De convenciones y candeleros

 

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Leandro Greca ha escrito numerosos artículos sobre coyuntura, arte-política y pasado reciente. Obtuvo la primera mención en el «Concurso de Ensayos Homenaje a Nicolás Casullo» organizado por la Editorial Colihue.

En un hotel céntrico, a mediados de 2014, dos viejos operadores de la política –peronista y radical respectivamente– se juntan a conversar con cualquier excusa. Son amigos y el diálogo fluye hasta que finalmente desemboca en una revelación.

– ¿Y ustedes qué van a hacer?
– Vamos con el PRO. Ya está casi todo cerrado.
– ¡¿Y Ricardito?! ¡¿Y Cobos?!
– Con la estructura, los pasamos como alambre caído. El partido tiene que sobrevivir.

Primero, una advertencia. Las líneas que siguen a continuación no pretenden arrogarse ninguna autoridad, ninguna erudición, sobre la interpretación de la historia radical reciente. Con perdón del neologismo, no es nuestra intención hacer radicología. Por el contrario, nuestro registro transitará intuitiva y precariamente los antecedentes, las secuelas y los imaginarios sobre los cuales –entendemos- se recostaron la convención que tuvo lugar en Gualeguaychú y sus posibles lecturas.

Por aquí, nos gustaría comenzar y sin más preámbulos, permitámonos una serie de interrogantes: ¿Cuál es el sentido profundo del acuerdo que permitirá a la UCR competir con el PRO en las PASO y formar una alternativa electoral antikirchnerista (o no peronista siendo más benévolos)? ¿Acaso estamos asistiendo a un hecho excepcional, a una traición a las banderas históricas del partido centenario como sugieren frondosos análisis no exentos de condenar una conducta que debiera despertar estupor en la afiliación radical? ¿O, por el contrario, estamos en presencia de un capítulo que hunde sus raíces en una matriz longeva cuya semblanza, quizás, podamos vislumbrar?

Repasemos lo más reciente. Luego de la implosión de UNEN -una ingeniería electoral de cuño centro-progresista con eje básicamente en CABA- la dirigencia nacional de la UCR buscó afanosamente contener la estampida inorgánica de su territorio, de sus jefes y ediles comunales en dirección a Massa y a Macri. La convención de Gualeguaychú, de algún modo, representa un torniquete contra esa fuga amén de entender que la hoja de ruta estaba prescripta a priori. Los que con indulgencia saludaron y hasta felicitaron la democracia interna del partido centenario, su propensión hacia el debate y la síntesis eluden, con prestancia, una realidad incontrastable. No existieron definiciones programáticas y la deliberación giró alrededor de dos y sólo dos alternativas. O un acuerdo con el PRO y la Coalición Cívica o la posibilidad de una gran PASO sin más fronteras que el kirchnerismo y sus aliados.

Unos y otros tenían argumentos para desconfiar sobre las propuestas en pugna. Las crónicas in situ hablan de contrapuntos acalorados e incluso de incidentes menores. Estaban los que, en franca minoría, denunciaban la pretensión de subordinar la UCR al PRO y, por consiguiente, la incertidumbre en torno a las estructuras partidarias. La posición mayoritaria sugería lo contrario, que todo era beneficioso para el radicalismo; desde la garantía sobre las posiciones conquistadas hasta la influencia en un eventual gabinete y en el rumbo de gobierno en caso que la flamante alianza se haga del poder.

Cualquier organización que se precie de tal posee, naturalmente, un interés en retener y acrecentar sus dominios. La teoría política moderna, desde Maquiavelo en adelante, nos ha enseñado que no es posible pensar la política disociada de la búsqueda, la consolidación y el acrecentamiento del poder. La política puede ser, como se decía en la Antigüedad, orientación al bien común en tanto admitamos esa irresistible y decisiva inclinación de los hombres hacia el poder. No tendría que espantar a nadie esta lección histórica –de hecho no pasa- como tampoco los pormenores de las negociaciones políticas.

Ahora bien, procuremos responder a lo deslizado anteriormente contrastando la saga radical con éstas y otras insinuaciones lindantes con lo teórico.

Sabemos que en política no todo es prudencia y cálculo como tampoco causas y secuencias lineales. Lo conservador se define por el repliegue sobre terreno firme en contraposición a la audacia en los momentos aciagos o cuando las circunstancias demandan algo más que la reproducción de lo establecido.

Ernesto Sanz
Ernesto Sanz

Resulta productivo rememorar, ahora sí, más que la performances, las arquitecturas electorales que el radicalismo prohijó últimamente. Luego de crisis de 2001, la UCR fue con nomenclatura y candidato propios a los comicios de 2003 cosechando, como era previsible, un porcentaje que lejos estuvo de superar el dígito. En 2007, postuló a Roberto Lavagna, -peronista y ministro saliente del gobierno de Néstor Kirchner– a la Presidencia con una cosecha relativamente exitosa ubicándose en tercer lugar. En 2011, el acuerdo en la Provincia de Buenos Aires con De Narváez se demostró infructuoso siquiera para contener el huracán de votos kirchneristas relegando, nuevamente, a la UCR al peldaño más bajo del podio. En las dos últimas elecciones de medio término –2009 y 2013– el radicalismo apuntaló acuerdos electorales con fuerzas, llamémosles, afines recogiendo un número considerable de bancas que mantuvieron a la UCR en el candelero opositor.

