Algunas anécdotas sobre la sociedad de consumo

Hay sujetos imposibles de interpelar desde un proyecto de inclusión política y cultural. No deben preocuparnos. Pero sí debemos ver cómo no caer en la fascinación por el consumo como promesa de inclusión. Tal vez sea cuestión de generar espacios de encuentro, de discusión, de producción cultural y política que nos desafíen a la participación y no que sólo nos llamen a identificarnos

A mis veinte me levantaba tempranísimo y me acostaba tarde todos los fines de semana. Es que desde mis dieciocho a mis veintiún años trabajé como repositor, auxiliar de depósito y vendedor en “Showsport, una cadena de locales de venta de ropa y artículos de deportes. Yo trabajaba en el local de Unicenter los fines de semana. Trabajar ahí me hacía importante ante algunos tilingos y tilingas. Parte de mis desvelos tenían que ver con lo importante que trabajar ahí me hacía para algunas tilingas.

Su dueño era un tal Bachelian. Decir ese nombre era mágico entre los empleados y empleadas. Un HombreQueSeHizoASiMismo, un tipo que tenía fábricas de pelotas en Córdoba, Zapatillas en San Martín e indumentaria no me acuerdo donde. Uno de esos tipos industriosos, que cuidaba a sus empleados. Al que sus empleados querían. Pero era un señor grande así que fue su hijo quien se hizo cargo del negocio. Un tipo delgado, siempre oliendo bien. Con zapatillas, jeans y lindas camisas. Rubio, pelo ondeado, usaba bigote, después se lo cortó. Un tipo que prometía modernización, llevar las cadenas a otro nivel de negocio.

Tal vez sea cuestión de generar espacios de encuentro, de discusión, de producción cultural y política que nos desafíen a la participación y no que sólo nos llamen a identificarnos

Y así fue: nos cagó a todos. Primero cerró la fábrica de pelotas y empezamos a importar de Tailandia, después cerró la fábrica de indumentaria, que venía de China y otros lugares. La única fábrica que quedó fue la de San Martín, pero dijo que había muchos empleados y los fue echando de a poquito, para que no nos duela. Pero nosotros, que cobrábamos por venta en los locales, éramos felices ante el festival de consumo. Un día de mi trabajo pagaba en la diferencia entre precio de costo y precio de compra de los productos lo equivalente a cinco o seis de mis sueldos. Aún así con una sonrisa en la boca Bachelian hijo nos sacó los tickets de comida. Es que esos tipos son así, rubios, lindos, pero vienen, te sonríen y te cagan. Están acostumbrados a eso. Son tipos que se levantaron toda su vida y tuvieron la leche servida.

Y así es yo que ordenaba en estanterías y vendía a granel zapatillas New Balances, Reebook, Nike y Adidas. Las Adidas, algunas de ellas era lo único que se fabricaba acá. Y también Patines Rollerblade, y mallas y calzas Arena. Y la gente entraba al local como hordas. Se apretujaba, se peleaban entre ellos por comprar cosas. Y nos trataban raro, como a seres inferiores. Algunos, desde una supuesta diferenciación que les otorgaba hablar en inglés discutían en ese idioma qué hacer. Si llevaban o no una zapatilla. Ante esto yo respetuosamente, habiendo escuchado su decisión, ejecutaba lo que decían. A veces se sorprendían. Como si un empleado de un local de zapatillas no pudiera hablar dos idiomas.

Así eran esos días, en los que, cada tanto me zarpaba unas zapatillas o una remera para equiparar la quita de tickets y el tener que soportar a gente que se cree superior a los demás. Encima sin paritarias ni agremiación y sabiendo que si me rajaban venía otro igualito a mí al toque. Días en que se celebraba la importación mientras los compañeros de fábrica se iban quedando sin laburo. Pero a nadie le importaba nada. Y así andaba yo, con mis Adidas original, o mis New Balances de gamuza. Con plata en el bolsillo y veinte años. Ganaba bastante bien, junté como para un auto, pero se lo a mi vieja cuando mi viejo se quedó si laburo. Es que ella también celebraba esas giladas del consumo y era capaz de compras garrapiñadas turcas o zanahorias bebes de no dónde y budín del más allá. Y en medio de eso el puto CBC y las clases de economía y el confirmar la intuición de que esto se va a la mierda en poco tiempo. Y aún así tener que tirarle la guita que había juntado a mi vieja porque la felicidad era comprar zanahorias bebes. Tendría que haberle regalado un par de macetas para que se arme una huerta.

