Desenmascarando la hipocresía

Finalmente, los argentinos tuvimos debate presidencial.  Un debate cuestionable, organizado por una ONG regenteada por una sociedad non sancta, monopolizado por periodistas opositores dispuestos a “moderar” y condicionar exclusivamente a Daniel Scioli, con programas previos y posteriores armados especialmente para blindar y consagrar al candidato del establishment. Una vez más, las condiciones fueron las peores para el candidato peronista. Y, una vez más, Daniel Scioli fue capaz de sortear el laberinto, de quitarse el salvavidas de plomo, y salir ampliamente victorioso a los ojos del pueblo. 55 puntos de rating, más de 2 millones de twitts. El auditorio del debate fue la patria toda.

 

Daniel Scioli  venía de una nueva semana previa que, tal como las anteriores, no fue fácil. Una vez más, el Gobierno Nacional trató de torpedear su candidatura, en este caso a través de la descalificatoria intervención de Axel Kicilloff sobre Sergio Massa. Sin embargo, Scioli recibió en este caso el impensado auxilio del ex candidato presidencial del Frente Renovador, que se limitó a tomar las declaraciones de Kicilloff como de quien venían: un favorito de la Corte que hundió la economía en los últimos cuatro años para cumplir con los deseos de la Princesa, sin ser capaz, en su obsecuencia, de puntualizarle los riesgos que entrañaban las medidas a adoptar.

 

La actitud de Massa no fue, por cierto, el único hecho alentador de la semana. En uno de sus nuevos spots, Daniel Scioli decidió finalmente diferenciarse decisivamente de la figura de Cristina Fernández de Kirchner. Algo que le venían reclamando muchos que lo quieren bien, entre ellos un  Senador del Litoral recientemente electo, quien decidió irse de viaje tras remarcarle a boca de jarro: “Te odian, Daniel, te odian. Tenés que darte cuenta de eso.” Una verdad a la que todos, dentro del campo popular, nos resistimos a creer hasta no hace mucho tiempo, ya que nadie celebra el engaño dentro de su propio lecho.  “Tardamos demasiado en darnos cuenta de que Cristina Fernández de Kirchner no quería que ganáramos”, aceptó con amargura un legislador peronista hace pocos días.

 

Tal como lo aconsejaban las mediciones, e incluso los propios datos de la realidad –amenazas de renuncia de Zannini, declaraciones de Carta Abierta embebidas en el veneno de la traición, las citadas afirmaciones extemporáneas de Kicilloff, de Hebe de Bonafini, y hasta de Estela Carlotto…-, Daniel Scioli cumplió con su promesa de ser “más Scioli que nunca”, asumiendo el liderazgo, y respondiendo así  a la demanda popular que reclamaba un conductor y no simplemente un continuador de un modelo ajeno. De este modo, Daniel Scioli salió a dar respuesta a las demandas de su pueblo, de ese pueblo que, espontáneamente, salió a militar ya movilizarse en defensa del salario, de la vida, de la soberanía nacional, de la inclusión social, de la integración latinoamericana.

 

Y este es otro de los datos más sorprendentes de estas últimas semanas. No sólo la decisión de Daniel Scioli de cortar el cordón umbilical con el Gobierno Nacional, sino la rebelión espontánea  de un pueblo manso, que en la disyuntiva clave entre volver a la catástrofe y apostar hacia el futuro, se encolumnó detrás de su nuevo conductor, ante la llamativa ausencia de una dirigencia quizá más interesada en discutir la sucesión dentro del movimiento peronista que en respaldar a su candidato. A lo largo del país, sin recursos, sin más coordinación que la que brindaban las cadenas de twitter, de Facebook o de whats app, se fueron armando publicidades caseras en defensa del empleo, de la educación y de la vida. Golpeando puerta a puerta, panfleteando en las esquinas más  recónditas de la Patria, conversando con los compañeros de trabajo, recordando a los antiguos desocupados los peligros de una propuesta neoliberal que sólo asegura retornar al Estado de Naturaleza.

