¿Será justicia?

José María Campagnoli, Natalio Alberto Nisman, Sandra Arroyo Salgado, Carlos Santiago Fayt, Ricardo Luis Lorenzetti, Luis María Cabral, Claudio Bonadio. Nombres que se enlazan entre sí. Son, todos ellos, integrantes del Poder Judicial de la Nación. Pero también son, o han sido, material de construcción política -adversativa, se entiende-. O así se ha pretendido de ellos.

El laberinto que camina la oposición partidaria para vertebrar una alternativa electoral competitiva al Frente para la Victoria supone, asimismo, una imposibilidad de encarar debates programáticos. Conscientes de la impopularidad que implica plantear una reversión en los aspectos fundamentales del modelo inaugurado en 2003, escasamente hábiles para urdir una evolución a partir de lo actuado en doce años y embarullados por las relaciones incestuosas que tejieron con el establishment doméstico e internacional (recordar reacciones ante el fallo Griesa) que no desean ninguna forma de continuidad del ciclo histórico en curso, la acción deviene precaria.

Las escenas del fracaso de la proyección federal de Maurizio Macri, con Santa Fe y Córdoba como capítulos más dolorosos de esas patinadas; y de su apretado triunfo en el único distrito que controla, todo lo cual desembocó en una patética voltereta discursiva durante los festejos porteños tras el susto del domingo último, alcanzan para dibujarse una noción acabada de tal crisis.

Aderezado con tono de escándalo, el intento de convertir a los expedientes institucionales en eje central de la disyuntiva a disputarse en las próximas elecciones presidenciales, en detrimento de los socioeconómicos, tiene como objeto saltar por encima de las dificultades recién comentadas.

Los mencionados en el primer párrafo no encajan en los viscosos alegatos de republicanismo con que persistentemente aturden las vocerías del Círculo Rojo. Pero más importante aún que eso es que ninguno de ellos puede exhibir pureza en las actuaciones que los lanzaron al estrellato. Cada cual por sus propias razones, articularon complicaciones previas en el cuadro antes descripto. Juan Domingo Perón dijo que los ejemplos son buen método explicativo: Bonadio, para tomar el último de los casos, acumula nueve denuncias en su contra el Consejo de la Magistratura. Cada vez que alguno de esos trámites se activa, agita, convenientemente, algún juicio a su cargo que involucre a figuras del gobierno nacional. Recientemente, se la tomó con el hijo de la presidenta CFK.

Resulta imposible aceptar la inocencia de irregularidades tan burdas como las que se han señalado de sobra en relación al desarrollo de la causa Hotesur en magistrados con largos recorridos. Futbolísticamente hablando, se hacen echar. Adrede. Dicho sencillo: como las denuncias por sí mismas valdrían nada, provocan sanciones, para suplantar un impacto con otro.

La idea de que cualquier cosa vale si de investigar la corrupción kirchnerista se trata, además de llevarse a las patadas con las garantías constitucionales del debido proceso, revela segundas intenciones en estas tramas novelescas. La doctrina vandorista, golpear para negociar, aplicada aquí, imagina a un funcionario acorralado que termina llamando por teléfono para rogar una rendición digna. Pero se topan con Cristina Fernández, que no se allana a presiones propias de épocas que incluso fueron malas para el propio Poder Judicial. Casi premonitoriamente, Néstor Kirchner eligió a la Corte Suprema de Justicia como catapulta bautismal; en respuesta, por cierto, a amenazas instrumentadas a través de aquella conformación del máximo tribunal.

Si se exalta a los jueces y fiscales cuestionados no obstante las desprolijidades evidentes que los envuelven, es debido a que no pasa en realidad por el respeto a la ley el objeto de la polémica.

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Estudiado el dilema desde una perspectiva histórica, no resulta extraño que el kirchnerismo encuentre en Tribunales uno de los núcleos más duros de resistencia a su trayecto.

En Página/12, el 26 de abril pasado, Horacio Verbitsky acudió a citas de Alexander Bickel y Roberto Gargarella, muy pertinentes a efectos de esta columna: “(…) la silenciosa sustitución de la voluntad popular por los jueces está en el origen del Poder Judicial estadounidense, esquema que la Argentina importó. En asambleas populares que presionaban a las legislaturas locales el pueblo resistía el pago de deudas agobiantes. El establishment respondió confiriendo un poder desproporcionado a la justicia. Para [el constitucionalista Alexander] Hamilton no había tiranía más opresiva que la de “una mayoría victoriosa”, propensa a seguir a ‘demagogos y politiqueros’ (…)”

Y agregaba, a renglón seguido, que “(…) cuando [el ex presidente James] Madison abogó en la Convención Constituyente por los derechos de las minorías, sólo se refería al ‘núcleo de los más favorecidos de la sociedad’ que integraban los acreedores y grandes propietarios. El ‘grupo selecto y fiable’ del Poder Judicial controlaría los atropellos de las legislaturas y sus decisiones serían independientes de las que pudiese producir el debate público (…) Los fallos de la Corte estadounidense están en sintonía con los intereses de las grandes empresas (…)”.

En buen romance: cuando, años ha, a las burguesías no les quedó más remedio que ceder al ingreso de los sectores populares a las decisiones de Estado, quedando conformada así la república con división funcional tripartita del mando, se reservaron en la Justicia un muro de contención para el caso que las pretensiones reformistas fuesen demasiado lejos. La última ratio de la desigualdad. No casualmente es denominado el más conservador de los poderes, rasgo que reivindicó Carlos Pagni en la edición 2013 del Campus FAES, foro liberal arquetípico: lo destacó en su condición contramayoritaria y en las universidades que gradúan a sus integrantes.

Así, la colisión en Argentina de ese artefacto con un gobierno que, como dijimos en esta columna hace quince días, se ha propuesto más que el mero gerenciamiento del statu quo, era cantado.

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La lubricación que de la marcha de los referentes opositores se procura a partir de cuestiones ajenas a sus negocios específicos no augura éxito. No sorprende, habida cuenta que quienes orquestan tales maniobras ignoran el complejo arte de la edificación política. Lo que los lleva a suponer que auxilian a quienes, en realidad, invisibilizan: en las distintas convocatorias que, motivadas en estos enchastres, se sucedieron en los últimos tiempos, a los dirigentes que irán al cuarto oscuro se les asignó rol secundario. Incompatible con la identificación que impone el desafío de la representación. Y por no decir, brutalmente, que es muy poco probable que en las parrillas al paso del conurbano en las que almuerza el obrerismo preocupe la suerte de Bonadio y Campagnoli.

La reaparición del dólar blue como temática expresa varias cosas a la vez: la robustez electoral del FpV, en principio. Además, una voluntad domesticadora respecto del próximo mandatario, sea quien fuere el electo. La desesperación ante la inminencia de un desenlace comicial adverso es lo más obvio de decir. Y si bien debe apuntarse, nos quedaríamos cortos en el análisis si frenásemos allí: a fin de cuentas, quienes operan tales marginalidades cuentan con recursos necesarios para aguantar otro turno constitucional sin que ello les suponga un drama irremediable.

El problema cambia de rango cuando se lee el sesgo cultural de la metamorfosis que ensayó, de modo poco elegante, Macri. Que fortifica una matriz transformadora más allá de los vaivenes del sufragio. Fenómeno cuya evitación, contábamos, inspiró el diseño del Poder Judicial.

Es en esas raíces que se está echando que se cocina el espeso caldo de la irracionalidad.

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Pablo Papini

Abogado (UBA) // Twitter: @pabloDpapini