¿Vientos de cambio soplan en Occidente?

Por Julián Goldin: Licenciado en Ciencia Política, corresponsal desde Israel

Martes 17 de septiembre. Llego con lo justo al aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid, más conocido como Barajas. Debo confesar que me (mal) acostumbré a visitarlo en estos últimos tiempos, por vacaciones o por trabajo. Pero eso no quiere decir que haya dejado de admirar lo imponente de su forma y arquitectura. Estos recintos funcionan de alguna manera como carta de presentación de los países. Reciben polìticos, delegados diplomáticos, empresarios, turistas más o menos adinerados. En fin, todas personas a las que un país espera y pretende impactar desde el primer momento. Yo había llegado a la capital española a fines de marzo y apenas puse un pie en Barajas respiré el famoso “aire electoral”. Se venía en unos días la “histórica” elección que ubicaría a Pedro Sánchez (del PSOE) como el candidato más votado, y que según los medios principales, dejaba “servido en bandeja” un eventual gobierno de coalición con Podemos (la otra principal fuerza de la centroizquierda).

Casi 6 meses después, mi despedida de Madrid lejos está de ser la ideal: Despacho apresuradamente mi mochila en un mostrador de aerolínea low cost y camino rápidamente para no perder el vuelo. Pocas situaciones me ponen más tenso que estas. En el camino al avión, alcanzo a mirar un televisor. El titular reza: “La falta de acuerdos obliga a una nueva elección en noviembre”. Toda mi estadía en España había transcurrido bajo el signo de un gobierno no impuesto por el voto popular. Y aunque yo ya me fuera, promete seguir así al menos por tres meses.

El avión atraviesa turbulencias. De esas que te ponen algo nervioso, aunque no quieras demostrarlo. Pero cuatro horas y media después me bajó finalmente en el aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv. Su espectacularidad me era previsible: Israel es un país extremadamente joven (de apenas 71 años), que nació en medio de controversias, o lo que es peor, en medio de guerras y disputas territoriales. Es necesario entonces un gran cartel que diga: “Somos Israel: Acá estamos y no pensamos movernos”.

Paso por migraciones, busco mi mochila y salgo. Veo la cara sonriente de una amiga y lo primero que me dice es “Llegaste y ya hay balagán“. Le pregunto qué quiere decir esa palabra. Y me contesta que sería el equivalente hebreo a “lío/quilombo” en Argentina (o a “marrón” en España). Resulta que había arribado el mismo día de la repetición de las elecciones parlamentarias en Israel. Hagamos un repaso: Horas después del ya nombrado proceso electoral en España, a los israelíes también les había tocado acudir a las urnas. Lo peculiar es que por primera vez peligraba la hegemonía del eterno primer ministro, “Bibi” Netanyahu. El caudillo derechista, a pesar de su empate técnico con el centrista Gantz, se declaró ganador esa misma noche . Sin embargo, fue algo apresurado, porque a la hora de negociar un gobierno de coalición en el Kneset (parlamento) le faltó un voto. Se lo había negado un ex integrante del Likud, el ruso-israelí Avigdor Liberman, que se opuso a compartir una formación con los religiosos ultraortodoxos. ¿La solución? Nuevas elecciones. ¿Alguien dijo deja vu?

Llegamos a la casa de mi amiga en las afueras de Tel Aviv. Prendimos la televisión. Estaban por salir los primeros sondeos. Ella me dijo: “No hay nada que nos haga pensar que los resultados vayan a ser muy diferentes”. No se equivocaba, fueron casi idénticos: Nuevo empate técnico entre Bibi y Gantz. Nuevo bloqueo político en Israel.

Parece una tremenda y curiosa casualidad que en un mismo día me hayan tocado vivir dos realidades políticas tan distantes como cercanas. El país europeo del que me fui se encaminaba a una segunda elección porque, desde el interior de su sistema parlamentario, no se pudo conformar un gobierno. El país asiático (pero de claras características occidentales) al que llegaba ya tuvo su segunda elección, y ni siquiera así pudo resolver su crisis de gobernabilidad. ¿Sería muy osado arribar a alguna conclusión basándose solamente en dos lejanos casos? Veamos entonces otros ejemplos:

-Hace un año y medio, la República Federal Alemana asistía atónita a la imposibilidad de su dama de hierro Angela Merkel, para formar un gobierno de coalción (leer http://abcenlinea.com.arla-pelicula-alemana-que-tiene-en-vilo-a-europa/). El bipartidismo conformado por su Unión Demócrata Cristiana y los socialistas, había perdido más de un 15% de los votos en tan solo 4 años. Su sistema parlamentario creado para evitar el ascenso de minorías extremistas y favorecer así a los partidos grandes de centro, veía cómo por primera vez desde 1945, la ultraderecha (representada en el AfD) ponía un pie firme en el Bundestag (12% de los votos). Tuvieron que pasar más de 6 meses para que la eterna canciller alemana pudiera formar una coalición de gobierno, realizando un difícil acuerdo con los socialistas. Pero Ángela ya no era la misma, y al poco tiempo de asumir, renunció a la conducción de su partido y afirmó que este sería su último mandato como canciller. Se salvó el barco, pero fue un amarre demasiado costoso.

