Un día como hoy del año 2003, empezaba a cobrar forma un sueño colectivo. El demiurgo de esa posibilidad se llamó Nestor Carlos Kirchner. Un DEMIURGO, en la filosofía platónica, es aquel principio ordenador de los elementos preexistentes.
Y aquí hay dos ideas en las que me gustaría detenerme: la idea de orden y la de elementos preexistentes. CFK describió al neoliberalismo como aquello que viene a «desorganizar nuestras vidas». Desorganizar para desordenar, donde la sedimentación de ese desorden se convierte en «otro» orden.
Lo neoliberal es mucho más que un modelo económico, es una fábrica de subjetividad, de construcción de relaciones sociales, de un «saber hacer» frente a la incertidumbre. La puja, que ya lleva por lo menos 40 años en nuestro país, es sobre ¿qué vamos a percibir como normalidad?. Porque desde 1974/76 el bajo continuo del sentido común en nuestra sociedad, está atravesado por las ideas de inseguridad, incertidumbre e indefensión. Caldo de cultivo privilegiado para el darwinismo social y la meritocracia.
Pero también es necesario decir que las ideas de justicia social, solidaridad y soberanía no estaban muertas entre nosotros, por lo que en términos de confrontación política esa tensión no ha sido resuelta.
La llegada de Nestor Kirchner a la presidencia luego de los gobiernos de Carlos Menem y de La Alianza, es decir de gobiernos peronistas y progresistas (¿?) que fueron instrumentos de consolidación del neoliberalismo; es un hito fundamental para entender esa falta de cierre.
Nestor Kirchner asumió y al pie de las ruinas manchadas de barro y sangre de la Argentina del 2001/02 convocó a construir juntos un país normal. Convocó a construir orden en medio del desorden.
Y no cualquier orden. Al contrario de sus predecesores que habían apelado al “realismo periférico” para justificar su rendición al libre mercado y la financiarización de la vida, El presidente Kirchner, asumido con 22% de los votos, nos convidaba a la tarea de que ese país “normal” sea un puente emocional y doctrinario con la memoria histórica de los años más felices de nuestro pueblo: es decir que debía ser el orden del trabajo. El del pan en cada mesa. El de saber que nuestros hijos van a estar mejor que nosotros. El de un Estado fuerte para cuidar a los ancianos, a los niños y a la comunidad. El orden capaz de fijar a fuego la viviencia de que nadie se realiza en una comunidad que no se realiza.
Y no lo hizo con una retórica fundacional, sino con la conciencia que una tarea de esa magnitud debía necesariamente coaligar la potencia de los elementos pre-existentes sin ceder aquella definición que dice que “soberano es aquel que decide sobre el estado de excepción”.
Esa lectura no fundacional permitió reconciliar primero al peronismo (y luego a sus herramientas políticas) con sus fundamentos doctrinarios devolviéndole un lugar central en el movimiento nacional mientras se hacía lugar a las nuevas identidades, demandas y pertenencias.
Hoy Néstor no está físicamente entre nosotros, pero la tarea de construir un orden popular que nos legara, está, en medio de la pandemia, más viva que nunca.
Ese orden popular es mucho más que una bella idea lanzada al aire; debe encarnar en una voluntad colectiva; es decir necesitamos construir un pueblo como masa crítica para establecerlo. Porque el pueblo no es un dato, sino esa voluntad que debe ser puesta en acto. Y también pensar el Estado es pensar la herramienta que pone en tensión la construcción de ese orden.
Los mapas están en nuestras mejores experiencias: Comunidad organizada, Estado activo y promotor, organizaciones libres del pueblo y un liderazgo decidido a ponerse al frente de las transformaciones necesarias. Y como nos enseñaste, aquí seguimos en la tarea y no aflojamos. Gracias Néstor.