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Otra vez, desde que llegaron de China las nuevas formaciones del FFCC Sarmiento, aparecieron graffitis en los vagones. Contextualicemos qué implica el tren en la vida cotidiana de sus usuarios en particular y de los argentinos en general, para entender la dimensión de lo que suponen estos actos de “vandalismo adolescente”.
El sistema de transporte ferroviario en la Argentina tiene una densidad histórica que no nos proponemos desarrollar en esta nota, sin embargo, sí nos interesa recorrer algunos puntos fundamentales en vistas a pensar cuál es su funcionalidad actual.
Recordemos que desde sus inicios los ferrocarriles se constituyeron en la principal vía de comunicación en función de un modelo de desarrollo agroexportador y dependiente del imperio británico. Con el peronismo, este diseño se restructuró y los tendidos ferroviarios se orientaron a satisfacer las demandas de un modelo de desarrollo nacional, federal y también exportador. Ya en los 90, dejaron de funcionar múltiples líneas ferroviarias que conectaban el interior del país ya que el modelo económico basado en la valorización financiera no se ocupaba del sector productivo por lo que no necesitaba del transporte de bienes.
Luego de la crisis del neoliberalismo lo que se impone es construir una alternativa social y económica fundamentalmente basada en el trabajo. En este sentido se orientó el gobierno de Néstor Kirchner a partir de 2003. A medida que descendía el 25% de desempleo y el 50% de pobreza reinante, aumentaban las obras estructurales que hacían falta para ir consolidando esta alternativa propuesta.
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Debatir sobre si los grafittis son un medio de expresión artística o no lo son, nos hace correr del eje de la discusión, que para nosotros debiera ser sobre el sentido de lo público, el lugar que a eso le da la población y, por sobre todo, la transformación que está atravesando una de las herramientas fundamentales que tiene un Estado para crecer e incluir social y económicamente: los ferrocarriles.
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En este contexto se enmarca, y luego de la tragedia ferroviaria del 22 de febrero de 2012 en la estación de Once, las obras que lleva adelante en el sistema ferroviario el actual Ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo. La inversión, por la compra de las 25 formaciones, fue de más de 1.200 millones de dólares, financiada principalmente por el Estado Nacional y con un crédito de China, pero pagando al contado porque se abona cuando se recibe cada formación. A esto se le suman las inversiones para formaciones de la línea San Martin, Roca y Mitre como también para la que va a Rosario y para el Belgrano Cargas.
Luego de décadas donde lo público fue bastardeado por el sistema político resulta casi lógico que la ciudadanía también bastardee lo que es de todos, incluso cuando afecta sus propios intereses. En estos años, de todas formas, se viene batallando para que el sentido de lo público como cuestión a defender tenga asidero en la sociedad. Esta batalla se dificulta bastante cuando actos de vandalismo amenazan la posibilidad de lograr tener ese sentido de pertenencia sobre lo estatal y lo público. Debatir sobre si los grafittis son un medio de expresión artística o no lo son, nos hace correr del eje de la discusión, que para nosotros debiera ser sobre el sentido de lo público, el lugar que a eso le da la población y, por sobre todo, la transformación que está atravesando una de las herramientas fundamentales que tiene un Estado para crecer e incluir social y económicamente: los ferrocarriles.
Los exabruptos del Ministro sobre los “graffiteros”, luego de conocerse los “escraches” a los nuevos vagones, se entienden en este marco.
Una vez que hayamos avanzado lo suficiente en los debates centrales que se proponen abordar en este nota, podremos debatir cual es la mejor manera de cargar con contenido estético a los vagones; mientras tanto, solo ensombrece los logros obtenidos.
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