Por Alejandro Agüero
Todo gobierno requiere de una narrativa, un porqué, un mito de gobierno. Si la salida del ajuste como síntesis del macrismo es el fundamento del Frente de Todos, la defensa del estado de derecho y el liderazgo de américa latina aparece como el escenario de posicionamiento de Alberto Fernández en el tablero internacional.
El golpe en Bolivia llegó para cambiar la agenda política en la región, y en adelante la crisis político-institucional del estado plurinacional correrá del centro de la escena a Venezuela. En consecuencia, el Grupo de Lima y la OEA tenderán a perder sustancia abriendo un espacio para representar la defensa de la democracia en América Latina.
Toda crisis genera un reacomodamiento y para Alberto Fernández es una oportunidad de trastocar los realineamientos en una región movilizada por el clivaje de Venezuela. Al fin de cuentas, la economía argentina queda en un segundo plano frente a las crisis institucionales que envuelven a países como Chile, Ecuador, Perú y Bolivia. Y más aún, con un Bolsonaro agobiado por el factor Lula y por una economía que lejos está de reactivarse, la asociación estratégica con López Obrador le da margen a Fernández para erigirse como un jugador clave en Sudamérica.
Para el presidente electo, la crisis boliviana puede ser pensada como un riesgo en la relación bilateral con Estados Unidos justo cuando es necesario rediscutir los vencimientos de la deuda con el FMI, o puede ser asumida como una oportunidad de liderazgo que le permita a la Argentina correrse del carril de Venezuela e Irán que tanto le achacaron al kirchnerismo.
Seguramente Alberto Fernández llevará la causa boliviana por el mundo, y junto al instrumento del Grupo de Puebla creará un espacio progresista en América para profundizar los vínculos con líderes europeos como Emmanuel Macron, Pedró Sánchez y Antonio Costa de Portugal.
La cuestión boliviana anticipa que Alberto Fernández será un presidente con fuerte impronta internacional, lo cual no es contradictorio con la crisis económica porque el financiamiento externo que requiere la Argentina exige de una diplomacia inteligente que deberá en primer lugar ubicar al estado nacional dentro del debate internacional.
La crisis puede convertir a Alberto Fernández en líder regional e interlocutor con el mundo, pero también puede terminar de dar forma a Felipe Solá como Canciller, revirtiendo las críticas iniciales a su falta de expertiz en la materia.