A mediados de julio Hernán Brienza escribió una columna contra el peligro de la reprimarización de la economía argentina y alertando sobre el proceso de regresión de los términos de intercambio comercial, que implica el fin del boom de los commodities y el «viento de cola». Allí se cita a Jaurecthe (que explicó el fenómeno políticamente en forma muy clara, mientras Presbich y la CEPAL lo hacían económicamente desde la academia) de un modo como mínimo «extemporáneo», ya que Don Arturo escribió en los años ´60 y hoy el mundo es otro, por la aparición de los BRICS en general y China en particular. Esa columna, que además cierra citando a Belgrano, mereció un socarrón comentario: «sobra pensamiento nacional y falta geopolítica».
Si sabemos que la irrupción al mercado mundial de millones de productores y consumidores en China e India a fines de los años 90 implicó una demanda de alimentos y materias primas -que es el origen del boom de los commodities-, se impone la pregunta: ¿Esta caída, es circunstancial o permanente?
Aquí es donde consultamos a los economistas, ya que la mencionada teoría de Presbich y la CEPAL han hecho escuela. Esta teoría de la posguerra, llamada Teoría Secular de los Términos de Intercambio básicamente dice que siempre un bien industrializado o un bien de capital tendrán mayor precio que un bien primario, recurso natural sin industrializar. Para decirlo en criollo: que un kilo de máquina siempre saldrá más que un kilo de carne. ¿Por qué? Porque en el proceso de agregado de valor, el obrero tiene un sindicato que puja y se apropia de parte de la ganancia, que se traslada al precio final. Eso no pasa en el producto primario, generalmente de uso de mano poco intensiva (¿cuántos peones hacen falta para manejar una estancia? Pocos) y sin sindicalizar. Ahora bien, el modelo productivo chino hace explotar esta ecuación a fines de los años ochenta con lo que se conoció como «deslocalización» de empresas del primer mundo, que se «mudan» a producir a China por el bajo costo de mano de obra. Bajo costo que permite su escala (sus millones en población) y el hecho de que para los chinos es negocio: ese obrero que gana dos pesos es hijo de un campesino que sufrió hambrunas, vive en una ciudad con servicios básicos como luz, agua y gas, y su hijo tiene chances reales de ser universitario. La movilidad social ascendente existe en China y se cumple el milenario «mandato del cielo».
¿Que significó esto? El tremendo abaratamiento de los bienes industrializados, «primero de las herramientas y luego de las máquinas de hacer herramientas», donde China se va llevando puesta a su competencia inglesa, alemana, yanqui. El primer mundo deja de «fabricar» y se concentra en la investigación y desarrollo (I+D), la biotecnología, nanotecnología, robótica, industria del software y demás. Junto a la industria armamentística, demandante y complementaria de lo anterior, que las potencias jamás abandonarán por razones «de estado» y geopolíticas.
Entonces con millones de chinos «fabricando» barato y saliendo de la pobreza de a cientos de millones por década, «comiendo», de repente un kilo de herramientas sale menos que un kilo de soja. Hoy China ya no crece a 10% anual («tan solo a 4%»), entre otras cosas porque USA y Europa, que son sus mercados, demandan menos, pero también porque China ha priorizado su mercado interno («redistribución del ingreso») como motor de crecimiento frente a las exportaciones, en un delicado juego de equilibrios donde también pesan las desigualdades regionales, el problema de la contaminación y la corrupción en las altas esferas del gobierno, que es la agenda interna que manejan. Sin embargo, ¿Dejarán de comer los chinos?
Soja y petróleo: factores financieros y geopolíticos
Volviendo a la pregunta que origina la columna (¿Los commodities vuelven a la baja permanente porque se impone la ley secular de los términos de intercambio comercial, o es algo pasajero por que los BRICS garantizan demanda?), hay que decir frente al precio del petróleo y de la soja derrumbados, que estos precios tienen varios componentes. El básico es la oferta y la demanda, donde si la crisis internacional destruye industria y hay menor demanda energética, es normal que haya menor demanda de petróleo. Sin embargo, otros factores juegan, en un mundo donde el capital financiero ha subordinado al industrial.
