El último domingo el Presidente de la Nación nos informó a los argentinos que su gobierno no tiene plan B. Sin duda una afirmación que debería causarnos conmoción: la exhibición de debilidad política de Macri es impensada para un presidente que apenas cumple 100 días en su función.
Además, a esta altura de las cosas, ya debería haber aprendido que es presidente, y todo lo que dice tiene impacto en el posicionamiento de los actores políticos y económicos. Pruebas al canto: el descontrol inflacionario al que nos somete el gobierno comenzó con declaraciones del Presidente y sus ministros respecto a la necesidad de una devaluación. Dicho sea de paso, la profunda devaluación que ejecutó Macri también se está descontrolando. En definitiva, verbalizar que no tiene plan B lo ubica en un lugar de sumisión frente a los acreedores recalcitrantes de Argentina.
El problema es que no hay Plan A. Nadie puede creer que arrodillarse ante los acreedores externos es un plan económico. Ni que a partir del acatamiento irrestricto de los dictados del mercado lloverán dólares. La historia siempre nos deja alguna lección, aunque a veces demasiado dolorosa. El mismo discurso de «esto o el abismo» se planteó numerosas veces durante el gobierno de Menem. Más claro aún fue dicho planteo de lo «indispensable» durante el gobierno de De la Rúa.
El presidente buscó el «investment grade» porque así llegarían «los dólares» (siempre los dólares). Finalmente De la Rúa se regocijó por televisión de lo lindo que es «dar buenas noticias», anunció con bombos y platillos del Megacanje y el Blindaje. Los bancos cobraron su platita, y el pueblo argentino con la ñata contra el vidrio mirando el helicóptero cobarde despegar mientras era ferozmente reprimido en las calles.
Después de esta operación sucederá algo parecido. Se emitirá deuda para pagar los acuerdos en efectivo, los buitres cobrarán, sus abogados también, se repartirán suculentas comisiones y en la Argentina todo seguirá igual. Inflación, despidos, paritarias inconclusas. Hemos entrado en un régimen de angustia laboral, desconocido los últimos 12 años. Porque no hay Plan A. Nadie nos dice cual va a ser el perfil industrial, cómo se reforzará el mercado interno ante la situación global, cuáles serán las alianzas internacionales para crear puestos de trabajo.
Nos dice el gobierno que después del arreglo vendrán «los dólares». Preguntemos qué pasó con las liquidaciones de exportaciones agropecuarias. Les sacaron las retenciones, les regalaron una fortísima devaluación, les generaron confianza pero no les alcanzó. Ni de cerca se produjeron los ingresos de divisas que fantaseó el ministro Prat-Gay por televisión, mientras nos invitaba a comer dos pizzas menos para pagar los aumentos de luz.
Existe un consenso en que nadie se atreverá a afirmar que el 93% que acordó de buena fe con la Argentina no reclamará condiciones similares a las del nuevo acuerdo. Además, de convertirse en ley, se fortalecerá la posición de los eventuales demandantes. De ocurrir esto la deuda global de Argentina podría multiplicarse por 4 o por 5 como por arte de magia (créanme: no será magia). A las claras cada acuerdo de cancelación es a la medida del acreedor y no a la medida de nuestro país.
El Presidente apela a la más baja de las tácticas, busca generar miedo en la población. Genera miedo para hacer pasar una ley intragable, que provocará muchos más problemas y litigiosidad de la que se pretende solucionar. Plantea Macri un falso dilema cuando propone que o nos entregamos a un pésimo acuerdo o viene el lobo feroz.
El país pudo vivir 12 años sin claudicar ante los buitres y sus condiciones. ¡Doce años sin hiperinflación ni ajustes! Cuidado con un pésimo arreglo, no sea cosa que detrás de la paz con los buitres venga de todas formas el ajuste, el desempleo, la recesión y finalmente la hiperinflación.
El Gobierno no tiene Plan B, ni C ni D, y por lo visto ninguno Ni siquiera tiene Plan A.