Elisa, Hanna y la maldad Radical

«Ejercer el poder corrompe; someterse al poder degrada»
Bakunin

Allá por 2004 Elisa Carrió fundaba el Instituto Hanna Arendt. Desde él conseguiría fondos de Estados Unidos y Europa para desarrollar una inmensa labor propagandística en contra de las políticas públicas de inclusión de los sectores mas relegados de la sociedad en nombre de algo que llamó “republicanismo”.

Con la represiones a trabajadores Pepsico y Cresta Roja, con la expulsión de la Carpa Docente y con los Panamá Paper y los negociados y corruptelas del PRO a Lila se le vuelve más dificultoso hablar de republicanismo.

La chaqueña tan sólo un discursea viendo corrupción hacia atrás. Y constantemente reescribe el pasado. Por eso no resiste archivo alguno.
Elisa encarna “el mal radical”, ese donde según Hanna Arendt el individuo, consciente de que su acción es moralmente incorrecta, deliberadamente la ejecuta. Desde el prestigio que ha construido desde los medios corporativos miente y difama y cumple una importante función: construye un verosímil en el cual creer. Si ella está ahí eso es verdad. Porque ella es honesta.

Así es cómo llegamos a que miles y miles de personas crean que Walt Disney está congelado y Santiago Maldonado no estuvo desaparecido por dos meses y que había un 20% de probabilidades de que esté en Chile.

Castoriaidis dice que muchas veces queremos creer no saber. La verdad da miedo porque cuestiona nuestras creencias, porque introduce dudas y matices, porque nos saca de la comodidad de nuestras certezas.

Pero con los aprietes a la prensa, con el cierre de medios y la persecución a periodistas, con una fuerte censura económica, con las represiones a los laburantes y con la retórica autoritaria y la agresiva ignorancia de la verdad del PRO.

Pero “los hechos” son definidos por los medios y por los personajes que los medios crean, tal como lo hicieron con Lila. Y con argumentos repetidos, simplificados y falsos culpan a chivos expiatorios y ofrecen soluciones fáciles antes que el análisis más profundo que conduce a opiniones informadas.

Según escribió Arendt, en «Los orígenes del totalitarismo», los líderes totalitarios a principios del siglo XX basaron su propaganda en esta suposición:

«Uno podía hacer creer a la gente las más fantásticas declaraciones un día y confiar en que, si al día siguiente recibía la prueba irrefutable de su falsedad, esa misma gente se refugiaría en el cinismo. En lugar de abandonar a los líderes que les habían mentido, asegurarían que siempre habían creído que tal declaración era una mentira, y admirarían a los líderes por su superior habilidad táctica.»

Y Lila se presta a eso. Por eso su maldad es radical. Pero su actual entonación pastosa, sus frecuentes ahogos, sus cuasi delirios parecen dar cuenta de que en algún lugar Lila es que no puede ser banalmente mala. No puede transformarse en una mera pieza de una trama discursiva. Tal vez problemas son problemas de conciencia o tal vez sea su ego.

Como sea la cosa parece una encerrona pero no lo es. Nos queda la parte de Hanna que Lila no leyó: el juicio crítico, que enlaza con la idea de Kant de pensar por uno mismo, de modo independiente y sin prejuicios, a lo que se añade la necesidad de ponernos en el lugar de los demás.
Se trata de trabajar en hacer conscientes consecuencias de nuestras acciones. Las sociedades totalitarias no suelen llegar de repente y por eso es importante mantener siempre el espíritu crítico y el diálogo abierto.

Para que Lila pueda ser pueda ser del Pro o coquetear con Pino Solanas. Pueda decir que Macri es malo y que Macri es bueno. Pueda ser radicalmente mala, pero a nosotros no nos de lo mismo.

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Christian Dodaro

Dr. en Ciencias Sociales. Docente UBA