ManiPulite y Nuevo Orden III

Por Pablo Papini

Un tweet del periodista del diario La Nación Gabriel Sued lo resume todo. “Hay que pensar la corrupción como problema político y no moral. Deslegitima.” (sic) Eso escribió a propósito de, obvio, el episodio tragicómico del revoleo de bolsos con dinero corrupto que protagonizó, a mediados de la semana pasada, el secretario de Obras Pública de los doce años kirchneristas, José López. Va de suyo que aquí no se intentará una defensa del, al decir de Jorge Asís, Neolopecito. Esa imagen, inédita en nuestra historia, de un funcionario agarrado con las manos en la masa de semejante y brutal modo, es jaque mate en un país que tiene fácil el “los políticos son todos chorros”. Si siempre había resultado sencillo condenar sin pruebas, tanto más ahora que hay flagrancia.

Eso sí: ni Carlos Pagni cree en la versión de la denuncia a través del 911. Pero, y de nuevo, aunque efectivamente haya existido una operación de inteligencia en este caso, ello habría resultado inocuo en una cola limpia. Como se dice en Colombia, quien no la debe, no la teme.

Ya no hay margen para discutir la corrupción durante el kirchnerismo: es un hecho, y, en adelante, sólo habrá posibilidad de afinar el lápiz para separar la paja del trigo entre quienes sí y quienes no estuvieron involucrados. Un estadio posterior de debate que políticamente expresa un retroceso del frente político que personificó la década anterior. Esta serie, que pretende describir lo que considera, antes que un cambio ordinario de gobierno, uno muy profundo de régimen, no se retracta de sus anhelos iniciales sólo porque ha sido comprobada una acusación judicial, a través de las cuales –se insiste– se opera el forzamiento de una mutación filosófica en la conducción del Estado. Se han trazado aquí paralelismos con la coyuntura brasileña: pues bien, llegó nuestro Lava-Jato.

Varias cosas que se han podido leer desde estallado el escándalo en cuestión han sido especialmente incisivas en su carácter amenazante. Vale la pena reiterarlo: López no ocupó cualquier cargo, regenteaba la realización de obras de infraestructura. El rubro vedette de la corrupción pública, en un gobierno que regó con mucho de ello el ancho y largo del territorio patrio. ¿Qué dirigente político, qué empresario puede decir que no figura en el álbum de fotos del enterrador? Lo que está diciendo por estas horas José Alperovich pretendiendo despegarse del kirchnerismo es de manual, aunque chistosamente ridículo: su dos veces vicegobernador y sucesor Juan Manzur fue, con licencia como tal, siete años ministro de Salud de la presidenta CFK; y su esposa, Beatriz Rojkés, mandamás provisional de la cámara alta entre 2011 y 2013.

El senador tucumano tendrá suerte con sus excusas siempre y cuando se discipline. Sólo de ese modo, es decir, consintiendo en cuanto le toque la regresión puesta en marcha el 10 de diciembre de 2015, podrá eludir las llamas de este incendio. A muchos otros les han advertido que en cualquier momento puede aparecer un papel en el que compartan firma con López, quien funge como mancha venenosa. Salvando las distancias, se trata de variante nacional de lo que es en Brasil Marcelo Odebrecht. El otrora poderoso jefe del gigante de la construcción en el país vecino –cuya propiedad, como aquí YPF, comparten privados y Estado–, es una bomba de tiempo apresada lista a estallar en cualquier momento. Todavía no ha dicho mucho, ni aun existiendo allí ley del arrepentido. Por demás extraño. Cualquiera diría que es un comodín que guardan los enemigos del PT por si acaso se les complica el asunto sucesorio, provisoriamente a cargo de Michel Temer.

No habrá chance de frenar a Macri ni de configurar una ruta de regreso hacia el bienestarismo si no se procesa políticamente este desastre y se lo devuelve como oferta superadora a la sociedad. El peronismo tendrá que capturar la demanda honestista de la ciudadanía. Esto es una bisagra porque obliga a ese espacio a incorporar esa bandera, la de la decencia, como capítulo sustancial de su ideario

Esta novedad irrumpe cuando, si bien dificultosa y lentamente, parecía ir alumbrando otra, al menos legislativamente. Entre todas las acepciones del peronismo parlamentario (Frente para la Victoria, Diego Bossio y Sergio Massa) habían logrado torcer el brazo del presidente Mauricio Macri sancionando un proyecto de ley antidespidos, y tenían en gateras otro a convenir sobre promoción a las PyMEs. El sindicalismo organizado había dado el puntapié inicial de una vocación por hacerse oír como mejor sabe, en la calle. El descontento con el rumbo amarillo ganaba espacio crecientemente. Apareció López y, de repente, con una pala, tiró abajo todo ese esfuerzo.