Nadie faltó. De los pueblos originarios a los investigadores del Conicet, de los militantes del massismo a los docentes universitarios, de las amas de casa a los jubilados, de los profesionales a los repositores o los trabajadores de calls centers…. Recuperando aquella vieja mística del peronismo tan bien retratada por Raul Scalabrini Ortiz, el subsuelo de la patria volvió a sublevarse levantando el programa de Perón, en reemplazo del modelo en el que se referencian el Gobierno Nacional  y la Cámpora.

 

Paradojas de la historia, Perón fue invitado por Mauricio Macri con la inauguración de su engañoso monumento a participar de la campaña presidencial, después de haber sido barrido de la escena por el cristinismo en los últimos 5 años, desde la muerte de Néstor Kirchner. Y Perón, gustoso, aceptó el desafío, y aportó su mística cubriendo con su aureola la campaña de Daniel Scioli. Alli el pueblo peronista dijo presente. Alli el pueblo no peronista dijo presente. Porque el pueblo, el trabajador, encuentra naturalmente su cobijo en un proyecto que privilegia el desarrollo, la producción y la centralidad del Estado. Un proyecto que se ubica en las antípodas del que sostiene Cambiemos, el Pro y Mauricio Macri.

 

Muchos son los que se preguntan cuál habría sido la suerte que habría corrido el PRO sin los auxilios y promociones reiteradas que le propiciaron las autoridades nacionales y varios legisladores porteños del FPV a partir del fallecimiento de Néstor Kirchner. Un contrafáctico que no corresponde ahora plantearse, y al que los historiadores y la sociedad en su conjunto nos abocaremos a partir del 10 de diciembre. Hoy, en cambio, otra cuestión ocupa la escena: el proceso de consolidación de un nuevo líder popular,  nacido del enamoramiento mutuo con su pueblo, sintetizado en esos zapatos embarrados y gastados de tanto caminar las calles para contraponerse a la suerte, a los opositores y a los enemigos encubiertos en la propia vecindad.

Un matutino porteño en su edición de ayer, previa al debate, adjudicaba a un Ministro del Gobierno Nacional la afirmación de que, en sus últimos días como presidenta, “CFK eligió hablarle y escuchar consejos sólo de los chicos de la Cámpora, que, en su mayoría, no conocieron a Néstor Kirchner.” Daniel Scioli, en cambio, optó por lo inverso: liberarse de la mordaza mediática que le imponía su alianza electoral con el Gobierno Nacional, y escuchar al pueblo. Todos conocemos la diferencia: por medio de las organizaciones se expresan intereses particulares, en tanto a través del pueblo se expresa la voz de Dios. Vox populi est Vox Dei, sostenía el antiguo precepto latino. Dos estilos, dos modos de ser, dos líderes con sus puntos de encuentro y de desencuentro.

Pero Daniel Scioli no sólo llegó al debate con el respaldo y con el mandato del pueblo trabajador argentino, de las clases medias productivas, de los pueblos originarios, de los jubilados y de las amas de casa, del pequeño productor rural, del joven consciente de que el cierre de las universidades públicas que promueve Mauricio Macri implica la clausura de su propio futuro. También llegó con la bendición de Perón, de Evita, de Além, de Yrigoyen, de Alfonsín, de Alfredo Bravo y de Néstor Kirchner. Y, llamativamente, en la última semana, de buena parte de esa juventud k, enrolada incluso en la Cámpora, que descubrió con cierto espanto que las directivas recibidas de sus organizaciones iban frontalmente en contra de su propio futuro. ¿Será tal vez por eso que las fabulosas movilizaciones del sábado pasado, a lo largo de cientos de plazas públicas de todo el país, cuyo corolario fue la concentración en el Obelisco, con medio millón de participantes, mereciera la censura absoluta de todos los canales de televisión y de cable, tanto los ajenos como los pretendidamente “amigos”? ¿Será por eso que Telam, la TV pública y los medios periodísticos “del modelo” insistían en comunicar que las manifestaciones se habían suspendido, mientras cientos de miles de argentinos ocupaban las calles de la República. Frente a eso optaron por hacer lo mismo que los medios hegemónicos: trataron de tapar el bosque con un árbol, tratando de suprimir una realidad que los contradecía. No fue la primera vez. El país de 678 nunca fue el mismo que el del pueblo a secas, sin distintos entre peronista y no peronista.

