Por Julian Goldin:
El populismo ocupó siempre un lugar marginal dentro de las ciencias sociales. Visto de reojo, con desdén, acusado hasta de antidemocrático por apelar a “valores irracionales» de la sociedad. Sin embargo, en la praxis política habitual, ocupa cada vez un lugar de mayor relevancia. El reconocido politólogo Ernesto Laclau podrá tal vez echarnos un poco de luz sobre el tema… De esta forma, afirmaba en la presentación de uno de sus últimos grandes trabajos (La razón populista, 2005): “El populismo no tiene un contenido específico, es una forma de pensar las identidades sociales, un modo de articular demandas dispersas, una manera de construir lo político”
Existen de todas formas algunas características comunes a todos estos procesos: Fuertes liderazgos carismáticos, la no-pertenencia (e incluso oposición) a partidos políticos del status quo, su habitual surgimiento en épocas de crisis o ebullición social, la apelación a valores sociales generalmente abstractos y la «estructuración» de movimientos heterogéneos alrededor de la figura del líder.
Así, desde fines de los 90 en Latinoamérica , se habló del ascenso y establecimiento de los populismos progresistas o de izquierda: Hugo Chávez, Lula Da Silva, Evo Morales, Rafael Correa, Nestor y Cristina Kirchner… En menor o mayor medida, representaron todos movimientos populistas basados en un ideario redistribucionista.
Todos de fuertes liderazgos, todos surgidos en épocas de relativa crisis y especialmente, todos en oposición a un status quo: La tecnocracia neoliberal, impulsada desde el consenso de Washington. El declive general de estos populismos, más de una década después, puede atribuírsele a varias causas. El vicepresidente boliviano Álvaro García Linera, habla de cinco elementos: Las contradicciones y la debilidad económica, la redistribución de riqueza sin politización, la escasa reforma político- moral (que repercutió en corrupción), la falta de continuidad de los liderazgos y la insuficiente integración económico-continental.
Sin embargo, resulta novedoso que la derrota de estos movimientos no se da ante la misma derecha neoliberal y tecnocrática con la que se habían enfrentado. Un sexto elemento que podría agregar Linera a su análisis es entonces la reconversión de la derecha (de tecnócrata a populista), como un fenómeno no solamente latinoamericano sino global.
¿La derecha se robó el populismo? Cabe aclarar que este no es de propiedad intelectual de movimientos de extracción izquierdista o progresista. Como afirmaba Laclau en otro de sus textos (Populismo: Qué nos dice el nombre, 2005), puede hablarse tanto de populismos “de las clases dominadas”, como de populismos “de las clases dominantes”. Y dentro de estos últimos podemos ubicar al reciente ganador de las elecciones en Brasil, Jair Bolsonaro. Sirven también de ejemplo Donald Trump en EE.UU., Mateo Salvini en Italia y el “no” al referéndum de paz en Colombia (con el fortalecimiento de la figura del expresidente Álvaro Uribe).
La derecha neoliberal entra así al juego populista y lo hace con soltura: Ante procesos de crisis económica (en Latinoamérica impulsados por la caída de los precios de las commodities), ante el supuesto cansancio por la corrupción, ante la decepción con los partidos tradicionales, ante sociedades fuertemente fragmentadas tanto en lo social como en lo laboral; líderes de la derecha (ya no tecnócratas sino populistas) logran interpelar a ese sujeto individual indignado. Y el neoliberalismo nunca tendrá problemas para apelar al individuo y a la competencia entre los mismos.
Desde cierto sentido común; buscan hablarle a ese norteamericano blanco de clase media desgastado por la crisis económico-industrial, a ese brasilero hastiado de la corrupción del sistema político o a ese italiano cansado de recibir inmigrantes “que le quitan el trabajo”. En este sentido, más allá de pertenecer a las clases sociales dominantes, los líderes populistas de derecha logran articular, como afirmaba Laclau, demandas individuales dispersas en identidades políticas colectivas (y en oposición a cierto status quo).
¿Cuál es el desafío y cuáles son las posibilidades de retorno de los populismos progresistas y de izquierda? Como diría García Linera: “Cuando vemos a nuestros hermanos saliendo del barrio, de la comunidad, del sindicato (…), luego queda un vacío, y ese vacío lo llena la derecha con sus instituciones”. El desafío es entonces no abandonar estos espacios que sin dudas funcionan como importantes articuladores del sentido común, cooptado últimamente por los populismos de derecha. Y será también crucial, en cuanto a las posibilidades de retorno, la existencia de una dirigencia opositora que pueda articular esas diversas luchas colectivas en un nuevo discurso con aspiraciones a ser mayoritario.