«Los dilemas económicos del próximo gobierno popular»

Por Federico Putaro

Se dice por ahí que para entender qué está pasando en la Argentina hay que mirar qué está pasando en el peronismo, y qué está pasando en la economía. Explicaciones sesgadas en lo estrictamente político, quedarán truncas al intentar entender el cambio de ciclo político desde el 2015, si solo se centran en, por ejemplo, la audiencia cada vez más compacta y homogénea de CFK hablando desde el patio de la casa rosada dirigida sólo hacia sus adherentes más férreos, mientras la sociedad se dejaba enamorar por la idea abstracta y seductora del cambio. Del mismo modo, explicaciones economisistas acertarán en señalar la estancamiento de la actividad económica durante los últimos años del kirchnerismo, y se perderán de vista que aun así el candidato oficialista estuvo a poco más de un punto de ganar el balottage presidencial contra una fuerza política que contaba con la campaña electoral mejor programada y diseñada de los últimos tiempos.

Intentemos congeniar estas miradas en un análisis del momento en el que estamos. El gobierno acaba de pasar su peor año económico. Esto es así tanto visto desde los indicadores que más le interesan a sus principales apoyos: precio del dólar, déficit fiscal, cumplimiento de las metas de inflación, etc, como visto desde los indicadores que más nos interesan a sus detractores: nivel de empleo, salario, establecimientos industriales, endeudamiento, etc. El gobierno dijo venir a traer estabilidad sin comprometer el crecimiento económico, y vivimos una situación de recesión con inflación.  

El escenario así visto es más que alentador para que varios se animen a hacerle frente en las urnas. Por estos días, empiezan a aflorar candidatos de todo tipo y color, especialmente, desde el seno del peronismo: esa fuerza política por la que gravita la política argentina desde hace casi un siglo. Hay candidatos que gobiernan jurisdicciones, candidatos que gobernaron en otro momento, candidatos que no gobernaron nunca pero los apoyan algunos que sí, y otros candidatos que ni eso. Hay candidatos conocidos, desconocidos, candidatos de ida, de vuelta, que generan odios, amores, y otros que pasan desapercibidos. Hay una candidata incluso, que no se proclama a sí misma, pero que es aclamada por sectores específicos, y una porción importante de la sociedad que se entusiasma con su retorno. Es, sin lugar a dudas, la figura más importante y atrayente de la oposición argentina.

Ahora bien, aun planteado el escenario, la pregunta que se prensa es: ¿candidatos a qué? Parece una pregunta tonta. A presidente, se dirá. No bueno, claro, pero: ¿a presidente de qué país?, y ¿en el marco de qué elección?. Estas dos preguntas, creo yo, son de vital importancia para pensar los próximos movimientos del peronismo.

Aunque les pese a los reduccionistas, gobernar no es poner personas buenas en lugares importantes. Gobernar es llevar lo que realmente existe, a un otro lugar posible. Por eso gobernar es proyectar.  Por eso,  tenemos que entender dónde estamos parados.

El escenario local e internacional es, por desgracia, sideralmente distinto al de la Argentina del 2003, especialmente respecto de algunos aspectos sobre los que el kirchnerismo edificó sus pilares básicos:

  • Las posibilidades de renegociación de deuda quedaron fuertemente acortadas después del pago a los Holdouts (buitres) por parte del gobierno de Macri, y existen en los próximos años numerosos vencimientos de corto plazo.
  • Los principales socios comerciales de la Argentina desaceleraron su crecimiento, cerraron parcialmente sus economías, o directamente se encuentran en crisis como Brasil o Venezuela.
  • Pese a la recuperación del año 2016, los términos del intercambio se encuentran en franca caída desde el año 2012. Las tasas de crecimiento de China no son las mismas que impulsaron la demanda de productos agrícolas desde el inicio de la administración kirchnerista, permitiendo resultados favorables tanto en la cuenta fiscal, como en la cuenta comercial de la Argentina.
  • La complementariedad con los países de la región entre gobiernos populares, que permitan fuentes alternativas de financiamiento o acuerdos comerciales bilaterales, está erosionada frente al advenimiento de gobiernos de derecha.
  • La existencia de un persistente déficit comercial hace difícil pensar no enfrentarse al estrangulamiento externo en el corto plazo.
  • A diferencia del 2002, con el default declarado, una gran devaluación que permita equilibrar la balanza comercial funcionando como protección de hecho para nuestra industria y desacelerando las importaciones, profundizaría gravemente el peso de los servicios de la deuda en las cuentas nacionales.
  • La reconstrucción de la legitimidad de la política ya no puede hacerse metiendo militares presos. Una ofensiva judicial contra los “corruptos macristas”, no haría más que reforzar el descrédito por la política.
  • Las tasas de crecimiento previstas (ya no tan altas como el período 2003-2007) impiden pensar un escenario de “todos ganan” (capitalistas, rentistas, y trabajadores) con relativa armonía entre las clases sociales que sustente un abandono del paradigma financiero y un retorno a la economía real.

