El MERCOSUR ante la democracia de América

Confirmada por la Cámara de Diputados la apertura del proceso de impeachment contra Dilma Rousseff y de acuerdo con los pronósticos sobre el voto de los senadores, todo pareciera indicar que la presidenta de Brasil será destituida de su cargo. Se supone que deberá ser juzgada pero los diputados dejaron en claro su veredicto aún antes de iniciarse investigación alguna. En conferencia de prensa Dilma acusó a la oposición de estar haciendo un golpe de estado.

En medio de escándalos de corrupción que involucran a cientos de políticos nacionales, Dilma es acusada de haber maquillado las cuentas públicas. Los diputados que antes de ayer debían argumentar por qué eso constituía un “crimen de responsabilidad” de acuerdo con los términos de Ley Nº 1079/50 (que reglamenta contenido y forma del proceso de separación del cargo), se limitaron a dedicar sus votos: a sus madres, esposas e hijas; a sus padres, abuelos y tíos que fueron diputados, senadores o embajadores; a Dios y a la familia; a Carlos Alberto Brilhante Ustra (torturador y jefe del DOI-CODI do II Exército) y a la dictadura militar de 1964.

Probablemente, en crisis como esta piensa Raúl Zaffaroni cada vez que defiende la idea de un sistema parlamentario. Si ese fuera el caso, se disuelve el Congreso y se convoca a elecciones; los representantes recientemente electos refrendan en su cargo al primer ministro o bien eligen otro, que dé cuenta del nuevo equilibrio de fuerzas y chau problema: gobierno y parlamento alineados otra vez. ¿Chau problema? Quién sabe.

En crisis como esta piensa Raúl Zaffaroni cada vez que defiende la idea de un sistema parlamentario. Se disuelve el Congreso y se convoca a elecciones; los representantes recientemente electos refrendan en su cargo al primer ministro o bien eligen otro, que dé cuenta del nuevo equilibrio de fuerzas y chau problema: gobierno y parlamento alineados otra vez. ¿Chau problema? Quién sabe

Las democracias sudamericanas tienen sistemas presidencialistas: quien ejerce el Poder Ejecutivo es elegido para ocupar su cargo durante un período predeterminado. Si en el medio pierde el apoyo del Congreso o una crisis se torna inmanejable, cada actor verá con qué cartas juega. En 2001 De la Rúa renunció; en 2008 Cristina Fernández de Kirchner logró sobrevivir. Lo cierto es que durante los últimos quince años la clave sudamericana para sortear escenarios de gran conflictividad pareció estar en la disposición permanente de los mandatarios de la región para brindarse apoyo.

En 2008, ante la escalada de violencia protagonizada por los prefectos separatistas de la Media Luna boliviana, los presidentes de la UNASUR se reunieron en Chile y emitieron una rápida declaración. El mismo año, luego del conflicto con las entidades agropecuarias, Lula viajó a Argentina con una comitiva de 300 empresarios dispuestos a invertir en el país. En 2010, frente al intento de golpe de estado en Ecuador, los cancilleres de la UNASUR viajaron a Quito de urgencia. En 2012, ante la destitución de Lugo, los presidentes del MERCOSUR suspendieron a Paraguay. En 2013, tras los disturbios generados en Venezuela luego de la elección de Nicolás Maduro, la UNASUR auditó los resultados y lo reconoció como presidente electo.

Ayer, siendo que los principales diarios del mundo dieron cuenta de lo forzado de las maniobras destituyentes en Brasil, sólo se pronunciaron Nicolás Maduro y Evo Morales, por Twitter. Entrada la tarde, la OEA y UNASUR emitieron comunicados señalando su preocupación. Finalmente, en conferencia de prensa, Dilma Rousseff pronunció las palabras que todos quieren evitar: golpe-de-estado.

¿Y el MERCOSUR? ¿Y Argentina?