No habrá chance de frenar a Macri ni de configurar una ruta de regreso hacia el bienestarismo si no se procesa políticamente este desastre y se lo devuelve como oferta superadora a la sociedad.

Es posible argumentar largamente, y con verdad, acerca del mayor daño que hacen al pueblo los programas de ajuste y la legalidad injusta de la fuga consuetudinaria como práctica de Estado. Pero cualquier duelista en esa polémica vencería con sólo darle play al video del convento. Antes que nada, entonces, el peronismo tendrá que capturar la demanda honestista de la ciudadanía. Esto es una bisagra porque obliga a ese espacio a incorporar esa bandera, la de la decencia, como capítulo sustancial de su ideario. No porque se trate, como dice el gorilaje, de una fuerza esencialmente delictiva. Simplemente se ha caracterizado siempre por dedicar mayor énfasis a otros temas. Se acabó eso, si es que aspira a competir y no a derivar hacia mera testimonialidad.

Así como Raúl Alfonsín triunfó en las elecciones presidenciales de 1983 porque incorporó a la tradición radical valores típicamente peronistas (“con la democracia se come”), le tocará al pensamiento nacional elaborar su propia, seria y sincera interpretación de la decencia.

Por otro lado, es ABC de este negocio, donde, más allá de teoricismos, es obligatorio trabajar con realidades. La etapa contemporánea contiene un fuerte reclamo de honradez. Y se supone que quienes ingresan a la política lo hacen porque creen que representarán mejor que sus adversarios a aquellos a los que con su acción quieren amparar. A fin de cuentas, esto va, básicamente, de representación. De intereses, sueños, aspiraciones. Económicos, culturales, sociales, profesionales, etc. Ergo, no se puede callar en una materia que se ha convertido en drama con rango superlativo. Porque entonces serán otros los que llenen ese vacío. Y en lo que aquí nos ocupa, será para peor de los sectores menos beneficiados del pueblo, de los que el peronismo se quiere abogado. El ManiPulite viabiliza una medicina, el macrismo, que de otra manera sería intragable en democracia.

Véase, si no: al ratito nomás de ser puesto en evidencia el Neolopecito en sus fechorías, la Cámara de Diputados votó una iniciativa oficial de reforma previsional-impositiva y blanqueo, entre varias otras cosas; al mismo tiempo, su par senatorial convalidó las designaciones que completarán la integración de la Corte Suprema de Justicia, que en un principio Macritanteó vía DNU.¿Con qué cara podían los ex oficialistas reprobar el perdón a evasores, más allá de que en esta oportunidad será mucho más gravoso que en las dos ocasiones que lo impulsó Cristina Fernández?

Las innovaciones previsionales desandan el camino de la mayor inclusión y justicia del sistema que, entre moratorias y aumentos de los haberes mínimos superiores proporcionalmente a los del resto de la pirámide pasiva, edificaron entre Néstor Kirchner y su esposa, con Massa y Bossio como eficaces ejecutores. Se reimplanta un marco en que el Estado se aparta de las inequidades del mercado de trabajo, una lógica individualista en la que cada quien es responsable exclusivo de su destino, a tono con el nuevo ciclo histórico. Es allí y no en el costo fiscal, que de todas formas alertó bien el ex viceministro de Economía Emanuel Álvarez Agis, que debe rastrearse el riesgo de vuelta a alguna especie de formato parecido al de las tristemente célebres AFJP.

Como frutilla del postre, se abrieron las puertas a la privatización de las acciones en empresas privadas del Fondo de Garantía de Sustentabilidad de ANSeS que el Estado heredó con la reestatización jubilatoria de 2008, en las que se reproduce el modelo YPF, herramienta formidable para la intervención en economía, para la cual nunca basta con apenas regulaciones jurídicas.

El entuerto en el máximo tribunal, por su parte, se resolvió en contra de los deseos de su (¿solamente por ahora?) titular, Ricardo Lorenzetti, quien quería congelarse como único miembro de lo que debe ser un órgano colegiado, lo que le otorgaba mayor poder, que ahora deberá compartir con colegas jóvenes, activos y, al menos uno de ellos (Horacio Rosatti), con idénticos afanes de trascendencia. Apuesta el rafaelino, se sabe, a reemplazar a Macri si todo esto culmina en el caos social que su recorrido preanuncia. Y para ello hace los deberes con el establishment de mostrarse más reaccionario que el jefe de Estado: a poco de perder su hegemonía, trituró el derecho a huelga. Ya el año pasado había avalado la tercerización laboral. Todo eso pudo por carecer de límites.

Como bien apunta Sued en la cita inaugural, en todas estas peleas, que costaron derechos, no hubo defensa apta para los sectores populares porque quienes están llamados a ejercerla fueron fulminados por la invalidación delictiva. Por eso, la peor receta es el silencio. Ajo y agua.

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Pablo Papini

Abogado (UBA) // Twitter: @pabloDpapini