Crecimiento y desarrollo. Análisis comparativo entre dos proyectos de país

Este artículo pertenece al Centro de Estudios en Políticas de Estado y Sociedad (http://www.cepes-argentina.com.ar/), un colectivo de profesionales dedicado a la investigación y a la formación política que no se contenta con desplegar su fuerza de trabajo intelectual y mantenerse incólume ante las cosas que pasan, ante lo que se da en llamar crónica contemporánea, historia cimentada, realidad. Es un colectivo que apuesta al diálogo interdisciplinario y al rigor metodológico presidido por un compromiso político.


 

Amartya Kumar Sen, filósofo y economista indio, quien fuera distinguido como Premio Nobel en 1998, señaló que el crecimiento económico y los ingresos que éste pueda generar son necesarios pero no suficientes para definir en su totalidad un proceso de desarrollo.

En ese sentido, la riqueza se constituye en un medio esencial para que una sociedad se desarrolle, pero lo decisivo no son los medios disponibles precisamente, sino lo que las personas pueden hacer con ellos para llevar adelante vidas que, como sociedad, consideremos valiosas.

Esta interpretación permitiría distinguir por enésima vez (pero no menos necesario) las diferencias entre crecimiento y desarrollo. Más precisamente, para que este crecimiento (medio) se transforme en desarrollo (fin), es necesario acompañar ese proceso con el aumento simultáneo de capacidades, valores y derechos que propicien ese desarrollo. En ese sentido, tampoco es menos destacable señalar que ambos conceptos, “crecimiento y desarrollo” deben ser comprendidos como procesos y no como estadíos en sí mismos.

Bajo este parangón conceptual, se podría comprender entonces diferentes procesos históricos que atravesó nuestro país, identificando las etapas donde se registró crecimiento sin que ello necesariamente se haya transformado en un camino hacia el desarrollo.

Por arbitrariedad de quien escribe, pero principalmente por contraposición de proyectos políticos, no es fortuita la comparación entre el inicio de la convertibilidad hasta la crisis 2001/2002; y el proyecto iniciado en 2003 hasta la actualidad. Ese marco comparativo representa casi un cuarto de siglo.
Respetando las definiciones conceptuales anteriormente mencionadas, pero fundamentalmente delimitando el inabarcable campo de las comparaciones multidimensionales, se decidió tomar tres variables: empleo, NBI, y políticas de inclusión.

Es importante destacar que, a pesar que ambos proyectos presentaron fuertes tasas de crecimiento durante gran parte de sus respectivos períodos (un 53% entre 1990 y 1998 –último año de crecimiento de la convertibilidad- y un 108% entre 2002 y 2014), el curso de los mismos ha tomado caminos opuestos.

Mientras que el crecimiento de la década del 90 estuvo signado por los preceptos del Consenso de Washington (reducción del Estado, privatizaciones, apertura comercial, desregulación financiera, etc.), durante el período 2003-2013 se inició un período de crecimiento que fue acompañado con esfuerzos orientados hacia la diversificación e integración de la estructura productiva, la inserción internacional soberana, la ampliación de los dispositivos de protección e inclusión social, el fortalecimiento del Estado y las instituciones democráticas, entre otros.

El resultado de ambos modelos muestra la diferencia entre crecimiento con inclusión social (sentando las bases del desarrollo) y crecimiento con exclusión (que nos aleja del desarrollo).

tabla1

A modo ejemplo, se puede decir que entre 2003 y 2013 la desocupación bajó del 17,3% al 7,1%, generando más de 5 millones de puestos de trabajo y sacando de la desocupación a casi un millón y medio de personas. En tanto, entre 1989 y 1998 (uno de los mejores años de la convertibilidad) pasó del 8,6% al 13,2%. También, mientras en los 90 se “privatizó” el Sistema Previsional dejando a mucha gente sin la posibilidad de acceder a su jubilación (desde 1992, cuando alcanzó el 77,4%, la tasa de cobertura siempre fue disminuyendo), en la última década se alcanzó una cobertura del 96%, desde el 66% de 2003, incorporando mediante la moratoria previsional a 3,2 millones de personas que no hubiesen podido tener cobertura.

Por otra parte, si bien la proporción de hogares con necesidades básicas insatisfechas fue descendiendo entre los censos, de 16,5% en 1991 a 14,3% en 2001, y a 9,1% en 2010, entre los dos últimos censos también disminuyó en términos absolutos, con más de 330 mil hogares que salieron de dicha situación, mientras que entre 1991 y 2001 la cantidad de hogares con NBI había aumentado en 30 mil.

Por último, a estos datos que ilustran claramente la diferencia entre ambas décadas, debiera agregarse otras políticas de inclusión como la Asignación Universal por Hijo y el PROGRESAR.

Este proceso ha demostrado romper con el concepto neoliberal que sostiene la presencia de un trade-off (sábana corta) entre eficiencia y equidad. Al respecto, Joseph Stiglitz sostiene que la desigualdad crea ineficiencia económica “pues priva a la sociedad en su conjunto del talento de los pobres”.

Por lo expuesto, la sustentabilidad de un proyecto político no sólo depende del éxito o no de su ciclo económico, sino de la construcción de los cimientos necesarios para garantizar las bases del desarrollo. Al igual que en cualquier construcción edilicia, el proyecto se debe pensar y construir desde abajo hacia arriba.

Por tal motivo, no hay posibilidades ciertas de desarrollo en la medida que la orientación de la política (tributaria, de gasto, de infraestructura, etc.) no esté direccionada a fortalecer a los sectores más vulnerables.

Aún resta mucho camino por recorrer: reducir la informalidad laboral, avanzar hacia una estructura tributaria más progresiva, y fortalecer la industria nacional como pilar de nuestro desarrollo. Alcanzar esos objetivos nos aproxima a una sociedad más justa y equitativa y proporciona un entorno de sostenibilidad y sustentabilidad política y mirada estratégica a largo plazo.

Fuente: CEPES
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