Scioli al gobierno: ¿Cristina al poder?

En menos de un mes, los argentinos votamos presidente. Posiblemente necesitemos tres jornadas electorales para ganar una batalla que no se encuentra de modo alguno cerrada. Y que no es nada sencilla. Pero pese a eso constituye una noticia muy positiva (y excepcional en la nueva democracia argentina) que después de doce (trece) años de gobiernos peronistas, el movimiento nacional sea el favorito para las ejecutivas y muy probablemente vuelva a poner a su cuarto presidente seguido. Eso da cuenta de su persistencia, de su representatitividad, de su popularidad. También de la prolongada decadencia del segundo partido y de la continuidad pos2001 de las transformaciones de nuestro sistema político, que permiten que una nueva derecha liberal ponga al principal contendiente nacional de este agosto argentino. Como decíamos, lo más probable pareciera ser la victoria nacional del FPV. Y de su candidato, Daniel Scioli. Una incógnita mucho menos encuestable pero no menos interesante pregunta más allá de los lugares formales. Interroga sobre la conducción del Movimiento Nacional Justicialista en los años años venideros. Esa pregunta es el centro de muchas de las discusiones (y preocupaciones) políticas del hoy. Y a ella están dedicadas estos párrafos.

Juan Perón diferenciaba entre las etapas gregaria e institucional de un movimiento político. La primera se organiza en torno a la personalidad de un líder, que en su figura (y sólo en ella) representa a todos. Él es en sí mismo la doctrina y el único elemento aglutinador de la experiencia colectiva y hasta del proceso político. Esta etapa, provisoria y ligada a los inicios de un movimiento, necesariamente debe ser reemplazada posteriormente por la etapa institucional. En ella el movimiento entra, como si dijéramos, en su madurez. Lo que lo une no es una persona, es una doctrina. Que trasciende a la vida orgánica de quienes la piensan y recrean. Y lo que ordena a este movimiento no es ya la palabra del líder, sino la organización. Que, como sabemos, vence al tiempo. El pensamiento de Perón es tremendamente moderno y modernizador. Mucho más que aquello que quienes no lo leen (sean peronistas o no peronistas) suelen creer. Del líder carismático al movimiento organizado por criterios apersonales y unido por una doctrina. En una palabra, racionalización. El culto a la personalidad es en el peronismo mucho más un elemento aportado por el fanatismo de los recién llegados que una parte importante del pensamiento de su líder fundador.

En la etapa gregaria, además, el conductor del movimiento y el líder del Estado coinciden. Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández son ejemplos de esto. En la etapa institucional, por el contrario, esa coincidencia no es necesaria. Como pasa en tantos lugares del mundo. Una cosa es el Estado, otra el movimiento. Un diputado peronista decía hace algunas semanas que la etapa gregaria del movimiento peronista ha concluido. Es decir, que estamos pasando a la etapa institucional. Dicho de otro modo, que la asunción de Scioli el próximo diciembre significará su toma de posesión como presidente. Y nada más. Que el movimiento nacional seguirá siendo conducido por Cristina. A esa idea apunta casi todo lo que se dice hoy en la militancia kirchnerista. Scioli al gobierno, Cristina al poder. La noción de que Scioli va a ser presidente, pero que la conducción de hoy será la conducción del mañana. En buena parte de nuestra militancia se pasó de criticar a Scioli hace algunos meses (“es mi límite”) a apostar a ganarle en las paso, primero, (“con un candidato que exprese la profundización”) y a condicionarlo, finalmente (“le pusimos un vicepresidente”). Las tres fases eran presididas por tres frases que tranquilizaban a los propios y ocultaban lo obvio: que la política se ordena por los votos, que los votos los pone el peronismo y que el candidato más competitivo del peronismo (que siempre necesita ganar) era y es Daniel Scioli. Es posible que hayamos pasado a la etapa institucional. Y eso sería muy saludable y una buena noticia. Pero hablando desde el crudo pesimismo de la inteligencia: ¿qué elementos tenemos para pensar que eso será así y no de otro modo? ¿Cómo sabemos que no es más una expresión de deseo que un análisis político realista?

En verdad, el único peronista que condujo hasta hoy el movimiento sin ser presidente fue su propio fundador. Durante unos pocos meses en 1973, Juan Perón fue líder indiscutido durante la presidencia de Cámpora. La frase tan en boga hoy es una reedición de esa experiencia. Cámpora al gobierno, Perón al poder. Fue algo excepcional por varios motivos. En primer lugar, por las restricciones legales que impidieron a Perón ser él mismo candidato en aquellas elecciones. Segundo, por la larga proscripción de la que salía el movimiento. Tercero, porque como ya dijimos el implicado era el fundador del movimiento. Cuarto, porque sólo duró unos meses y aun en ese breve tiempo fue una experiencia problemática. En el resto de la historia del peronismo, siempre que hubo un presidente peronista, el jefe de Estado fue también jefe del movimiento. El propio Néstor Kirchner fue el encargado de explicar esto de la manera más contundente: en votos. En el año 2005, el chirolita de Duhalde que ahora era jefe de Estado, oficializó lo que ya venía insinuando: que el presidente conducía el movimiento, más allá de quién le hubiera hecho lugar para llegar hasta allí. A partir de 2016, es difícil pensar que esta característica tan largamente presente en el peronismo desaparezca de un día para el otro. La maquinaria peronista funciona a partir de los votos, que son su combustible, y de la gestión desde el Estado, con los recursos que eso implica. Sobre la primera, si bien el kirchnerismo como identidad y como proceso tiene apoyos que trascienden al peronismo tradicional y muy probablemente conserve ese capital pos2015, nadie podría afirmar que la mayor parte de los votos que darán la victoria a Scioli serán aportados por Cristina y no por los históricos votos peronistas. Aun más, Duhalde puso los votos para que un virtual desconocido fuera presidente, y ese desconocido le ganó electoralmente dos años después. Por supuesto, eso da cuenta de la impresionante habilidad política de Néstor Kirchner. Pero eso no debe hacernos olvidar lo diferente que es en la Argentina encarar una campaña política desde el Estado y fuera de él. Y lo que significa para gobernadores e intendentes negociar con un presidente en funciones o con un expresidente.

Un expresidente peronista dijo hace algunos días que “creer que se puede ser jefe del movimiento sin estar en el cargo es no conocer al peronismo”. Sin llegar a esos extremos, sí queremos decir en estas líneas que autoconvencernos de que la conducción del peronismo hoy será la conducción del peronismo de mañana quizá nos traerá a la larga más problemas que soluciones. Porque, si bien es una posibilidad, la otra alternativa es igual (o bastante más) probable. Y esa otra alternativa (que Scioli conduzca) tiene de su lado toda la experiencia previa del peronismo. Y siempre se puede cambiar, pero el comportamiento pasado suele ser el mejor predictor del comportamiento futuro. En definitiva, se trata de hacer análisis políticos racionales, realistas, con el pesimismo de la inteligencia. Nos gusten o no. Pero jamás crearnos sin elementos de la realidad un mundo de fantasía que tranquilice nuestras conciencias. Las expresiones de deseo no son nunca un buen diagnóstico político. Y desarman con miras al futuro. Es necesario ver la realidad tal cual es, por más cruda que sea. Sólo así es posible transformarla.

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Martín Schuster

Sociólogo (UBA) // Twitter: @MartinSchus