¿Qué está pasando en las alturas?

El peronismo está en estado de shock. No solo por no haber ganado la elección presidencial en primera vuelta, ingresando al primer balotaje de la historia argentina. Tampoco por haber perdido la provincia de Buenos Aires, histórico bastión peronista (junto a demasiadas intendencias de peso). Está atónito porque ha comenzado a dudar de su conducción.

Una fuerte sospecha se instaló el día de las elecciones, cuando la inaudita derrota bonaerense develó la porfía de una fórmula entre uno de los funcionarios más apreciados por los simpatizantes del gobierno, pero con peor imagen entre el grueso de la población -que es la mayoría que vota- y un líder del ala progresista de la coalición de gobierno, fuertemente resistido por los intendentes en general y el votante peronista en particular. Es verdad que Julián Domínguez sufría de un amplio desconocimiento general, cuestión que los especialistas insisten que se resuelve en el trajinar de una campaña. Especular con que si Florencio Randazzo aceptaba o no «bajar» a la provincia es un contrafáctico que no sirve.

Si se clausuró la interna presidencial, por la escalada en su intensidad y se aceptó la necesidad de un candidato moderado que atrajera una porción de los votos independientes, ¿Por qué no se aplicó el mismo criterio en la provincia? Se sabía que Aníbal Fernández ganaba la interna, por la simpatía que despierta en el kirchnerimo duro y por el nivel de desconocimiento de Julián Domínguez. Da la sensación de que se quiso jugar finito, especulando con que al no haber balotaje se ganaría por poco con una fórmula kirchnerista pura, con poca potencia electoral pero probada lealtad ideológica. Pero se ganaría. Se sabía que Aníbal Fernández lo traccionaba para abajo a Scioli en la boleta. Tal vez eso no fuera tan malo, sumando a un gobernador puro, un sucesor presidencial que ganara con lo justo.

El discurso incendiario de Máximo Kirchner contra Clarín en Santa Cruz, donde salió segundo en la categoría diputado nacional, recordando que si Macri sacó 34% Cristina en su momento sacó 54%, sumó ruidos.

La multiplicación de interlocutores, donde todos los días sale un nuevo funcionario, figura pública o artista a decir lo que se le ocurre no podría ser más caótico. Exhibe una desarticulación del discurso donde todos los días se genera un nuevo gol en contra al propio candidato

El acto de Cristina en el Patio de las Palmeras, colmado por el núcleo minoritario de la militancia con sus banderas desenrolladas, desplegó una simbología interesante. De un lado Alicia Kirchner, futura gobernadora de la provincia de Santa Cruz. Del otro Axel Kicillof, ministro de Economía, custodio ideológico del proyecto y futuro diputado nacional del bloque camporista. Todo parecía decir: yo no perdí.

La ausencia del candidato presidencial Daniel Scioli, físicamente y en el discurso, fue notoria. Se respondió con la teoría del «desdoble»: Cristina le hablaría al núcleo duro del kirchnerismo, para que no decaigan sus ánimos y salieran a persuadir casa por casa al pueblo. Scioli por su parte, se diferenciaría y saldría a la caza del voto independiente, apuntando a convencer al electorado que optó por Massa.

Esta hipótesis es en extremo dudosa. Por información y por lógica. La información la proporciona un destacado consultor político y artífice de más de una de las campañas del Frente para la Victoria, que cuenta el «lado B» de la reunión entre Cristina y Scioli: «no tengo más plata para la campaña, arreglate como puedas». Al contrastar la información con un destacado operador que articula con otros gobiernos de la región y temprano sciolista, siempre chistoso y conversador, esta vez prefirió un gélido silencio.

Aún desconfiando de estas fuentes, la lógica es implacable. La multiplicación de interlocutores, donde todos los días sale un nuevo funcionario, figura pública o artista a decir lo que se le ocurre no podría ser más caótico. Exhibe una desarticulación del discurso donde todos los días se genera un nuevo gol en contra al propio candidato.

En campaña, como en la guerra, el líder solo puede ser uno. Daniel Scioli necesita con urgencia que se apaguen todos los reflectores nacionales y populares menos el que lo alumbra a él. Si se apostara por la torpe estrategia del miedo, rápidamente ridiculizada por el macrismo en las redes sociales y obturada en su potencia, deberá hacerse con los modos de Scioli. No estaría de más, en la larga enumeración de los logros del gobierno desde 2003 a la fecha -que el electorado ya pagó en 2007 y 2011-, proponer un poco de cambio entre tanta continuidad: la famosa sintonía fina.

Aún existe la posibilidad de ganar para el peronismo. Ardua y trabajosa, porque su rival ha ingresado en esa fase del éxito donde todo lo que se dice suena bien, todas son sonrisas y alegría. El viento sopla de frente para Scioli y Maurcio Macri hará la plancha, con no cometer ningún error le alcanza. Habrá que ver qué pasará en ese famoso debate mano a mano.

En campaña, como en la guerra, el líder solo puede ser uno. Daniel Scioli necesita con urgencia que se apaguen todos los reflectores nacionales y populares menos el que lo alumbra a él

Sin embargo, de sufrirse una derrota, Cristina no perderá. Retuvo su provincia, un bloque de diputados y un recuerdo histórico en el pueblo que se acrecentará con los años, cuando efectivamente se la extrañe. Los perdedores serán Scioli y muchos gobernadores sin reelección que apostaron a integrar el gabinete de un futuro gobierno suyo. Ex reyes, hoy sin corona territorial y a la intemperie.

Lo triste es que en la disyuntiva de poner un candidato jacobino o uno moderado, se optó por el segundo para ganar. Cristina logró convencer al peronismo -los gobernadores, los intendentes, los sindicatos- de que no haría la «gran Bachellet», que implicaba perder con la oposición a la espera de un operativo clamor en el futuro. Tampoco haría la gran Menem, prefiriendo perder con su rival externo para derrotar a su rival interno en el partido. Apostaría todo a triunfar, a la transición ordenada reteniendo importantes cuotas de poder y a una coexistencia medianamente pacífica en el movimiento justicialista hasta al menos 2017.

Por eso logró que nadie se oponga al cerrojo institucional que implicó colocar a dedo al candidato a vicepresidente y armar las listas legislativas. Porque se jugaba a ganar.

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Santiago Costa

Licenciado en Ciencia Política (UBA). Periodista // Twitter: @san2011costa