En el caso del petróleo, Estados Unidos nunca fue un exportador nato, ya que a pesar de contar con petróleo propio, gracias a su gran complejo industrial la demanda interna siempre requirió más petróleo del que disponía, oscilando entre el auto abastecimiento y la importación. Se sabe que durante la Guerra Fría, Estados Unidos jugaba la carta de las guerras en medio oriente para mantener el petróleo barato, ya que ese era el talón de Aquiles de la Unión Soviética. Sus grandes gastos por la «carrera espacial», que no lograba solventar con exportación de bienes de consumo (su industria era «pesada», orientada a bienes de capital y maquinaria) la dejaba presa de sus exportaciones de petróleo, donde una baja del precio le afectaba profundamente su balanza comercial. Luego de una «sed» de petróleo exacerbada a principios de los años 2000, que implicó la invasión a Irak y el intento de golpe de estado en su tradicional abastecedor Venezuela, Estados Unidos se orientó al desarrollo del shale-oil con el que logró otra vez el auto abastecimiento recientemente. Si sumamos su tradicional alianza geopolítica con Arabia Saudita (que opera en la OPEP a su favor), USA logró tirar el precio internacional para abajo, lastimando a los exportadores de petróleo con «menor ventaja comparativa»: Rusia, Irán, Venezuela.
Esto es una buena y mala noticia para Argentina. En el corto plazo es buena porque alivia el déficit energético y comercial argentino, generado por importaciones de combustibles considerables luego de la debacle privada en YPF. En el largo plazo es una mala noticia porque sin precio alto del petróleo no hay desarrollo de Vaca Muerta posible, no habría inversiones. Lo mismo le sucedería a Brasil con el petróleo off-shore (en aguas profundas) Sin embargo el petróleo sigue siendo un recurso no renovable, que se agotará en algún momento y constituye la savia vital del modelo industrial de sociedad de consumo, con lo cual, eventualmente en pocos o muchos años, volverá a subir su precio. En ese sentido expertos dicen: «Si el precio sigue muy bajo, el shale (proyectos a mucho más largo plazo que petróleo convencional) va a seguir cayendo y deja de ser rentable, USA va a tener que volver a importar, y ahí Arabia Saudita lograría su cometido, porque puede vender a 50 y ganar igual por sus bajos costos, pero a ese precio el shale y el offshore dan pérdida. Veo el precio de WTI en 56-60 a fin de año, 70 a fin del año que viene y posiblemente estabilizándose en 80 en el 2017».
La soja se explica de otra manera. Tiene un componente financiero considerable, donde los «capitales golondrinas» invierten en el corto plazo al igual que en otros commodities o migran, inflando o no (incidiendo en) el precio. Hoy que la Reserva Federal de USA aumenta la tasa de interés, lo que significa que premia el ahorro en dólar y funciona como una «aspiradora de capitales mundial», ese capital golondrina migra hacia allí e incide a la baja en el precio de los commodities, eso existe. Sin embargo, si se toma en cuenta que el mejor precio de la soja en 2008 coincidió con períodos de sequía importantes en USA (el primer exportador mundial de soja, seguido de Brasil y Argentina) y que el real brasilero devaluó fuerte haciendo más atractiva su oferta de soja, se entiende la caída del precio por sobre oferta, ya que la demanda China no cayó estrepitosamente.
Eso nos lleva a la actual «guerra de monedas» en el mundo, que es la forma en que se traslada la crisis económica entre los países, discusión que anticipó en este mismo medio en su columna del domingo Pablo Papini y a la cual la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se refirió esta semana reiteradas veces. Con Rusia devaluando, China devaluando, Brasil devaluando, Argentina ¿qué debe hacer? La presidenta argumenta que no hay evidencia de que las economías que devaluaron hayan tenido un repunte en sus exportaciones, y que más bien es contraproducente, porque acentúa el peso de la deuda externa en los países emergentes (hace falta más moneda local para pagar la misma deuda en dólares que antes de la devaluación).
