Por Jonatan Acevedo
Roberto Arlt, describiendo a Erdosain en “Los Siete Locos”, comentaba algo que le pasaba a su personaje que vivía en una constante “atmósfera de sueño e inquietud” que lo “hacía circular a través de los días como un sonámbulo”, a ese sensación la llamaba “Zona de Angustia”.
Escrita en 1929, año del crack de Wall Street, años de conmoción mundial, de falta de certezas y de un profundo escepticismo respecto al futuro en el occidente capitalista, la obra de Arlt pareciera en sus escenas narrar parte de este presente.
La realidad parece inenarrable. La cotidianeidad se ha vuelto una extraordinaria petrificación del tiempo-espacio, donde un virus silencioso e invisible, de golpe, paraliza los sistemas políticos, el comercio internacional y la economía global.
¿Cómo analizar una realidad sacudida constantemente (no sabemos si desde sus cimientos)? ¿Cómo pensar(nos)/reflexionar(nos) en este convulsionado planeta de imágenes Eternaúticas?
Pensar la Geopolítica. Pensar la Geopolítica (a lo que una crisis global como ésta nos obliga) es pensar, ante todo, un profundo fracaso: El de la sociedad capitalista-globalizadora-neoliberal, encarnada en las potencias occidentales, que ante la amenaza de la propagación ecuménica del
Covid-19, no tiene otra respuesta que el descuido de su población, la desprotección y la ausencia de toda lógica que pueda vislumbrarse más allá del ADN del capital, la privatización meritocrática de servicios esenciales para la vida humana (como la salud) y la lógica de ganancia permanente.
La crisis, en concreto, reveló la incapacidad de EE.UU. y la Unión Europea para tener un modelo de sociedad que vaya más allá de los negocios, mientras que mostró a China como una potencia capaz de dar respuestas eficaces y colectivas frente a tamaña catástrofe. La imagen del mega
hospital construido en Wuhan en 10 días, con capacidad de atender a miles de personas infectadas por Covid-19, es la contracara de las miles de muertes por desidia en las potencias centrales.
Pequeño detalle: EE.UU. tiene el mayor ejército registrado jamás, con tecnología estratosférica y bases en todos los rincones del globo.
Otro pequeño detalle: El dólar es la moneda universal, que domina todas las transacciones del comercio mundial.
Es decir, parecemos asistir a ese momento de “Crisis Hegemónica” donde lo nuevo no termina de nacer ni lo viejo de morir.
Crisis que se expresa en la posibilidad del desplazamiento de la centralidad civilizatoria de Occidente a Oriente. O, también, de la posibilidad de la emergencia de múltiples polos/modelos de desarrollo socioeconómico sin la hegemonía cultural-social y económica unívoca del “Oeste”. Posibilidad que no se presentaba desde el mal llamado “Descubrimiento de América” en el Siglo XV.
¿Qué se desplace la centralidad geo-política por la decadencia de EE.UU. y la Unión Europea hacia China, Rusia y otros indica el fin del capitalismo? No. Sus ramificaciones son más profundas y virales que las del Coronavirus.
¿Podemos esperar un capitalismo distinto, con estados presentes, activos, planificadores y redistribuidores de la riqueza? Podemos.
¿Podemos esperar, por el contrario, ante el colapso de una crisis inusitada, la profundización del dominio de las corporaciones, las multinacionales y el capital financiero por sobre los ya hambreados pueblos del mundo? Podemos. Y la reciente crisis del 2008 es la mejor prueba de esto.
Una caracterización muy lúcida, como siempre, la aporta el compañero García Linera: El horizonte es aleatorio.
En sus palabras: “El mundo está atrapado en un vórtice de múltiples crisis ambientales, económicas, médicas y políticas que están licuando todas las previsiones sobre el porvenir; y lo peor es que ello viene con un inminente riesgo de que se impongan “soluciones” en las que las clases subalternas sean sometidas a mayores penurias que las que ya se tolera hoy. Pero la
condición de subalternidad social o nacional tiene, en ese torbellino planetario, también un momento de suspensión excepcional de las adhesiones activas hacia las decisiones y caminos propuestos por las élites dominantes. El desasosiego planetario por la fragilidad de horizontes a
los cuales aferrarse es también de las creencias dominantes, con lo que el sentido común se vuelve poroso, apetente de nuevas certidumbres. Y si ahí el pensamiento crítico ayuda a formular las preguntas del quiebre moral entre dominantes y dominados, ayuda a visibilizar las herramientas de autoconocimiento social, entonces es probable que, en medio de la contingencia del porvenir, se refuerce aquel curso sostenido en las actividades de la comunidad, la solidaridad y la igualdad, que es el único lugar donde los subalternos pueden emanciparse de su condición
subalterna.
Sólo así el horizonte que emerja, sea el que sea o tenga el nombre que quiera dársele, será propio; el que la sociedad es capaz de darse a sí misma y por el que vale la pena arriesgar todo lo que hasta hoy somos.”El horizonte es aleatorio. El futuro es una disputa. La capacidad de organización, articulación, cúmulo de ideas y conceptos que formulen una cosmogonía diferente, son puntos centrales para pensar un porvenir más dichoso para la humanidad.