El origen del MERCOSUR se encuentra en la “Declaración de Iguazú” (1985) y el “Acta de Amistad Argentino- Brasileña de Democracia, Paz y Desarrollo” (1986) firmadas por Ricardo Alfonsín y José Sarney al término de las últimas dictaduras. El acercamiento fue un gesto político de primer orden para terminar las hipótesis de conflicto entre ambos países y fortalecer la democracia en sus primeros pasos. Después, Carlos Menem y Fernando Collor de Melo formalizaron el proceso de integración con la firma del Tratado de Asunción. Brasil y Argentina son el “binomio introductor” de los procesos de integración en el Cono Sur, la alianza que hace posible pensar en términos continentales. Por cuestiones geopolíticas obvias constituyen el núcleo básico de aglutinación de América del Sur: juntos pueden sumar al resto, separados sólo consolidan la dispersión general.

El MERCOSUR fue la base sobre la cual se montaron los proyectos regionales: tanto el modelo neoliberal de liberalización de la economía en los años 1990 como los intentos de “integración para el desarrollo con inclusión social” (a partir del “Consenso de Buenos Aires”, firmado por Lula y Kirchner en 2003). La UNASUR se entiende a partir del MERCOSUR, y éste en función del protagonismo activo de su “binomio introductor”. El Protocolo de Ushuaia (1998) busca explícitamente garantizar la paz en la región, condenando golpes a la institucionalidad democrática. El Protocolo de Montevideo (Ushuaia II), firmado en 2011, establece que ante la ruptura o amenaza de ruptura del orden democrático los presidentes o sus ministros deben reunirse en una sesión extraordinaria a solicitud de cualquiera de las partes. Uruguay, que ejerce la presidencia pro témpore del bloque, aún no se pronunció. Macri y la canciller Malcorra tampoco.

Es cierto que el MERCOSUR no logró impedir hechos consumados, como la destitución de Lugo. Pero no menos cierto es que durante los últimos años su capacidad disuasoria fue gravitante. El silencio argentino frente al proceso de impeachment abierto contra Dilma Rousseff funciona como un “dejar hacer” con consecuencias inestimables para la institucionalidad de la región. Ayer Rousseff dijo que las arbitrariedades cometidas contra su mandato presidencial implicaban arbitrariedades para con todos los ciudadanos brasileros. Lo mismo puede pensarse en términos de naciones: si semejante violación a la institucionalidad democrática prospera en el país más grande de América del Sur ¿qué queda para el resto?

Es cierto que el MERCOSUR no logró impedir hechos consumados. Pero no menos cierto es que durante los últimos años su capacidad disuasoria fue gravitante. ¿Se hará valer la cláusula democrática del MERCOSUR? ¿Puede el Parlasur jugar un rol importante? Los procesos no se miden por la radicalidad de sus enunciados sino por la perdurabilidad de sus transformaciones

Anteayer las expresiones más conservadoras de Sudamérica obtuvieron una gran victoria parcial en el país que inclina el tablero. La inacción de Argentina, traducida en letargo del MERCOSUR, relega al ámbito de lo doméstico una cuestión política con implicancias regionales. Aparentemente, para retomar las relaciones con el hemisferio norte la Argentina se habría borrado del hemisferio sur. Una desatención cuanto menos peligrosa.

¿Se hará valer la cláusula democrática del MERCOSUR? ¿Puede el Parlasur jugar un rol importante? La integración regional fue enarbolada como bandera durante la última década, pero los procesos no se miden por la radicalidad de sus enunciados sino por la perdurabilidad de sus transformaciones. Los órganos políticos, sociales y las redes culturales nacidas al amparo del MERCOSUR se enfrentan al desafío de profundizar vínculos que combatan el aislamiento al que parece se los quiere devolver.

Foto: Wilton Junior/AE – 20.08.2011
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Lola Melendi

Licenciada en Ciencia Política (UBA). Investigadora del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC-UBA) // Twitter: @Lolangarros