-Hace ya más de 3 años que casi un 52% de los habitantes de Gran Bretaña votaron por la salida de la Unión Europea. Este resultado inesperado abrió una gran cantidad de interrogantes hacia todo el viejo continente y el mundo: ¿Que implicaba esta salida? ¿En cuánto tiempo iba a suceder? ¿Quien se iba a encargar de llevarla adelante? El plazo que se estableció para organizar la retirada fue de dos años. Se creía suficiente para llegar a un acuerdo conveniente entre las dos partes (UE y GB). Sin embargo, la fecha límite se postergó ya en tres ocasiones, y acercándose la deadline del 31 de octubre, la única certeza es la incertidumbre. La votación a favor del Brexit implicó en sí misma una derrota para los grandes partidos (conservadores y laboristas) que apostaron desde sus cúpulas por la permanencia en la UE. David Cameron se vio obligado a renunciar días después del referéndum. Theresa May (también conservadora) trató de ser la abanderada de un “brexit moderado”. Sin embargo, sus proyectos de acuerdo fueron rechazados en tres oportunidades por el parlamento. Así, la llegada del ultraconservador Boris Johnson al gobierno (que había comparado a la UE con la Alemania nazi), puede ser vista como el fracaso de un sistema que muchas veces fue puesto como ejemplo de parlamentarismo exitoso, pero que hoy no brinda las herramientas para resolver una crisis.

-Hace poco más de un año, Italia dejó también a Europa y al mundo con los ojos bien abiertos: Una coalición de dos partidos de escasa tradición asumió el mando del gobierno. La extraña unión tuvo entre sus integrantes al Movimiento 5 estrellas, fundado por el famoso comediante Bepe Grillo y La Liga, encabezada por el ultraderechista Matteo Salvini y su lema “los italianos primero”. En una de las más importantes economías de Europa, surgía así un gobierno bajo el signo antieuropeista, antiestablishment y antiinmigratorio. Sin embargo esta unión tuvo tanto de explosiva como de inestable, ya que apenas pasado el año Salvini firmaría el divorcio, desatando una gran crisis de gobernabilidad hacia dentro de Italia.

Cuando ya nos encontrábamos en la cuenta regresiva para el anuncio de las nuevas elecciones, el Partido Demócrata (tercero en la elección de 2018) firmó un acuerdo con el Movimiento 5 estrellas para garantizar el gobierno. Se aseguraron los del PD la mitad de los ministerios y ser la cara visible ante la Unión Europea. Nace así un nuevo y extravagante gobierno, donde no se encuentra representada la fuerza más votada por los italianos (La Liga). Ante la persistencia de la crisis económica y el respaldo popular a Salvini, hay una historia de inestabilidad que promete nuevos capìtulos.

3543 km separan a España de Israel. Sin embargo, como pudimos ver, estos no son los únicos dos casos de sistemas parlamentarios que atraviesan cuellos de botella. En Gran Bretaña, cuna del ejemplar parlamentarismo westminsteriano, el establishment político no puede ofrecer una solución a la crisis del brexit. Alemania atravesó una de sus transiciones gubernamentales más ásperas, con el preocupante ascenso de una opción ultraderechista y todo lo que eso supone en un paìs con tan particular historia. Italia tambaleó con el gobierno de dos partidos tendientes también a la ultraderecha y tras su rápida ruptura, llegó a un nuevo y complejo acuerdo de gobernabilidad (justo antes de que se llame a elecciones). Países como Francia optaron antiguamente por otros sistemas de gobierno, tras el fracaso de una cuarta republica parlamentaria donde hubo casi un presidente por año.

Más allá de que los defensores del parlamentarismo como Juan Linz lo hayan alabado (con justicia) por fomentar la estabilidad democrática y la confluencia a opciones centristas, en gran cantidad de países parlamentarios se observa como opciones antiestabishment y de extrema derecha se encuentran por encima del umbral del 15%. Son el caso de Holanda, Dinamarca, Hungría, Austria, Finlandia y Noruega.

En consecuencia: ¿Es posible que el parlamentarismo, que funcionó tan bien en épocas de posguerra y de mayor disciplina partidaria, ya no esté obteniendo los mismos resultados ante sociedades mucho más complejas, fragmentadas y mediatizadas? ¿Acaso no muestra el fracaso de estos sistemas que figuras menores como Avigdor Liberman, sexta opción más votada en Israel, o Martin Schultz, que realizó las peores elecciones del socialismo alemán desde 1949, terminen determinando el rumbo político de los países?

Mi amiga mira resignada a la tele y me pregunta: “¿Occidente ya no es lo que era?” No, eso es seguro: Soplan vientos de cambio. Lo que queda preguntarse es si los sistemas políticos que tantos resultados dieron en otras épocas, lograran ser flexibles ante estos nuevos e inciertos tiempos.

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