Con los resultados de las PASO, un militante se lamentaba en Facebook: “¿cómo puede ser que la misma ciudad del 20 de diciembre de 2001, hoy esté votando masivamente al PRO?¿Qué pasó?”.
Antes de adentrarme en el texto, vale aclarar la necesidad de un espíritu crítico para hacer política. Las definiciones atemporales y ahistóricas al estilo “la ciudad es de derecha y/o gorila” condenan a quienes la pronuncian a la marginalidad política; a resignarse a poder constituir una voluntad mayoritaria. En cambio, el espíritu crítico permite en cambio comprender, indagar, y por lo tanto brindar una respuesta, una propuesta política. Para lograr esto, es menester superar los límites imaginarios del ámbito político para tener una visión social, integral. Es erróneo pensar que se pueden ganar las elecciones por mera ingeniería electoral, propuestas de gestión o marketing sin adentrarse en el denso mundo de la sociedad. Nadie niega lo importante que son estas herramientas, pero solo son útiles bajo determinados contextos.
Antonio Gramsci, dirigente y filósofo del comunismo italiano, en su análisis, ligaba la actividad política a la vida cotidiana de las personas. A diferencia de la politología, que centra su análisis en el sistema político-institucional y ve lo ideológico como meras identidades contrapuestas, Gramsci sostenía que una ideología era “una concepción del mundo con una norma de conducta acorde”. En consecuencia, la hegemonía de un partido no se conseguía por una mera suma de votos, ni por agrupar sectores dispersos sino por medio una concepción político-cultural, que se hiciera carne en el pueblo, a través de sus diferentes realidades y frente a otras ideologías con las que disputaba. Esta concepción, ideada e impulsada por el Partido en la sociedad, sería la que moldearía las preferencias electorales de los votantes
Desde el primer momento, como orden social, el capitalismo genera pautas culturales. El filósofo catalán, Joaquín Mirás, sostiene que el capitalismo no es solo una relación salarial o la existencia de un determinado porcentaje de obreros fabriles, sino que es sobre todo un orden social cultural, un determinado tipo de civilización, que genera pautas para la vida cotidiana. Estas pautas son las que permiten la asimilación de la sociedad de la concepción política dominante. Valores como el consumismo, individualismo y el imaginario de ascenso social son los que genera el capitalismo frente a los impulsos sociales asociativos de solidaridad, fraternidad e igualdad.
La victoria y el kirchnerismo
Luego de la crisis del 2001, el neoliberalismo se encontraba fuertemente debilitado en el país. Había un profundo rechazo a los Bancos, Estados Unidos y sus políticos gestores en el país. El rechazo al neoliberalismo supo expresarlo Néstor Kirchner con su político progresista en materia social y económica, su condena a los genocidas y a la dictadura, su enfrentamiento con el FMI por la deuda, etc. El apoyo que logró con esta política fue masivo. Sin embargo, a partir del kirchnerismo, con el sostenido y constante de los salarios y beneficios económicos, las clases populares dejaron poco a poco atrás su visión crítica del sistema y comenzaron a reconciliarse con este, asimilando una cultura de consumo y notable mejoría. El salto económico que ha dado el kirchnerismo significó para el pensamiento neoliberal un nuevo terreno donde sembrar bases sociales.
La reconciliación como la moda o poder estar a tono con la tecnología. Implica también creer en sus propuestas de vida como las ideas de éxito, ascenso social. Este orden social ofrece la realización personal mediante el consumo, estar a la moda, que implica una pareja reconocida socialmente, cuya consecuencia final es el respeto y el reconocimiento de los pares. Este orden social puramente capitalista rompe, o por lo menos choca, con un orden social comunitario. En un clima económico favorable, como el actual, donde además existe una fuerte política de inclusión social, esto implica una nueva camada de clases medias –su ensanchamiento como clase- con nuevos hábitos y en plena mutación hacia una cultura que los ligue a su nuevo contexto de vida económica.
La hegemonía del PRO: mucho más que consignas
Pensando las consecuencias de vivir en una sociedad capitalista y su concepción, es de donde podemos partir para pensar algunas causas de la hegemonía macrista en la ciudad y su ascenso a nivel nacional.
El 26 de abril, fecha del PASO porteñas, también se cumplió un aniversario de la brutal represión en el Hospital Borda por parte de la policía metropolitana (macrista). En ese entonces el repudio y las actividades en contra fueron masivas. A dos años, solo el recuerdo perdura; y los juicios a los militantes que resistieron (mientras la cúpula del PRO fue absuelta). El año pasado también fue masivo el repudio a la clausura de centros culturales; hasta se logró que se vote la ley de centros culturales. También la gestión de la ciudad ha sido mala. Teniendo un presupuesto más alto que nunca, la ciudad se encuentra peor que ocho años atrás. Los hospitales y las escuelas están peor. El subte es más caro y también funciona peor. La política cultural se ha degradado, etc.
