Por Facundo Matos Peychaux
Parafraseando al histórico periodista deportivo Dante Panzeri, la política bien podría ser “la dinámica de lo impensado”. Cuando Daniel Scioli ya empezaba a pensar en cómo buscaría la reelección presidencial en 2019 y Aníbal Fernández planeaba su salto del sillón de Dardo Rocha al de Rivadavia, la política volvió a mostrar que los cisnes pueden ser negros y las terceras fuerzas, alcanzar el poder. Pero eso fue solo el comienzo de una sucesión de imprevistos. Gobierna el país una coalición de centroderecha elegida democráticamente que tiene por ley al Excel del mercado, no se inmuta a la hora de ajustar, promover aumentos y retroceder en dónde no le dejan avanzar, pero que así todo, ¡mantiene buenas chances de ganar en el principal distrito del país en estas elecciones! Más sorpresivo aún, sus chances de ganar están atadas a cerrarse sobre su núcleo duro como hacía Cristina Fernández, que ahora apela a ampliar su base social y electoral.
El desplazamiento cristinista
Viernes, 15 de octubre de 2010. River está repleto y no juega el equipo de Ángel Cappa. Comparten el escenario Hugo Moyano, líder de la CGT, Cristina Fernández, presidenta, Néstor Kirchner, y buena parte de la dirigencia pejotista. Detrás de ellos, bombos, dedos en V y en la mayoría de las banderas y camisetas, el logo de la central obrera, las caras de Perón y de Evita, el escudo peronista u otros componentes de la liturgia peronista.
Viernes, 27 de abril de 2012. El estadio es el de Vélez Sársfield y las banderas ahora dicen La Cámpora, Nuevo Encuentro, Miles, Movimiento Evita o directamente, Unidos y Organizados. El escenario lo protagoniza Cristina, lo llena la dirigencia kirchnerista y lo completan algunos peronistas.
Martes, 20 de junio de 2017. Ahora Arsenal de Sarandí, el club de los Grondona, es anfitrión. No hay bombos, ni banderas, ni dirigentes sobre el escenario. Solo Ella y “las víctimas del ajuste macrista”, un coro de “ciudadanos” que reemplaza a los “compañeros”.
Cristina optó por desplazarse hacia la izquierda, pero también hacia arriba. Si Pierre Ostiguy divide el espectro político argentino en cuatro cuadrantes sumando al eje izquierda-derecha la distinción entre “lo bajo” (popular, tradicionalmente peronista; la Tercera Sección Electoral, para ponerle nombre) y “lo alto” (políticamente correcto, plural, multicultural; Caballito), Cristina pisa fuerte en lo bajo-izquierda y está saliendo a buscar lo alto-izquierda. Con una construcción despejotizada y desperonizada con aires al primer kirchnerismo, el de la Concertación Plural y la transversalidad, el de antes de que Néstor se hiciera del PJ, el del polo centroizquierdista de Di Tella.
Ayudada por el hecho de que Cristina es todavía, a los ojos de la opinion pública (en especial en la provincia más grande del país) la más clara referente de la oposición al macrismo.
Consultado cualquiera sobre quién es la figura más opositora del ajuste que lleva Adelante Cambiemos, pocos dudarían en señalar a la ex presidenta. Si la población quiere votar en contra del Gobierno (y le sobran los motivos, como diría Sabina, en el GBA), ni Randazzo, que se ausentó más de un año, ni Massa, que osciló entre el oficialismo blue y la oposición pueden ocupar ese lugar, por más campaña opositora que hagan ahora. La mayoría de los votos se deciden antes de la campaña Para buena parte de la población, la gobernabilidad es de derecha, y por acción u omisión ambos la aportaron. Y para votar a la derecha, está Cambiemos.
Amarillo puro
Mientras tanto, Cambiemos apuesta a su núcleo duro y confía en que alcanza. Si bien es cierto que no hizo nada para ganar adeptos, no es menos cierto que tampoco hizo para alienar a los propios, ese 34% que lo votó en la primera vuelta presidencial de hace casi dos años. Las encuestas ratifican ese piso y los antecedentes convalidan la estrategia: quien ganó las elecciones de medio término en la provincia de Buenos Aires, sacó siempre más de 35%, pero rara vez más de 40%. Cuanto más dividido estaba el peronismo, menos se necesitó para encabezar.
En ese sentido, la estrategia es conservadora, pero puede rendir sus frutos. Apelar al núcleo duro es seguro. Ni la caída del consumo, ni los tarifazos, ni el 2×1, ni los despidos en Pepsico van a afectar a la base electoral consolidada de Cambiemos, como ni el cepo, ni las cadenas nacionales ni el pago al Club de París le sacaron votos kirchneristas a Cristina.
En última instancia, las próximas elecciones las definirá la arquitectura: competirá el piso de Cambiemos con el techo de Cristina.