Fortalecer para ganar o condicionar para perder

maximozanniniscioli

El mundo del 2015 no es el mundo de 2003. Ni siquiera el de 2011. Es algo natural. Al pasar los años, las coyunturas económicas y políticas van mutando. Y necesariamente también deben modificarse nuestras respuestas nacionales de política económica. Por supuesto hay procesos de larga duración, en los que los parámetros más fundamentales se mantienen relativamente estables y, si nuestro modelo de inserción productiva en el mundo mal que mal “funciona”, no hay por qué tocar sus bases. También hay definiciones ideológicas y políticas, que marcan la cancha de los modelos aplicables y los que no, porque van en contra de, por ejemplo, el bienestar de las grandes mayorías para las cuales hacemos política. Inserción productiva en el mundo no significa levantar aranceles para ahogar el mercado interno con importaciones. No quiere decir rendirnos al neoliberalismo, ni bajar costos laborales para que vengan a invertir y esa riqueza eventualmente -seguimos esperando ese momento- se derrame al resto de la población. Significa realizar un buen diagnóstico de la coyuntura internacional, del modelo productivo local, definir objetivos sociales de cómo queremos que nuestra Argentina sea. Y en función de eso, delinear políticas económicas que conformen un curso de acción para el desarrollo económico y social del país. Y corregir esas políticas cuando sea necesario. Con convicciones ideológicas, sí, pero también con la imprescindible flexibilidad para revisar medidas y para cambiarlas cuando ya no responden al estado de las cosas.

¿Para qué estamos siendo tan abstractos? Para pasar ahora a lo concreto. Estamos en septiembre de 2015. Santiago Costa ya explicó muy bien acá mismo cómo viene la cosa. China sigue creciendo, pero menos que antes. La locomotora del siglo XXI va desacelerando y, como decía un diario económico recientemente, “sus resfríos” enferman al mundo. La soja, por su parte, está en un precio bastante bajo comparado con buena parte de los años kirchneristas. Hace poco y también en este mismo medio, Claudio Scaletta definía a nuestra década ganada del siguiente modo: “Un largo período de crecimiento con inclusión, desde 2003 a 2008 por lo menos, luego un freno por la crisis internacional y vuelta a la recuperación del crecimiento hasta 2011, y los últimos 4 años de freno relativo provocado fundamentalmente por la reaparición de la restricción externa o escasez relativa de dólares”. Es saludable que desde el espacio nacionalpopular podamos realizar análisis que, sin desmerecer las grandes conquistas de los últimos años, puedan también señalar desaciertos sin complacencia alguna. Scaletta sostiene que es cierto que las políticas económicas del kirchnerismo han tenido puntos oscuros que deben ser modificados en los próximos años. Pero que ellos justamente no son los que los liberales apuntan: inflación, libre disponibilidad de divisas, gasto público. Si no el hecho de que la vocación industrialista del gobierno nacional no ha sido acompañada por una planificación sostenida para el desarrollo y para la solución del fantasma de las navidades pasadas de la economía argentina: la restricción externa. La destrucción del sistema productivo de La Argentina Peronista duró 25 años. En sólo doce, pusimos de nuevo en pie al país. Y logramos algo inédito, que es volver a tener los problemas para el desarrollo que teníamos en los años sesenta, cuando esa utopía era nuestro horizonte. ¿Es la restricción externa un problema generado por el crecimiento y no por la escasez o pauperización, como teníamos a principios de este siglo? Sí. ¿Deja por eso de ser un problema? No. Y el mejor servicio a la patria que podemos brindar quienes apoyamos el nuevo rumbo industrialista de la Argentina es participar sin obsecuencia y con todas nuestras capacidades del gran debate por la solución de los obstáculos para el tan postergado desarrollo de nuestro país.

Discutir, podemos discutir lo que queramos. Pero para que esos debates tengan impacto en la práctica y no vuelvan a ser sólo charlas de café como en épocas prekirchneristas, hay que utilizar la herramienta de transformación de la realidad (la política) y tomar el timón del barco desde donde eso puede hacerse (el Estado). Y, como dicen, para hacer guiso de perdiz, primero hay que cazar la perdiz. En otros términos, en un mes hay elecciones presidenciales en Argentina. Si bien el FPV fue el partido con más votos en agosto, los números de las primarias no darían una victoria en primera vuelta y obligarían a un incierto ballotage. Para desarrollar el país, para lograr las transformaciones que creamos necesarias, es indispensable ganar las elecciones. Fundamentalmente porque si nosotros nos rompemos la cabeza buscando soluciones innovadoras para el desarrollo nacional y para sortear los obstáculos históricos de nuestra industrialización, del otro lado de la trinchera tienen todo mucho más resuelto. El plan económico del PRO es el de la desregulación y el ajuste, como siempre en detrimento de los intereses de las grandes mayorías argentinas. Aquellas a las que el justicialismo representa políticamente. Si en el párrafo anterior decíamos que una tarea de la hora para los grupos, organizaciones o personas que apoyamos el rumbo industrialista de la Argentina kirchnerista era entrar de lleno en el urgente debate sobre el desarrollo nacional, ahora podemos proseguir el argumento diciendo que esa tarea depende de otra que es anterior en términos lógicos: asegurar la victoria del 25 de octubre. Sin ella, este tipo de debates tendrán, como dice Walsh en las carteleras de la Facultad de Sociales de la UBA, “lugar en la antología del llanto, pero no en la historia viva de la patria”.

Mencionamos en esta nota dos tareas urgentes para el amplio espectro de quienes nos reconocemos nacionales y populares. Una de contenido y de futuro. Otra inmediata, sin la cual la primera pedalea en el vacío. En pocas palabras, las tareas son, por un lado, aportar nuevas ideas para la profundización; por el otro, fortalecer el FPV para ganar el 25 de octubre. Lo cierto, lo que preocupa, lo que motiva a escribir todas estas líneas, es que actualmente la mayor parte de nuestras organizaciones no están haciendo ninguna de las dos. En términos de ideas, hace cuatro años que básicamente seguimos repitiendo (salvo valiosas excepciones) el mismo discurso que decantó tras la efervescencia de la épica 2008-2012. Pero si la militancia no está sirviendo como espacio creativo, tampoco lo está haciendo en términos reales como fuerza militante para la candidatura presidencial del FPV. Como dijo recientemente el Chino Navarro, se trata de una campaña desordenada, heterogénea y con poca coordinación entre los diferentes espacios que conforman el frente. A veces llega el extremo de exteriorizar diferencias internas en el mismo momento en que se está definiendo por escaso margen si la Argentina tendrá un futuro liberal o desarrollista. Con todo lo que eso implica. En momentos en que el FPV pelea voto a voto para asegurar la continuidad de las políticas populares de los últimos doce años, resulta bastante inoportuno tratar de “marcarle la cancha” al candidato presidencial. En definitiva, se trata de una decisión de responsabilidad histórica. Dejar de jugar la chiquita y poder ver la imagen más grande en la que se decide el futuro de los cuarenta millones de argentinos. No alcanzamos realmente a darnos cuenta de la envergadura de lo que se define este mes. Y en ese inmenso marco que nos excede y determina, toda organización y todo individuo que apoye las políticas de los últimos años tiene también dos alternativas entre las cuales escoger: fortalecer para ganar o condicionar para perder.

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Martín Schuster

Sociólogo (UBA) // Twitter: @MartinSchus