Por Federico Putaro
En los últimos días una fiebre de opinión parece acompañar con desesperación a la suba del dólar, algo que, si bien es entendible producto de la experiencia histórica de lxs argentinxs, debemos atender con mayor foco.
Las variables en economía suelen no explicar nada por sí mismas, sino en relación relativa a otras variables, y a un contexto institucional y político no sólo a escala doméstica, sino también regional y global.
La configuración de la matríz sectorial de la economía de un país, sus cuentas nacionales, su estructura de precios relativos, y la distribución ingreso, pueden ser considerados, de algún modo, los insumos básicos para comprender la naturaleza de las varianzas que se manifiestan en la superficie de los indicadores económicos.
El gobierno de Cambiemos -cómo se ha harto señalado-, representa el ansiado retorno a la normalidad histórica, en la cual la clase dominante, cómo suele ser: domina, y por lo tanto, también controla el Estado.
El modo de acumulación resultante de la imposición por la vía democrática del histórico bloque de clases dominantes (con variantes en el peso relativo de los diferentes actores) ha puesto patas para arriba la forma en la que se venía haciendo política económica en la Argentina de la posconvertivilidad.
A riesgos de ser extremadamente escuetos, recordemos -y porque a los efectos de esta nota así se lo requiere- que una de las principales herramientas con la que los gobiernos del Frente para la Victoria contaron para desplegar su modelo económico fue la fijación de un tipo de cambio real alto, de modo tal de favorecer a los sectores menos competitivos, es decir, la industria, principal generadora de empleo en nuestra economía.
En realidad, supieron aprovechar la devaluación llevada adelante por el Ministro Lavagna durante el gobierno de Duhalde, y acompañándola con políticas de control del comercio exterior que permitieron impulsar un crecimiento del sector industrial, el cual demostró los mejores rendimientos en términos de exportaciones, creación de empleo, y aumento del valor de producción y, a medida que el aumento generalizado de precios y la valuación de la moneda de nuestros principales socios comerciales apreciaban el peso argentino, se continuó –por períodos-corriendo el tipo de cambio para evitar que el atraso cambiario acople los precios con los internacionales, con los consecuente desequilibrios de la balanza comercial y pérdida de protección efectiva del mercado interno.
Economías con productividades muy bajas como la nuestra, y poca capacidad de direccionamiento de excedente hacía proyectos con alto contenido tecnológico y de punta, necesitan disponer del tipo de cambio como regulador del comercio exterior, en tanto que la apreciación cambiaria suele ir seguida de una profundización del déficit en el sector externo toda vez que aumentan las importaciones y disminuyen las exportaciones.
Desde la asunción de Macri, la feroz estampida inflacionaria que evolucionó por encima del tipo de cambio, sumada a la situación de suma gravedad institucional del Brasil, desataron un silencioso proceso de apreciación de la moneda local (sostenida en base a deuda e incorporación de capitales especulativos) que la llevaron a niveles casi parecidos a la paridad cambiaria durante la convertibilidad disparando un crecimiento tendencial de la balanza comercial y el déficit de la cuenta de turismo.
Lo que creo necesario decir, es que si proyectáramos un replanteo de los precios relativos de la economía argentina que permitan desplegar un modelo de crecimiento basado en la industrialización como motor de empleo y la inclusión social, que proteja el trabajo de lxs argentinxs y la producción nacional, sería necesario contar con un tipo de cambio alto que funcione a modo de protección del sector externo. Lógicamente, sin pensar que esto fuera una solución automática, ni la única de una batería de medidas posibles y necesarias.
En ese sentido, la suba del dólar no sería necesariamente un problema, menos en un contexto de capacidad ociosa y baja demanda, que hace presuponer un passtrough no tan automático y generalizado, y diferido en el tiempo, o al menos condiciones para fijar acuerdos sectoriales de precios.
Ahora bien, claro está que para que cualquier corrimiento del tipo de cambio no afecte sobre la demanda agregada, el mercado interno, y el poder adquisitivo del salario, es necesario acompañarlo mínimamente con medidas de distribución del ingreso (paritarias, aumento de ingresos fijos), acuerdos de precios, contención de precios en las tarifas de los servicios públicos, control de la fuga de capitales, y medidas que permitan obtener tipos de cambio diferenciados entre sectores tales como las removidas retenciones a las exportaciones de productos agropecuarios. Todas estas, medidas que un gobierno basado en los pilares ideológicos del neoliberalismo difícilmente lleve adelante.
En ese sentido, el problema no es el dólar en sí mismo. El problema es la decisión del gobierno de mantener el dólar apreciado para garantizar el ingreso y valorización de capitales especulativos. Un gran negocio para el capital financiero, a un costo fuertísimo para el pueblo argentino, que paga la fiesta del capital soportando endeudamiento, ajuste fiscal, y pérdida de puestos de trabajo.
A partir de este momento, cualquier opción que se tome puede ser un problema: si se devalúa «a la cambiemos», se perderán por la vía inflacionaria, ingresos de los deciles más bajos, haciendo aumentar la pobreza, la indigencia y la informalidad, aumentando además la carga de la actual deuda externa sobre las cuentas públicas.
Si no se devalúa, se necesitará seguir aumentando la tasa de interés, perdiendo reservas, y contrayéndo más deuda para quemar billetes verdes con los que contener el valor del peso, mientras la industria nacional deberá afrontar una pelea imposible contra los productos producidos en el exterior que llegan en los barcos, generando un efecto retractivo sobre el nivel de empleo.
Así la cosa, el problema no es que el dólar suba. El problema es que nos gobierne el sistema financiero, el problema es que gobierne cambiemos.