 

Anoche, sin más respaldo que el de su pueblo –nada menos!- y de quienes lo acompañaron desde siempre, Daniel Scioli afrontó un debate que, previamente, se juzgaba como trascendental. Dispuesto a ser “más Scioli que nunca”, a diferenciarse del Gobierno Nacional en lo que debiera hacerlo, y a presentarse como continuador en los aciertos de las políticas implementadas en los últimos 15 años. Llamativamente, aquellos medios que aseguran saberlo todo de antemano, presentaban a un Scioli agresivo y a un Mauricio Macri conciliador, dispuesto a dejar que el debate transcurriera sin que le entraran las balas. Sin embargo, esta estrategia tan conveniente para Macri no tuvo lugar. Por error de su equipo técnico o del propio candidato de Cambiemos, que ningunearon la partida, considerando que estaba ganada de antemano, Macri salió a descalificar a Daniel Scioli, tratando de borrarlo de la escena, presentándolo como un simple títere de CFK. La jugada le salió pésima,  ya que no sólo Daniel Scioli consiguió dejar en claro que el debate presidencial era entre ellos dos y sobre sus propuestas a partir del 10 de diciembre, sino que tampoco oficiaría como abogado defensor de la presidenta. Más aún, desde un principio consiguió imponer el eje del debate: las consecuencias de una devaluación salvaje sobre el 90% de los argentinos. Macri nunca supo como responderle. Cada una de sus intervenciones incrementaba el protagonismo de su autoritarismo, de su desprecio hacia el pueblo trabajador, de su sumisión brutal al poder imperial.

 

En efecto, cada burla de Macri hacia Daniel Scioli era respondida con un nuevo estiletazo: “¿Como vas a resolver el problema del narcotráfico si no pudiste resolver el de los trapitos durante 8 años de gobierno en la CABA?”, fue la mano que provocó el knock-out. Daniel Scioli adoptó una estrategia clara: “desenmascarar a Mauricio Macri”, y lo consiguió con altura, con educación, a tal punto que el antifaz estalló en mil pedazos, haciendo aflorar tras la máscara de Mauricio Macri las crueles facciones del Sr. Burns.

 

La secuela del debate en parte fue la previsible: los medios hegemónicos tratando de proteger a su candidato, aunque los aspectos de las intervenciones de Scioli en los que centraron su crítica –en especial que se excediera un poco en los tiempos-, demuestran a las claras el fracaso de su estrategia corrosiva. La prensa internacional, en cambio, privilegió el desempeño del candidato peronista, a quien pareció comenzar a descubrir anoche. Los manuales sobre debate político, por su parte, designan a un claro ganador, Daniel Scioli, quien se mantuvo firme en su línea de intervención, fue claro, conciso y confiable, no reaccionó ante agresiones ni provocaciones, y  obligó a su rival a reconocer aquellos aspectos más nefastos que su proyecto promete para la gran mayoría de la sociedad argentina. Pero, más allá de las evaluaciones de comunicadores y de militantes, la verdadera evaluación será explicitada por el pueblo argentino en las urnas, el próximo domingo. Y allí, una vez más, la voz del pueblo será la voz de Dios.

 

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Alberto Lettieri

Doctor en Historia, Director Academico del Instituto de Revisionismo Historico Manuel Dorrego, Profesor Titular (UBA), Investigador Conicet, Escritor // Twitter: @albertolettieri