Este complejo escenario mundial, regional, y local, nos hace pensar que el próximo gobierno popular, no contará con la posibilidad de llevar adelante una acelerada recuperación en los tiempos y la forma que la tuvieron los gobiernos anteriores, y que en algunos casos, se deberán tomar decisiones difíciles como la fijación del tipo de cambio, o el tipo de relación a tener con los organismos multilaterales de crédito. En este escenario vale pensar: alguien le preguntó a CFK si quiere ser candidata? Haber optado por un candidato del peronismo tradicional, menos confrontativo, y “de centro” como Daniel Scioli en el 2015, nos hace pensar que este panorama (ya evidenciado los últimos años del kirchnerismo) estaba gravitando fuerte en la cabeza de la ex presidenta. No sería raro pensar, que CFK no quisiera “manchar” su nombre, asumiendo un tercer mandato que, aunque tendrá condiciones para ser fabuloso al lado de este que hoy tenemos, probablemente deje mucho que desear si se lo compara con sus anteriores gobiernos. Las salidas de las crisis, por otro lado,  implican grandes concertaciones nacionales (acuerdos sectoriales, de precios) que solo pueden darse en la cancha del centro, nunca en los extremos.

Los diálogos que se vienen articulando y entretejiendo en el peronismo, dan cuenta de una reacomodación no sólo en términos políticos, sino también en términos sociales. Distintas facciones de clase, representadas por sus cuadros orgánicos, se encuentran ensayando la posibilidad de una alternativa al modelo de base estrictamente financiera del gobierno nacional. La resultante de esa mesa de unidad nacional deberá ser no sólo un proyecto económico que contemple la nueva situación internacional, y nacional, sino también, una propuesta política capaz de representar ese nuevo proyecto de forma tal que se logre imponerlo en las urnas. En este contexto, quien será el candidato no importa tanto como: cuál será la propuesta viable y realizable, parada con los pies en la Argentina del 2019, y cuál será la estrategia para sumar apoyos y ganarle al gobierno que ha devenido en el gobierno de los acreedores internacionales y los holdings financieros. 

Son estas dos variables las que terminarán de definir quién será el candidato para ganar. Sobre la mesa no sólo se deberán poner los votos que cada uno tiene, sino también los vetos: tanto si representan antipatías de sectores del electorado, como obstrucciones en la posibilidad de consensos posteriores, necesarios para el ejercicio del gobierno. Quizá,  se podrá echar mano de diversos mecanismos de composición de intereses: vetos cruzados, P.A.S.O, encuestas, o lo que más a mano esté.

Una porción grande del electorado de oposición ya tiene candidata, y no está dispuesto a escuchar siquiera sobre la posibilidad de otro. Eso no está ni bien ni mal. Eso es! Pero… ¿Y si no quiere? ¿Y si no gana?. La obligación de construir otras alternativas posibles y ensayar “planes B”, resulta ser el único camino posible para asumir que este no es momento de quietismo ni de fanatismos obtusos, sino de pensar con la cabeza,  y con la urgencia del hambre: hay que frenar la restauración neoliberal, y volver a tener un gobierno popular, porque en los momentos económicamente difíciles, es cuando más se necesita tener un oído escuchando a los de abajo, y este gobierno, sólo ha demostrado sordera e insensibilidad.

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