El horizonte es aleatorio. El futuro es una disputa. La capacidad de organización, articulación, cúmulo de ideas y conceptos que formulen una cosmogonía diferente, son puntos centrales para pensar un porvenir más dichoso para la humanidad.
Pensar la política nacional. Para pensar la realidad nacional habrá que volver a ponerse los anteojos de don Arturo Jauretche, sin perder de vista, obviamente, los desplazamientos tectónicos de la geopolítica.
Los debates de las academias europeas no se acercan a las realidades de los países periféricos y semi-coloniales. Si surgirá el comunismo espontáneo de Zizek o la agudización del control a través de la Big Data que propone Chul-Han, es un debate carente de sentido para una realidad como la
nuestra, con extensas porciones de la patria sin señal de celular, ni agua potable, ni cloacas.
Para nosotros el problema no es la big data, sino la brecha tecnológica, que expresa también una brecha en los accesos a los bienes de la cultura (así como al resto de los bienes).
¿Tiene sentido plantearnos, como Agamben, que la reacción de los Estados contra la pandemia nos estaría mostrando la concreción de su Estado de excepción, como clave para comprender el aumento de los dispositivos de control social por parte del aparato estatal?
Argentina, a diferencia del temor liberal-académico, necesita más Estado. El mayor o menor control, temática que desvela al comando de trasnochados “Anti-cuarentena”, es un aspecto secundario frente a la notoria ausencia y/o degradación de todos los atributos de la estatalidad que nos legaron décadas de neoliberalismo en nuestro país.
“El rico no necesita del estado. El pobre es el que necesita del Estado”, decía Lula Da Silva con la profunda simpleza de un obrero que llega al máximo cargo en un país. El pobre necesita hospitales públicos ante la imposibilidad de una prepaga, escuelas públicas ante el abismo material que lo
separa del esquema de educación privada, necesita del cuidado alimentario y la asistencia frente a un mercado laboral que excluye a cada vez más personas.
El problema es el estado. Pero no su control. Sino su ausencia. Su ineficacia. Su desmantelamiento por parte de las élites dominantes (la Alianza Cambiemos fue la mejor y más cruel exponente de esto último). El problema que nos tenemos que plantear es cómo generamos un estado presente, inclusivo, planificador e interventor de la economía. Algo de esto sabemos quienes vivimos, analizamos y militamos, con el cuerpo y el corazón, la experiencia kirchnerista (2003-2015). Crecimiento económico con Inclusión social solía sintetizar Cristina. Habrá que sumarle, en la
nueva etapa, mayor densidad a conceptos como redistribución de la riqueza y justicia social, frente a un mundo que se desmorona.
Necesitamos regenerar el Estado. Utilizarlo punzantemente como una herramienta de los pueblos. Que sentencie un modelo de sociedad productivo, industrial, con una visión humana y (el Covid también puso esto de relieve) con un profundo cuidado de la ecología y el medio ambiente. Un estado que moldee una sociedad con profundas redes comunitarias. Un estado enemigo de la exclusión social.
El neoliberalismo fracasó, pero no murió. En su fracaso constante está la condición inherente de su existencia. Fracasó para los pueblos. Fracasó, inclusive, como modelo civilizatorio. Pero no lo hizo para quienes diagramaron el mundo después del “Fin de la Historia”: No debemos olvidar que para economistas como Hayek o Friedman la desigualdad es una virtud y la concentración de la riqueza una panacea (condición indispensable para el “derrame”).
La salida es política. La articulación de un frente amplísimo en 2019 permitió, en el terreno electoral, generar una propuesta superadora al macrismo. No es poco. Muchos otros pueblos del mundo no logran convertir descontento en victorias. El peronismo y el más amplio campo nacional
y popular pudo hacerlo.
Pero también es momento de mirar aspectos más profundos: ¿Qué cuadros políticos estamos formando de cara a las batallas que se vienen? ¿Debemos apelar solo a la generación espontánea o debemos darnos una política como movimiento en este sentido? Necesitamos Cuadros Integrales. Cuadros que entiendan el funcionamiento de la sociedad, del estado, de las políticas
públicas, de la economía y sus resortes, de la cultura y de la historia. Cuadros que carguen un bolsón de alimentos, revuelvan la olla, pongan los pies en el barro y que también tengan las herramientas culturales e intelectuales para pensar, criticar y, sobre todo, diseñar las distintas
instancias que un pueblo tiene en la senda de su liberación. Cuadros descolonizados. Con perspectivas emancipatorias, populares, de género. Con una mirada colectiva, que tienda redes en las comunidades, que unan el tejido social allí donde la exclusión del mercado pulverizó con la
atomización individualista nuestras existencias. Cuadros multiplicadores, que sean fruto y semilla a la vez. Cuadros que reaseguren a nuestro movimiento futuros liderazgos, futuras síntesis. Que construyan el futuro. Este futuro hoy incierto, caótico, que necesitamos romper, transformar,
inventar, para que ya no quede nadie, pero nadie, mirando la ostensible obscenidad del mundo desde afuera del palacio de cristal.
¿Estamos discutiendo un programa emancipatorio frente a una posible agudización de la estrategia del gran capital?
Debemos hacerlo.
Debemos pensar la coyuntura, la media y la larga duración. Pensar la superficie y lo profundo. Para que la crisis sea una oportunidad de reformas radicales y no la perpetuación del status quo.