Fernando Barrera: «Errores, no desaciertos»

Cuando analizamos el éxito de un gobierno, debemos hacerlo pensando en las transformaciones que realiza planificando el futuro de los argentinos y cuan trascendentales son las mismas a raíz de su impacto en la vida cotidiana de la sociedad.

Si desde este punto de vista analizamos la actualidad, solo podemos decir que el gobierno de Mauricio Macri en estos dos años de gestión, nos presenta una realidad absolutamente compleja, cargada de errores, algunos planificados y otros no, que de alguna manera lastiman el tejido social y económico de nuestro país tendiendo un manto de preocupación e incertidumbre sobre el destino que nos depara.

Mas allá desde donde lo analicemos, la primera conclusión que nos dejan estos dos años, es que estamos gobernados por un grupo que no tiene acabada consciencia de la realidad que nos choca todos los días a la mayoría de los argentinos, que parte de una falsa premisa fundacional de la “nueva política” cuando no hace más que repetir fórmulas y acciones propias de las centenarias estructuras radicales y conservadoras que esencialmente lo integran y que pretenden construir en la gestión de gobierno un modelo pseudoperonista de realizaciones, que si bien es lo único que lo sostiene frente a las ineptitudes del pasado, no alcanza para evitar los oscuros nubarrones que se anticipan en el horizonte nacional.

Todo ello fundamentalmente porque más allá de los paraguas comunicacionales, o el acompañamiento de los sectores económicos que encuentran un campo fértil para hacer florecer sus intereses sectoriales, la filosofía de gobierno que acompaña la gestión de estos dos últimos años tiende a establecer viejas contradicciones y profundas desigualdades que ya hemos transitado con finales predecibles a lo largo de nuestra breve pero intensa historia.
Por eso hablo de errores y no de desaciertos. Porque volver a tomar decisiones que ya fracasaron con anterioridad, no se trata de apuestas que puedan salir mal, sino de claras y firmes acciones de gobierno que tienen consecuencias predictivas si no se las atempera con la consciencia que nos pueden llevar a caminos de tránsito difícil. Y si hay algo que el gobierno parece querer mostrar después de cada resultado electoral medianamente favorable, es que está dispuesto a todo a pesar de las consecuencias, porque hay un deber divino que le otorga el voto social a hacer las cosas que otros no se animaron o perecieron en el intento.

Actuar de esta manera, es sin dudas una muestra de fortaleza, pero lleva implícita la fragilidad de un liderazgo antipopular, aunque sea populista, y la natural reacción de ir sembrando de enemigos el camino común, con el consecuente resultado de ir quedando cada vez más solo, afianzado en su grupo nuclear, pero poniendo del otro lado de la mesa al resto de la sociedad. Se rompen asi los consensos y las comuniones capaz de establecer campos de desarrollo en paz de las transformaciones necesarias.

Primero, la toma de estas decisiones se fundaron en la herencia recibida, luego en una justificación casi infantil que la honestidad política de esa “nueva política” – valga la redundancia – le daba un aspecto humanoide a las decisiones pudiendo corregir lo que equivocadamente se decidía, pero ahora, la necesidad de encontrar gobernabilidad y futuro frente a la crisis producto de la desinversión privada, la pobreza, la desocupación, el endeudamiento externo y el déficit fiscal y comercial; hace que las nuevas decisiones de gobierno se transformen en un paquete de medidas de una gestión que va dejando en evidencia hacia donde marcha la conducción del país y comienza a mostrar el rostro más duro de todo gobierno.

Esto es nuevo para el macrismo gobernante, de ahora en más comienza a tener que actuar en función de gobierno dejando de lado su rol de oposición al pasado (al que se quiere atar sobreactuando sus contradicciones con el kirchnerismo), su permanente marketing de gobierno en campaña y su carácter de posmodernidad política simulando ser lo nuevo para aplicar lo viejo.

Ya comienza a aparecer la necesidad de dar respuesta a las consecuencias de sus propias decisiones y a tener que comenzar a pagar el saldo de sus propios errores. Ahora es cuando el camino empieza a oscurecerse apagándose las luces del embellecimiento.

Por eso la preocupación, porque el gobierno debe empezar a pagar facturas adeudadas con la sociedad y parece no tener muchos recursos para ingeniarse en la forma de hacerlo más que en recetas ortodoxas con alto costo social, mientras alguna oposición comienza a oler sangre con el consecuente espíritu depredador de quien tiene a mano a su presa. Falta aún tiempo para trabajar en una alternativa que le devuelva al pueblo argentino la confianza en un futuro esperanzador sin reacciones salvajes de un lado o del otro que piense en una unidad nacional para reconstruir un destino de grandeza con felicidad.

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