A pesar de los ejemplos de rechazo al macrismo en la ciudad, el PRO continúa con un apoyo inquebrantable. El PRO no solo no se ha debilitado en la ciudad, sino que se expande en los principales distritos del país. La sorpresa de la expansión macrista es inevitable cuando uno ve los pocos resultados de su gestión y la capacidad mediocre de su dirección política.
El PRO tiene su base en el individualismo que estimula el capitalismo. Su relato para justificar estos diez años se cementa en sacrificio personal para el ascenso económico y no en un logro colectivo llevado adelante por un gobierno comprometido. De una manera envidiable, en su estética de propaganda se expresa su ideología; un partido político que se parece más a una marca de consumo.
La salvedad que se podría hacer es que hay un voto de niveles socio-económicos bajo que va masivamente al PRO. Hay dos notas periodísticas de los últimos días que vale la pena leer para conocer mejor el entramado del bloque político del PRO. La primera se llama “De Evita a Mauricio: El PRO villero”, una entrevista al presidente de los jóvenes PRO y referente villero. La otra nota es “Como en Amsterdam”, una crónica de los encuentros con vecinos de Rodríguez Larreta. Ambas notas, ejemplifican, desde vivencias, como se construye la hegemonía del PRO desde abajo.
Límites y posibilidades
La pregunta es entonces ¿El kirchnerismo tiene la culpa del ascenso macrista? La respuesta es No. Este fenómeno excede al kirchnerismo, pero aún así es importante remarcar la necesidad de una profunda transformación político-cultural que acompañe el desarrollo económico.
Por eso la pregunta debe ser más bien ¿es inevitable el fenómeno del PRO? ¿Qué puede hacer el kirchnerismo para parar al PRO?
En principio surgen dos posibles respuestas, a mi modo de ver, erróneas. La primera, puesta bastante en práctica, es intentar centrar la política en la ciudad a una cuestión de gestión del Gobierno de la ciudad, reducir la disputa política a una disputa tecnocrática. Así, en este caso, el kirchnerismo se presenta como una fuerza más seria y capaz para gestionar frente a la capacidad mediocre del PRO. Entendiendo el componente de “clase media gorila”, evita expresar su ideología, puesta de manifiesta a nivel nacional, para buscar jugar en el mero terreno técnico-político.
Sin embargo, a pesar de la voluntad política, para los votantes porteños con su nueva cultura arraigada, la opción de “gestión” kirchnerista no es creíble; implica una sensibilidad social, que se expresa a nivel nacional, que no tiene nada que ver con sus valores individualista. Casi que hay un voto orgánico de clase. A pesar de los discursos, aunque sea intuitivamente, las personas votan mucho más que el arreglo de una calle. Votan valores, empatías, esperanzas, afinidades, etc. es decir concepciones.
La otra opción errónea que parece hacerse presente es la opción “economicista”. Es decir, resignarse a ganar la ciudad comprendiendo el mayoritario buen nivel de vida. La otra alternativa bajo la misma opción es creer que solo un retroceso económico del país, con sus consecuencias sociales, puede horadar en la concepción neoliberal-
individualista impregnada en los porteños y, de este modo, lograr un avance de una propuesta política progresista.
Sin embargo, existe otra posibilidad que pueda constituirse como voluntad mayoritaria y que no esté atada a una visión economicista. Aún con un crecimiento económico importante, es posible formar una cultura, una vida cotidiana, social, democrática y solidaria. Aunque quizá no haya alcanzado, el kirchnerismo ha forjado las bases para una nueva cultura; los hitos en derechos humanos son un ejemplo. En la ciudad, como fenómeno indirecto, también está la emergencia masiva de actores culturales, autogestivos, independientes, etc. Las prácticas comunes, asociativas, ligadas a lo público, son la vía hacia una cultura contrapuesta a la concepción neoliberal que expresa el macrismo. Para que esta cultura asociativa sea hegemónica se debe realizar un gran esfuerzo, una acción profunda para modificar la sociedad. Si contamos con cientos de radios barriales, medios de comunicación, revistas culturales, sindicatos, clubes, asociaciones de jubilados, murgas, hasta consorcios de edificios, es decir distintos actores públicos, conscientes de su rol político y actuando en consonancia es posible disputar con éxito la hegemonía de la ciudad.
Se trata en el fondo de cambiar la forma de vida de la sociedad, sus valores y su vida cotidiana. Es una tarea titánica, sí, pero de eso se trata la política.