Sustraigamos, por un momento, del análisis las experiencias del 2009 y el 2013, para concentrarnos en los procesos que algunos propios y muchos extraños no dudaron en tildar como contra natura. Lo que han motivado estos acuerdos, a nuestro juicio, ha sido este afán de mantenerse, esta supervivencia organizativa (Murillo, 1997) de la que venimos hablando. Un objetivo, desde luego, legítimo pero con comprobadas deficiencias para reunir mayorías sociales que garanticen el primer puesto. Y si profundizamos el análisis, estamos hablando de una conducta renuente a interpelar a la ciudadanía por la positiva.

La dirigencia nacional de la UCR ha priorizado la dimensión agonal de la política por sobre la arquitectónica. Sin ánimo de condena, entendemos que la oposición por la oposición misma ha alcanzado tanto a sus alquimias electorales como a su agenda de cara a la sociedad sin siquiera poder desmentirla con sus zigzagueos parlamentarios. Zigzagueos reñidos con las -¿inefables e indescriptibles?- “banderas históricas del partido centenario”. Zigzagueos parlamentarios que han encontrado a la UCR mayoritariamente más acá del PRO (AFJP, Aerolíneas, Ley de Medios) que más allá (YPF).

Convención UCR en Gualeguaychú
Convención UCR en Gualeguaychú

Oposición por la oposición misma y supervivencia organizativa, sin más, son algunas de las claves para leer en el despliegue radical contemporáneo. Aunque también ha prevalecido un solo elemento de este par en los gobernadores e intendentes radicales que se vieron atraídos de formar parte de la Concertación que llevó al poder a Cristina Kirchner en 2007. Experiencia infructuosa saldada con el voto no positivo de Cobos cuando se debatía la suerte de la Resolución 125 y de la que sólo quedan en pie un puñado de dirigentes y la coalición de gobierno en Santiago del Estero.

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«El Pacto de Olivos no fue únicamente la posibilidad de la reforma constitucional en lo que respecta a la reelección del mandato presidencial. Al acordar con Menem, Alfonsín garantizó para su partido la posibilidad de una banca por la minoría en el Senado, participación en el Consejo de la Magistratura, la Auditoría General de la Nación, la elección del Jefe de Gobierno de la CABA junto a otras aquiescencias que revistieron políticamente lo que necesitaba el radicalismo para continuar en el candelero».

Esta prevalencia también la podemos extender a la figura de Raúl Alfonsín. El Pacto de Olivos no fue únicamente la posibilidad de la reforma constitucional en lo que respecta a la reelección del mandato presidencial. Al acordar con Menem, Alfonsín garantizó para su partido la posibilidad de una banca por la minoría en el Senado, participación en el Consejo de la Magistratura, la Auditoría General de la Nación, la elección del Jefe de Gobierno de la CABA junto a otras aquiescencias que revistieron políticamente lo que necesitaba el radicalismo para continuar en el candelero. El viejo caudillo radical venerado por propios y ajenos, una vez evaporada la espectral silueta del tercer movimiento histórico, procuró defender los porotos de la UCR imponiéndose la idea de un “partido de cargos” frente al “partido de cuadros” y al “partido de masas”.

Alfonsín y Menem en la residencia de Olivos
Alfonsín y Menem en la residencia de Olivos

No se puede, no queremos, ignorar la relevancia de un partido como el radicalismo en la vida democrática y, más aún, en un país como el nuestro que reconoce, constitucionalmente, a los partidos políticos como los actores centrales del sistema representativo. No se puede ignorar, tampoco, sus liderazgos, su inscripción histórica, el horizonte político que significó para los sectores medios y demás aspectos cuyo análisis aquí sería excesivo. Pero estos reconocimientos, no pueden eximir a un análisis crítico, a una mirada que tenga a bien contrastar las fuerzas en pugna en una coyuntura que tiene en 2015 como novedad la clausura del ciclo histórico kirchnerista tal como lo hemos conocido desde 2003 a la fecha; es decir, con Néstor o Cristina Kirchner en la jefatura de Estado.

Frente a las interpretaciones que (in)equívocamente ponderan el procedimentalismo y la vida institucional de la UCR, polemizamos y sumamos nuestra reflexión en torno a la encrucijada de hierro -la aporía- que se le presenta a la base radical. Frente a quienes ven traición y un golpe de timón de parte de la dirigencia nacional, sumamos nuestra interpretación en torno a la supervivencia organizativa, legítima por cierto, que el radicalismo viene ejercitando desde hace tiempo relegando otras definiciones de largo aliento y sustrayéndose de la aventura hegemónica, de la dirección moral e intelectual de la sociedad.

En lingüística, las convenciones son normas arbitrarias que no guardan ninguna relación con lo que representan (“no hay nada en la palabra gato que represente al objeto gato”). En política, las convenciones no pueden tomarse semejante licencia. Sólo el tiempo, el discurrir de los acontecimientos, demostrará qué tan arbitraria o, como mucho, prudente ha sido la dirigencia radical con respecto a su base y a su electorado.

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Leandro Greca

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