Por Sebastián Senlle Seif (Centro de Estudios en Políticas de Estado y Sociedad).
El Pacto de San Antonio de Padua, firmado recientemente por una docena de Intendentes municipales de la provincia de Buenos Aires de clara identificación justicialista pero con una proyección de hacerse extensivo a una mayor diversidad de fuerzas políticas, promete ser el origen de una novedad destinada a trascender los límites del mero predicamento de lo políticamente correcto. “Promesa”, “origen” y “novedad”, conceptos éstos caros a la tradición cristiana y a la teoría política. Bajo el liderazgo espiritual (y, como intentaremos desarrollar más adelante, político) del Papa Francisco, la rúbrica del mencionado Pacto por los dirigentes comunales implica el compromiso de los mismos de aplicar, a través de cuestiones tan seculares como las políticas públicas, las recomendaciones que el Santo Padre trasladó a sus fieles mediante su segunda Encíclica “Laudato Si´”.
Empecemos por los compromisos del Pacto. Los jefes comunales que suscribieron al mismo establecieron sus prioridades en torno a la lucha activa contra el narcotráfico, la prevención y ayuda contra la drogadependencia, el combate a la violencia de género, la promoción de energías sustentables y el activo cuidado del medio ambiente, la lucha contra la pobreza extrema y trabajar para promover instancias de inclusión en general para los sectores más desprotegidos de la sociedad. Todo esto, con la ayuda fáctica de Observatorios municipales creados por ordenanza que puedan garantizar su efectiva aplicación más allá del predicamento. La importancia de los Municipios suscriptores sumado a la reciente adhesión de Ricardo Lorenzetti a los preceptos papales, nos permite esbozar una serie de líneas interpretativas acerca del estado actual y futuro de la política nacional en su relación con algunas de las preocupaciones de la actual conducción del Vaticano.
Por su parte la Carta Encíclica que da sustento al Pacto, está inspirada en la maravilla que le provoca a San Francisco de Asís (Cántico a las Criaturas) la obra magnífica de Dios y el profundo deterioro que sufre día a día por la violación a la que es sometida por la humanidad. La fe, el mito (lo mítico fundante que es origen y es fin de la comunidad), independientemente del credo religioso o, incluso, de la falta de él, nos permite cuestionarnos hasta qué punto la creencia moderna en la pureza incontaminada de la razón como motor de la humanidad hacia un progreso indefinido no significó más que un modo de someter y violar la naturaleza a nuestro antojo. Contra esto, Francisco llama a cuidar la “casa común” con una profunda mirada ecologista. Una mirada que no es la de plantar arbolitos (aunque claramente hay un hincapié fundamental en cuidar el medio ambiente para vivir en armonía con él y todos sus habitantes, de los cuales nosotros somos tan solo una especie) sino una suerte de ecología de la humanidad: un llamamiento a propender a una lógica de la vida donde podamos renunciar a aquellas cosas que atentan contra ella o la degradan. La pobreza extrema, el narcotráfico, la desnutrición infantil, etc. Todas cuestiones que fueron siempre atendidas por vastos sectores de la Iglesia, pero que encuentran ahora a un conductor (el concepto no es azaroso) espiritual portador de una tradición política cuyos principios filosóficos y su pragmatismo tienen también un profunda raíz humanista. Si quedaran dudas de los posibles puentes que podríamos imaginar entre la opción religiosa del Papa (la tradición franciscana) y la corriente política nacional con la cual se identifica, sugerimos leer la “Laudato Sí” y buscar entablar un diálogo con “La comunidad organizada” de Juan Perón.
Con esto último no intentamos politizar la indudable figura mundial que representa Francisco, sino más bien desacralizar la lucha que el Santo Padre está llevando a cabo en el mundo terrenal. No es que la religión no debe mezclarse con cuestiones políticas porque se supone que debe ser superadora. En tanto preocupado por las cuestiones que atañen a la Polis, a la comunidad mundial perteneciente a la “Casa común”, al establecimiento de nuevos valores que permitan pensar en una ecología del ser humano con menores niveles de desigualdad, estamos frente a un jefe de la Iglesia Católica (en diálogo abierto con representantes de otros credos) que tiene una enorme tarea política por delante. Haber hecho tantos gestos desde su asunción y conducir una iniciativa política como el Pacto de San Antonio de Padua que está destinado a multiplicarse en nuestro país y el resto del mundo, es la real esperanza de abandonar las declaraciones y pasar al terreno de la acción.