Por Daniel Ezcurra. Una llama en las catacumbas

Argentina ha alcanzado las 10 millones de dosis en medio de una disputa mundial por las vacunas, en un país que había quedado sin sistema de salud y en default y para una sociedad a la que no pararon de inculcarle que lo único válido es el sálvese quien pueda.

En esas condiciones y con una oposición miserable que un día denuncia penalmente al presidente por «envenenamiento con la vacuna rusa» y otro día lo acusa de no vacunar lo suficiente, se va cumpliendo el objetivo de resguardar a la población a través del plan de vacunación.

La pandemia agregó desigualdades que se suman a los 4 años de pandemia política del macrismo. La acción del Estado, que fuera debilitada y satanizada en la etapa anterior, fue importante y extendida tanto para los sectores productivos como para los más vulnerados socialmente, pero no alcanzó a cubrir todos los frentes.

El mundo está en plena reconfiguración: China va reemplazando a EE. UU cómo principal potencia mundial y eso tendrá impactos geopolíticos, económicos y culturales incalculables. También el modo de producción y acumulación del capital se transforma siendo la revolución tecnológica una de sus manifestaciones más visibles.

América Latina, y nuestro país en particular, atraviesan este momento de incertidumbre en medio de lo que podemos llamar un «empate estratégico», con dos modelos opuestos de organización de la sociedad que se impugnan mutuamente sin que ninguno pueda mantener un horizonte de mediano plazo. Es decir agregando Incertidumbre sobre la incertidumbre.

Este marco general ha tenido incidencia profunda en el movimiento nacional, generando situaciones inéditas. Un ejemplo de ello es que la figura política más relevante y con mayor caudal de votación de los últimos años, no puede ser candidata para representar electoralmente al espacio (en un país presidencialista).

Así es que la amplia y acertada alianza electoral, que evitó la continuidad de la degradación que implicaba el gobierno macrista, busca construir una nueva ingeniería que amplíe la gobernabilidad y las bases de poder político. No es una tarea fácil. Aunque tampoco imposible. Nunca quedó tan claro como hoy en día que alcanzar el gobierno no equivale a tener el poder.

En el horizonte aparecen interrogantes potentes:
¿Cómo recrear la alianza entre Capital y trabajo que expresó el peronismo, en una economía donde para la élite no son vitales ni el mercado interno ni el mundo del trabajo sino el control del Estado (para asegurarse las condiciones de apropiación de las rentas extraordinarias y el usufructo de la obra pública) y la exportación de commodities con escasa transformación?.

¿Cómo insertarnos soberanamente en un nuevo mundo cuyo sol naciente está en el eje Asia-Pacífico, particularmente en China pero donde la influencia de EE.UU es aun potente?.

¿Cómo construir en medio de la incertidumbre y la fragmentación un -¿unos?- sujetos que habiliten la acumulación necesaria para sentar las bases de un nuevo orden que nos permita salir de la deriva de periferialización?.

¿Es posible y deseable sintetizar toda la potencia y diversidad de un movimiento políclasista en una sola tendencia?.

Aunque las respuestas no aparezcan nítidas en el horizonte cercano y a pesar de la profundidad y extensión de los cambios de esta época, hay algo que no se modifica: Sin horizonte estratégico, sujeto colectivo, herramienta política y voluntad de transformación no hay futuro posible para nuestros pueblos.

A falta de certezas mayores en construcción, esa parece ser la cartografía de los tiempos difíciles, porque como supo decir con belleza y justicia Arturo Jauretche para otro momento de incertidumbre (La Década Infame): “En la angustia desesperada de los que buscaban la regeneración del país, se empezó a descreer en el pueblo, y hubo momento en que las voces clamantes del desierto parecían apagarse ganadas por un escepticismo angustiado que hacía paralelo al escepticismo gozoso de los que mandaban.
Y, sin embargo, esto tenía que ser así. Así ha sido siempre en la historia. En el espacio de tiempo que media entre una fe que muere, y una fe que nace, la frivolidad pone su imperio. Los viejos altares se van apagando y los nuevos tienen solo una llamita incipiente, que no alumbra aún el camino de las oscuras catacumbas donde fermenta el futuro”.

Lejos de cualquier romanticismo, todo aporte al desafío de sostener esa llamita incipiente en este espacio de tiempo es trascendente y está al alcance de cada una y cada uno de nosotros.

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