“El peronismo en la era del neopopulismo”

Por Julian Goldin

Para cualquier cientista social, las definiciones y categorizaciones se presentan como una tentación permanente. Profundizar y complejizarlas es parte de nuestro quehacer diario, como así también la laboriosa tarea de ubicar conceptos dentro de categorías que son aún más amplias, como si fueran las piezas de un rompecabezas.

Hace mucho tiempo se llegó a la conclusión de que la Política no hace referencia simplemente a los «asuntos de la polis», definición algo textual que primó desde sus orígenes griegos. Así también que la República no implica solamente la «cosa pública», acepción algo más literal y reducida, heredada desde las épocas romanas. La modernidad ha aportado nuevos y más complejos debates que ayudaron a profundizar la temática, aunque la post-modernidad pareciera decirnos que ninguno de estos conceptos será definitivo.

De todas maneras, como afirmara Bernardo Canal Feijóo: “Una vez de acuerdo sobre el significado de las palabras, ¿para qué seguir hablando, de que ya?”. Y es en este sentido que nuestra Argentina siempre tiene algo de qué hablar. Aunque dentro de un marco académico altamente europeizado, muchos cientistas sociales argentinos buscan permanentemente crear categorías que desde lo teórico se adapten mejor a nuestra realidad local y regional. Mario Wainfeld comentaba siempre las desventuras de aquel politólogo sueco que escribía su tesis de posgrado sobre la Argentina, y que siempre terminaba al borde de un colapso nervioso. Todo como una metáfora de la imposibilidad de adaptar nuestra realidad a los cánones y categorías europeas de conocimiento.

El Peronismo implicó sin dudas un gran escollo en el debate académico. ¿Cómo clasificarlo? ¿Dentro de qué tipo de dominación weberiana podríamos ubicarlo? ¿Se trata de un fascismo moderado con un fuerte corporativismo de estado; de un socialismo nacional; o de un movimiento de masas con un liderazgo populista a la latinoamericana?

Es dentro de esta última posibilidad donde creemos que han surgido los más valiosos aportes para entender al peronismo desde una perspectiva más bien local y regional. Criticando el reduccionismo europeizante, el politólogo Ernesto Laclau enmarca teóricamente al peronismo como un populismo que apela a la articulación del pueblo en oposición al “bloque de poder” local. Se observa también una búsqueda de ruptura del status quo y de la construcción de una nueva hegemonía. A diferencia de Laclau, que generó un marco teórico de comprensión para el justicialismo, pareciera que uno de los grandes problemas del antiperonismo (y que le costó reiteradas elecciones), fue nunca poder entenderlo.

¿Es la Alianza Cambiemos un gobierno de derecha/neoliberal clásico? 

Resulta interesante ver como el politólogo argentino hace también una distinción entre populismo “de las clases dominadas” y populismo “de las clases dominantes”, comprendiendo dentro de este último la existencia de gobiernos de extracto derechista, pero que encarnan al mismo tiempo la ruptura de cierto status quo y que generan a su manera una corriente contrahegemónica.

Todas estas distinciones pueden extenderse y ser tenidas en cuenta en nuestros días, cuando paradójicamente desde círculos académicos y políticos opositores al gobierno de la Alianza Cambiemos vivimos una gran dificultad para clasificar o categorizar a este gobierno. No se trata este de un problema menor, ya que, si el eje de la crítica al macrismo suena asincrónico, es decir fuera de tiempo y lugar, es muy probable que ese mensaje no llegue nunca al grueso de la población, que mayoritariamente apoyó a este gobierno en los últimos procesos electorales.

El desconcierto opositor aumenta aún más ante el avance de cierta agenda progresista en el congreso, como lo serían el debate por el aborto (que el anterior gobierno no permitió) y algunas otras leyes de impronta social como la de paridad de género y de la extensión de licencias por paternidad.

Como afirma José Natanson para Le Monde diplomatique: “Nitidamente recortado frente a un gobierno que para bien o mal se afirma en su mix de gradualismo neoliberal, políticas sociales y demagogia punitiva, el peronismo vacila”. Y esa vacilación de la que Natanson habla proviene tanto de la carencia de nuevos liderazgos con proyección nacional (que sepan cómo usufructuar políticamente los traspiés del gobierno), como del alto grado de fragmentación y de la falta de un discurso coherente, dado que como decíamos anteriormente, todavía no sabe siquiera cómo calificarse al adversario.