Sin embargo, Argentina se encuentra hoy fuertemente desendeudada y es un secreto a voces que el tipo de cambio argentino está retrasado, lo que puede verse en el estancamiento de las economías «regionales» (cuyo nombre no inquieta a los capitalinos por sonar lejano, deberían llamarse «todo lo que exportamos que no es soja»).
Dice al respecto la Revista Bastión Digital en su artículo La Crisis del Sector Externo:
«Estos fenómenos son los que están indicando que el sector transable atraviesa una crisis de competitividad que excede a la evolución de los precios internacionales. Un cúmulo de desequilibrios y elementos de la política económica interna pesan sobre el sector: fundamentalmente el atraso cambiario como consecuencia de años de alta inflación acompañados por una tasa de devaluación siempre menor, que en los últimos meses se ha visto incrementado como consecuencia de la revalorización del dólar por parte de todas las monedas del mundo. A la evolución del tipo de cambio real se suman otros factores de relevancia como el aumento persistente de la presión tributaria durante toda la década, la implementación de múltiples trabas y requisitos para la exportación, las deficiencias de infraestructura, entre otras, que aumentan los costos de las actividades transables y restan rentabilidad y competitividad. Es indispensable concebir la corrección cambiaria necesaria dentro de un plan económico consistente y abarcativo de otros frentes como el fiscal y el monetario. Si sólo se realizan correcciones en la cotización del dólar, se repetirá el escenario de enero de 2014 donde la devaluación de casi el 25 % efectuada en dos días perdió todo efecto real al cabo de 8 meses y, para septiembre, el TCRM se encontraba en el mismo nivel previo como consecuencia de una aceleración inflacionaria».
Plantear el dilema en «devaluación SI/NO» es de brutos, ya que se habla de cómo evitar una devaluación brusca (Duhalde) que generaría pobreza al castigar al salario real. ¿Cómo hacer para ajustar el tipo de cambio gradualmente y qué otras herramientas se necesitan para complementar el esfuerzo y aumentar la productividad de los sectores productivos y que no quede tan solo en una medida coyuntural?
No es ningún secreto que el modelo inaugurado en 2003 siempre apostó a un tipo de cambio administrado, de «flotación sucia», donde el Banco Central interviene comprando o vendiendo dólares para mantener un tipo de cambio competitivo. Esa política se inició sobre la «base» de la devaluación de 2002, «manteniendo el margen» del 3 a 1 original. Ese margen hoy se esfumó. Hay que volver a lograr un «tipo de cambio de equilibrio desarrollista» (TCE-D), que Aldo Ferrer define como: «aquel que busca retener el ahorro argentino, promover el compre nacional, diversificar e incorporar valor agregado a las exportaciones, y desalienta los capitales especulativos». Implica que el tipo de cambio impulse las exportaciones y estas generen divisas para consolidar las reservas del Banco Central, pero también que el Estado sea capaz de «abrir espacios de rentabilidad» en los sectores que apueste a desarrollar, con políticas de promoción.
Sobre ese «tipo cambio de equilibrio desarrollista», que fomente las exportaciones para apalancar la industria como ya se hizo cuando el modelo tenía sintonía fina, deberían aplicarse políticas de incentivo a la productividad, como beneficios fiscales y créditos blandos a quienes reinviertan cierto porcentaje de sus utilidades en la modernización tecnológica de sus empresas. El Estado nacional cuenta con herramientas fiscales y crediticias complementarias al tipo de cambio que garanticen ampliar los márgenes de rentabilidad para reimpulsar sectores productivos, evitando que la única e ineludible variable sea el salario real. Debe tener «palo», pero también «mucha zanahoria» con una política de fuertes incentivos a quienes inviertan en productividad.
Ese es el horizonte al que hay que apuntar para salir de este esquema de subsidios generalizados, insostenible en el tiempo y lograr la «sintonía fina».