Cambio de forma para atacar

El domingo de elecciones no paraban de salir boletas de Bullrich de los sobres en un colegio de Villa Lynch, San Martín. El Colegio denunciaba desde sus paredes las faltas de partidas para mantenimiento.

Se veían carteles del centro de estudiantes que denunciaban los cacheos y requisas de los policías locales, provinciales y de gendarmería. Se votó con un muerto/desaparecido en democracia .

Pero las boletas del ministro de Educación más inútil de la historia de la Ciudad de Buenos Aires y la Nación salían por montones. Miles de pibes sin poder anotarse en la escuela, el fraude de la inscripción on line, pero seguían saliendo, los maestros con sueldos a la baja, sin diálogo, sin negociación salarial, las aulas containers, pero seguían saliendo.

En este barrio de clases medias bajas el cuarenta por ciento de los votantes dió respaldo al crecimiento del desempleo, a la represión a los trabajadores y trabajadoras, a los tarifazos.

Algunos salieron intelectuales, habitués de jornadas y congresos, de esos que trafican en Panamá (revista) su Capital (simbólico) salieron raudos a preguntarse ¿qué es lo que la gente quiere?, ¿qué es lo que la gente elige?, ¿cómo lo elige?, ¿qué es lo que podemos darle y a quienes? Ninguna de esas preguntas es novedosa, son las preguntas que el mercadeo, la publicidad y los estudios de opinión se responden diariamente. Por eso los marketineros cobran mas que los intelectuales progres. Son mucho más útiles para reproducir lo existente que los intelectuales, aunque estos últimos aporten su parte.

Pero, sin caer en la tentación determinista y culpar a la concentración de medios y la gestión, administración, regulación y control de la circulación del sentido y mucho menos caer en la ingenuidad de que la gente elige creo que la pregunta va por acá: ¿cómo logra el macrismo que la gente abrace promesas incumplidas?
Y digo gente y no pueblo porque esos conceptos implican otras tramas de sentidos, otra conformación de la identidad. El peronismo intenta interpelar al pueblo, pero la gente elige ser gente pero “elige” en el marco de una subjetividad que se va construyendo, desde el consumo, desde el acceso a bienes y a servicios y también desde un conjunto de relatos desde los que se construye lo real que circulan por los medios. Una subjetividad que no está fuera de los medios y los discursos que en ellos circulan. De una visibilidad y configuración de lo real que es propuesta por los medios. Nadie está fuera ni antecede a la trama de producción discursiva que se pone en juego en los medios de comunicación. Que se han convertido en actores políticos y tablado en donde se pone en escena la opinión pública.

En ese ámbito de circulación de sentido en el que el macrismo urde su trama. El macrismo elude las confrontaciones. Maneja el terreno y elige los tiempos de las disputas. El macrismo construye una discursividad mutante. No es una identidad. No llega a estabilizarce. Se alimenta de las identidades que enfrenta, las apropia y las hace entrar en crisis. Parte espacios gremiales, desarma instituciones. Quiebra todo aquello que tenga aspiraciones de organización colectiva. Cambia de forma para atacare, Es un virus. El deseo de poder y reconocimiento individual está en su ARN. Y construye realidad.

Allí radica la mayor fortaleza del macrismo. Sus adversarios no logran definirlo y deciden confrontarlo en escenarios que el propio macrismo configura y en los momentos que el proprio macrismo elige.

Pero entonces para el campo popular, no se trata de lo que la gente “quiere”. Porque eso es lo hoy “existente”. Eso es lo que hace el macrismo.
Se trata de generar una nueva esperanza. Y aquí el problema que surge en Villa Linch ¿cómo desarmar la construcción de una realidad que no se experimenta ni se sufre? ¿O que cuando se sufre es explicada en relación a otro que se vuelve culpable y vehículo de nuestros males?

Con la visibilidad no alcanza. Tampoco con tener razón. Más aún: no se puede disputar la visibilidad y el sostenimiento de agenda sin el control material de los dispositivos. Y entonces ¿cómo construir esperanza?

El arte de vencer se aprende en las derrotas. Estamos ante un adversario que muta y se transforma. Que se apropia de nuestras ideas, de nuestros proyectos, que se enmascara. Pero que al mismo tiempo planifica estratégicamente.

Ante esto se trata nuevamente de ser irreverentes. No se trata de tener razón sino de mostrar las tramas de poder y arbitrariedad que construyen la razón. Se trata de construir colectivamente nuestros modos de razonar. No se trata de defender nuestra identidad sino de cultivar nuestros vínculos. Al manejo publicitario de las sensaciones tenemos que oponer la militancia de la ternura, de la solidaridad, de los abrazos.

Se trata una vez mas de enlaces, pero no sólo una vez mas, siempre se trata y se trató de tramas de enlaces.

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Christian Dodaro

Dr. en Ciencias Sociales. Docente UBA