Neoliberalismo “desde abajo”,  Neopopulismo o Populismo “de clases dominantes”

Es por esto que nos realizamos una vez más la siguiente pregunta: ¿Es la Alianza Cambiemos un gobierno de derecha/neoliberal clásico? Seguro que no. Ya el acceso y la revalidación por vías democráticas suponen un cambio de paradigma para la derecha argentina. Porque más allá de que la mayoría de sus cuadros políticos provengan de ese espectro, su corte gradualista dista de ubicarlo como un típico gobierno neoliberal de políticas de shock. Existe dentro del “ala política” del gobierno (encabezada por Marcos Peña y con la omnipresencia duranbarbiana) una impronta de negociación constante con los actores a tener en cuenta.

No puede hablarse de un cese de las políticas sociales ni de la obra pública, aunque si de un redireccionamiento. En el oficialismo se entiende de la necesidad de ciertas continuidades respecto al gobierno anterior, con la tranquilidad de que nadie puede acusarlos por ello de kirchneristas. Porque fueron quienes encabezaron la batalla cultural contra una “vieja forma de hacer las cosas”, y sobre todo, porque ellos fueron quienes la ganaron.

Hay una búsqueda de continuidad política y se piensa mínimamente en otro mandato presidencial. Pero para eso es necesario manejar las variables económicas y es allí donde todavía el gobierno no ha ganado, y donde los índices son más bien preocupantes; con un desempleo que aún da pocas muestras de decrecer, con una inflación y con un dólar que se encuentran aún disparados.

Si en el peronismo escasean las figuras a nivel nacional, con Cristina Fernández como única figura de mayor proyección (aunque con pocas posibilidades para 2019), como predica Duran Barba en La política en el Siglo XXI, en Cambiemos los liderazgos parecieran ser reemplazables y hasta alternables. Se sobreentiende así que Maria Eugenia Vidal posee aún más proyección que Mauricio Macri, y que, en caso de algún traspié, Horacio Rodriguez Larreta y Marcos Peña se encuentran en una segunda línea.Se sobreentiende también que si no es alguno de ellos, puede ser cualquier otro, y prueba de ello es el triunfo del ignoto Esteban Bullrich sobre la ex presidenta.

Mientras que en el peronismo pareciera haberse perdido gran parte de la cercanía con sectores populares, Cambiemos habría hecho pie en una sociedad altamente fragmentada desde lo laboral (con altísimos índices de trabajo informal y de desempleo) y desde sus diversos intereses sociales. El famoso timbreo y el “puerta a puerta”, tomado de cierta tradición peronista, muestra políticos cercanos a los problemas de cada una de las personas, sean estos solucionados o no. Existe así una fuerte operación desde lo mediático y cultural. Como dijera el antropólogo Alejandro Grimson recientemente en una entrevista para Página 12 “Cambiemos no ganó (la última elección) porque pudo resolver todos los problemas sociales y económicos, que se agudizaron en los últimos años. Ganó porque pudo resolver la interpretación de la causa de esos problemas”.

Es así como bajo estas premisas podemos terminar hablando de un Neoliberalismo “desde abajo”, de un Neopopulismo, o de un Populismo “de clases dominantes”, retomando la concepción de Laclau. Cualquiera de estas categorizaciones suponen una fuerte disputa del sentido común, apelando a los sectores medios y a las clases populares, y que por ahora ha logrado más éxito del esperado.

Pero como afirma José Natanson en su artículo Todos unidos volveremos: “Entender la astucia del adversario y aprender de él no significa imitarlo: El desafío peronista consiste entonces, en evitar la tentación de copiar al macrismo, como se escucha a veces, un “PRO peronista” (…). El peronismo debe recorrer un camino propio y original para recuperar el poder, porque tiene recursos y porque es la razón de su vida”

Y desde estas líneas, retomando el recorrido histórico que realizara Hugo Chumbita en El enigma peronista, acordamos en que fue la democratización interna la que salvó al peronismo en una de sus peores crisis. Habiendo perdido físicamente gran cantidad de valiosos dirigentes (con la última dictadura cívico-militar), derrotado por el radicalismo en la vuelta de la democracia en 1983, el peronismo nunca pareció haber estado tan vencido como en aquel año. Sin embargo, volvió. La renovación peronista en los 80 implicó un fuerte cambio de paradigma, en lo que el politólogo Julio Burdman nombrara como una clara “desindicalización del movimiento”. Hoy, el movimiento peronista se encuentra ante un nuevo fenómeno: El de la “desestatización”, con la pérdida del poder ejecutivo nacional y de importantes provincias. Y es desde estas líneas donde creemos que es la misma democratización la que ya lo salvó y la que puede volver a salvarlo. Se resume en una sola sigla: PASO. Las que se negaron en 2015 y en 2017, pero las que en 2019, de no haber una solución mágica, resultarán indispensables.

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