin el acuerdo del poder legislativo, como la designación de jueces federales, embajadores o el ascenso de militares, por ejemplo. ¿Qué pasará cuando Daniel Scioli quiera completar las vacantes de la disminuida Corte Suprema? ¿A quién pondrá, con pliego y mandato refrendado, al frente del Banco Central? Es claro que Scioli se recostará hacia dentro del peronismo en los gobernadores y tal vez intente unir a la CGT –lo cual sería altamente positivo-. Será en detrimento de sectores kirchneristas no peronistas como Carta Abierta -seguramente Foster deberá abandonar la Secretaria de Pensamiento Nacional-, o 678 (con pase arreglado a C5N en un insólito movimiento donde el mercado absorbe al estado). ¿Qué pasará cuando los gobernadores le pidan a Scioli la cabeza de los funcionarios camporistas que administran los entes nacionales en sus provincias para poner gente propia? ¿Dónde trazará la línea Máximo?

En relación al peronismo y la juventud será necesario prestar atención a figuras del perfil de Diego Bossio y cuánta potencia se le quiera dar a herramientas “del partido” como el Instituto de formación Gestar.

Cristina deberá seguir la actitud de Lula frente a Dilma –de prescindencia en los primeros años-, dejar ser sino quiere aparecer frente a la sociedad como obstaculizando la gestión. Ese escenario solo puede perjudicar su imagen, sin beneficiar necesariamente la de Scioli en el largo plazo, si es que lo muestra impotente (acuerdos inter partidarios serían su salida de ese callejón). Sin embargo el peronismo no se suicida en el poder y sabe administrar sus tensiones internas. La presidenta probablemente tenga por delante un rol internacional que cumplir.

La madurez histórica tanto de Cristina Fernández como de Daniel Scioli –que toman decisiones racionales con arreglo a fines (contemplando las consecuencias) y no con arreglo a valores (preservando la pureza de conciencia) como diría Weber- garantiza la paz en el movimiento hasta la próxima instancia de cristalización de las relaciones de fuerza, que serán las elecciones de 2017. Recién entonces es cuando podría darse un enfrentamiento por el control del peronismo bonaerense en la forma de una Cristina candidata por la senaduría bonaerense enfrentando a Karina –las reinas siempre juegan en el ajedrez-. Es allí que se verá quién gana-conduce y quién acompaña.

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Santiago Costa

Licenciado en Ciencia Política (UBA). Periodista // Twitter: @san2011costa