Y en eso salía con mis amigos, muchos de ellos en sus 147 Blancos, casi nuevitos, que luego tendrían hasta entrado el año dos mil. Y con plata en los bolsillos, los jean de Guess comprados con descuento, remeras y zapas afanadas parecía un tipo bien.

Así eran esos días, en los que, cada tanto me zarpaba unas zapatillas o una remera para equiparar la quita de tickets y el tener que soportar a gente que se cree superior a los demás.

Íbamos a unos bares, La Cigale entre ellos. Ahí tuve una charla muy divertida. Me encontré con una chica a la que atendí en el Shopping. Me saludó ella, me dijo que le resultaba conocido. Yo le dije de donde y sentí su incomodidad. Tomé tranquilo mi cerveza, una Corona individual, en ese momento era cool tomar cosas individuales y pequeñas. Luego de un par de tragos me volvió a hablar. Me contó que estudiaba cine y yo le dije que estudiaba comunicación. Me dijo que le gustaba Kiarostami (un tipo que hace plata filmando pobres) y me habla de una toma secuencia que luego se centra en el sujeto y no sé cuántas cosas más. Y yo le dije que eso ya lo había hecho el Grupo Ukamau en Bolivia mucho antes y que implicaba una vanguardia estética y política y que lograba interpelar a los sujetos indígenas y campesinos desde ese relato audiovisual. Yo también quería hacerme el moderno. De hecho no estaba mal leer la Rolling Stone, escuchar Tortuase u otras cosas por el estilo. Pero mi pretensión era para saltar en su escote. Pero ella escuchó esa palabra. Si, esa. Política y su cara fue de desagrado y me dijo que a ella le gustaban las búsquedas estéticas. Que la sensibilidad y la exploración de lenguajes no debía mezclarse con otras cosas, que debía ser libre y no cuántas otras cosas más a las que dije que sí con tal de que me llevara en su Corsa 0km a su casa. Pero me aburrí y no me fui con ella.

Tal vez sea cuestión de generar búsquedas estéticas y políticas sin importar que a las elites les agrade. Para que no venga cualquier rubio lindito y nos convenza de que es bueno.

Así eran esas clases medias pretenciosas. Estratos de clases a los que les era fácil diferenciarse, había pocos pibes de mi barrio en el CBC. Pocos llegamos a la facultad a fuerza de colarnos en los bondis. Por eso ser distinguido era fácil. No requería gran esfuerzo. Y podían moverse acorde a sus deseos. Ese día falté al laburo. Dije estar enfermo porque me importaba poco vender zapatillas para Bachelian que nos cagaba todo el tiempo. Y es que así eran y son los hijos de las clases medias altas. Nacidos para ser gerentes, nacidos para cagarnos. Aunque nos sonrían, aunque creamos que tienen nuestros mismos ideales. Siempre van a pensar en ellos y nos van a ver sólo como un medio.

Esos sujetos imposibles de interpelar desde un proyecto de inclusión política y cultural no deben preocuparnos. El tema es lograr que los laburantes de la fábrica se defiendan entre ellos como hicieron las y los compañeros de Unidos Por el Calzado, ExAdidas. Que recuperaron la fábrica y la pusieron a producir. Lo único que Bachelian no se timbeó.

En cambio los trabajadores de venta compramos esa promesa de estar mejor que Bachelian nos prometía al mismo tiempo que nos sacaba los tickets y nos ajustaba el sueldo. Nosotros también celebramos el consumo y perdimos de vista la producción.

Tal vez sea cuestión de generar espacios de encuentro, de discusión, de producción cultural y política que nos desafíen a la participación como trabajadores, como productores culturales, como docentes y no que sólo nos llamen a identificarnos. Tal vez sea cuestión de generar búsquedas estéticas y políticas sin importar que a las elites les agrade. Para que no venga cualquier rubio lindito y nos convenza de que es bueno.

(Por ciento: si es que el miserable y explotador Bachelian lee no pienso pagar una sola zapatilla hasta que dicho rubión MiPapaSehHizoASiMismoYYoLesHagoElOrtoATodos me pague los sueldos que me quedó debiendo).

 

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Christian Dodaro

Dr. en Ciencias Sociales. Docente UBA