Por Pablo Papini
Tanto que se la esperaba, finalmente llegó. Otra profecía de la campaña del miedo que se concreta. Mauricio Macri anunció impulsará la revisión de los convenios colectivos de trabajo, eufemismo de flexibilización laboral. Ya había apuntado en esa dirección durante los festejos por el Día de la Independencia, el 9 de julio, cuando despotricó contra los beneficios logrados por el gremialismo; y en realidad puede decirse que siempre ha pensado igual: conviene recordar que le dijo a Marcelo Longobardi, siendo aún empresario, que considera a los salarios apenas “un costo más”, y no parte del ciclo de crecimiento económico. La iniciativa oficial no podía llegar en peor momento, mirada desde el contexto internacional y también desde los resultados de gestión a poco de cumplirse el primer aniversario del desembarco amarillo en Balcarce 50. Y a la vez encaja a la perfección en el programa que se viene desplegando, y que es responsable de ese desempeño deficiente.
El debate por la emergencia social es de todo menos casual en este marco, pero se aceleró desesperantemente como corolario ineludible del rumbo emprendido por el gobierno nacional.
El trabajo, como se lo ha conocido tradicionalmente, corre riesgo de extinción. La globalización, la financierización y la revolución tecnológica lo hicieron. Esa crisis dispara otras, de corte político. Que, debilitando los cimientos sistémicos que construyeron y sustentan esas innovaciones, ponen en duda su supervivencia y viabilidad a futuro. Los nombres propios de esos procesos son obvios por estas horas: Brexit en Gran Bretaña, Marine Le Pen en Francia, Mariano Rajoy/PSOE/Podemos en una España que tardó doce meses y dos citas comiciales en definir sucesión gubernamental. Y fundamentalmente, por supuesto, Donald Trump en EEUU. Dicho sencillo: los electorados sencillamente no aceptan las razones que explican este asunto, y castigan en consecuencia.
Macri no tiene mejor idea que insertarse incondicionalmente en ese esquema, cuyas dificultades –supone– afrontará a través de su pulsión ortodoxa. Así como antes creyó que haciendo los deberes (es decir, desregulando cambiaria, financiera y comercialmente) sólo le quedaba sentarse a esperar que llovieran dólares de inversión desde el mundo, ahora intentará convencer de que del mismo modo solucionará los dramas de desempleo. Para colmo, es un espacio que se deja seducir fácil por sucesos de época, como la uberización, que ya trajo roncha, o el emprendedorismo, que suenan muy bonitas pero carecen de piso sobre el que posar sus patas.
El economista Eduardo Levy Yeyati, quien encabeza el diseño de una suerte de plan estratégico a largo plazo de Cambiemos, escribió hace poco en La Nación acerca del dato que se asume como tragedia ineluctable incluso en veredas ideológicas opuestas a la suya: que el pleno empleo es cosa del pasado. Siempre que no se haga algo al respecto, claro. Lo cual, por cierto, no saldría gratis: ahí están las altas tasas de inflación e informalidad legadas por el kirchnerismo como testimonio de lo que cuesta defender, a la vez, puestos de trabajo, remuneraciones y legislación obrera progresiva. Varios otros textos vienen haciendo hincapié, en función de todo ello y a raíz de la recesión en que ha hundido la receta de Macri a la economía, en la nueva composición de los sectores populares: el segmento asalariado formal sindicalizado ha perdido su hegemonía allí hace bastante rato.
Las derivaciones que estas reconfiguraciones importan para el universo gremial son evidentes, al perder número a manos de la desocupación, el negreo y la explosión de lo que ha dado en llamarse economía popular. Que por lo ancho de su despliegue a lo largo de los últimos años ya se nuclea en una confederación. La CTA apareció en la década del ‘90, cuando estas novedades irrumpieron con fuerza en Argentina, ampliando el paraguas de representación hacia los que por entonces comenzaban a ser arrojados en masa a las calles. Hoy estamos en una fase todavía más avanzada de fragmentación: a ello corresponde el surgimiento de la CTEP. La política doméstica sigue demasiado acostumbrada al peso que otrora ostentaba el sindicalismo clásico, y más específicamente la CGT. Deberá readecuarse si quiere conservar predicamento.
Pero eso no implica asumir imposible el objetivo de crear empleos formales y bien pagos para todos, como propone Levy Yeyati. Se suicida Macri si adopta esa tesitura. Mal no le vendría asesorarse con la familia Clinton. Al menos públicamente, se trata de una meta que debe ser irrenunciable.
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La Luna de Miel de la CEOcracia es historia. Los atolladeros parlamentarios anunciados en esta columna hace un mes ya son críticos: el voto electrónico y la reforma del Ministerio Público Fiscal se cayeron, los estímulos a emprendedores siguen en veremos y sus rivales definieron la agenda de cierre de temporada con Ganancias y Emergencia Social. El capital político del Presidente continua siendo la mega fractura opositora, porque si el kirchnerismo luce descolocado ante la última propuesta y el massismo se posicionó bien con el impuesto a la cuarta categoría, el naufragio de las modificaciones electorales invirtió ese reparto de ganadores y perdedores del tablero partidario.
En efecto, poco se está diciendo acerca del durísimo tropiezo que para Miguel Pichetto y Sergio Massa representó ese freno planteado por los gobernadores, en especial el formoseño Gildo Insfrán. No por la cuestión en sí, sino porque resquebrajó los fundamentos sobre los que el jefe del bloque del FpV-PJ apoyó la relevancia que tuvo a lo largo de 2016 como dador de gobernabilidad de Macri: articulaba con Nación, aseguraba, los intereses de los mandatarios provinciales, quienes ahora lo han desautorizado y fuertemente. El tigrense, por su parte, planeaba proyectarse hacia el interior justicialista, lo que le faltó en 2015, a través del senador rionegrino.
Decíamos en el texto antes citado que Elisa Carrió abrió una herida de pronóstico reservado en el oficialismo. Pero más influyen en el peronismo las elecciones venideras y, sobre todo, el deterioro económico y social, que baja los costos de negar respaldo a Olivos, cuadro agravado por la diputada chaco-porteña: mal podría imputársele eso a los ajenos si primero lo hacen los propios. De ahí que Emilio Monzó, de los pocos macristas lúcidos, y que comprende que lo que sirvió en campaña no es igual de útil para gobernar, impulsa la paz con el peronismo, clave para todas las leyes que pidió Macri en su año inaugural, tramitadas desde la presidencia de la Cámara de Diputados. Ya se trabó la nueva ley de ART, ¿se expondrán a otra derrota que además traería resonancias callejeras?
Jorge Asís dijo que el experimento Macri funcionaría, a falta de frutos, mientras durara el “efecto desastrosamente comparativo”, en relación a CFK. Monzó está avisando a sus socios que no alcanzará con los bolsos de José López para triunfar en las legislativas de 2017.
Clarín, un termómetro, y que mira a más largo plazo que eso, empezó a pegar. Segundos afuera.
