Rodrigo Hobert es sociólogo y Doctor en Ciencias Sociales. Se desempeña como docente e investigador en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de Tres de Febrero. Desde este lugar dialogó en un extenso reportaje con Matías Cambiaggi sobre participación social y acción colectiva en la Argentina reciente.
Cambiaggi y Hobert a lo largo del reportaje intentaron desanudar la trama de la dinámica de participación social, para comprender la alquimia que se dió entre esta última y la acción estatal.
A continuación, la primera de las tres partes en que constará este reportaje.
Matías Cambiaggi (MC): ¿De qué manera considerás que se dio la dinámica de participación social desde el 2001 hasta estos últimos años?
Rodrigo Hobert (RH): Creo que inicialmente habría que distinguir algunos aspectos. Por un lado la cuestión de la participación y por otro el tema del poder que, al fin y al cabo, es por lo que se participa, se discute, se actúa en términos colectivos. Pero además es indispensable comprender que existen múltiples formas de participación y de interpretación sobre aquello que es el poder. Tantas formas como representaciones por las cuales se participa. Es por esto que la participación social en los últimos años tuvo distintas modalidades y fundamentos que hacen imposible sostener que sea exclusiva de un sector social, o que haya tenido una dinámica organizada hacia un sentido. Todo esto comprendido en el contexto de la Argentina post 2001.
La crisis sociopolítica y económica, desgarró un tejido político partidario, mediático y empresarial que sostenía la legitimidad de sus relaciones de poder. Un tema que había dejado cuestionarse luego de la dictadura militar y del casi inmediato triunfo neoliberal de 1990. De un modo u otro, los principales actores de la política argentina efectuaron pactos explícitos y tácitos tendientes a evitar cualquier cuestionamiento a las relaciones de poder que les daban sustento y continuidad. Por eso el 2001 emerge como momento del agotamiento de una modalidad de ejercicio del poder. Agotamiento pero no extinción, que son cosas distintas. Se reorganizan los pactos dentro de la estructura dominante como consecuencia de la gravedad de la situación socioeconómica y de su deslegitimidad como bloque de poder. Esta reorganización fue similar a las que efectúan las casas matrices con sus sucursales.
La participación social en los últimos años tuvo distintas modalidades y fundamentos que hacen imposible sostener que sea exclusiva de un sector social. El 2001 emerge como momento del agotamiento de una modalidad de ejercicio del poder
Transferencias de recursos y quita de apoyos, que dejaron colgados de un pincel a un importante sector dentro de los partidos tradicionales y del sindicalismo. Esto acentuó el desgranamiento que la UCR venía sufriendo, indujo a una fuerte disputa dentro del PJ, e impulsó a que el MTA ganase terreno dentro de la CGT. Todo esto mientras las conducciones empresariales eran cuestionadas internamente por su apoyo a las políticas económicas recesivas y el Poder Judicial comenzase un proceso de agrietamiento respecto de sus vínculos subsidiarios del poder económico. Sin la base de sustentación mediática, empresarial y judicial con la que contaban los partidos tradicionales y el sindicalismo, y con altos niveles de conflictividad social, la participación colectiva logró abrirse paso como expresión y acción de cambio. Ocupó, aunque descoordinadamente, la brecha que fue dejando la alianza de poder en su reorganización.
Una alianza que para mediados de 2001 ya había agotado su modelo de dominación y que tuvo que tomar la decisión estratégica del paso atrás para poder tomar carrera y avanzar de un salto una vez que volviera a recuperar fuerzas. Un desensillar hasta que aclare. Es en este contexto que emergen las asambleas populares como forma de participación colectiva. Inicialmente fueron participaciones desorganizadas que condensaron distintas propuestas y expresiones de descontento social que en muchos casos ya venían conformándose y movilizándose frente a los procesos de pauperización de mediados de los noventa. Entonces la participación social tiene un punto de regeneración en el proceso del 2001 que la potencia en términos cuantitativos y cualitativos. Así es que se fueron dando casi en paralelo y cooperativamente dos situaciones.
Por un lado el repliegue estratégico de los sectores dominantes y por otro el incremento de la acción colectiva y de la participación política. El repliegue dejó aislados a distintos sectores de la política partidaria nacional, obligándolos a una reconfiguración general para pilotear la crisis de gobernabilidad en un contexto de elevada conflictividad, desocupación, pobreza, caída del poder adquisitivo, cesación de pagos, etc. Las experiencias inmediatas de Rodríguez Saá y Duhalde fueron ensayos tendientes a estabilizar una situación inmanejable desde el repertorio neoliberal. Justamente el acuerdo que logra Duhalde con las distintas estructuras partidarias locales y nacionales, le da el aire indispensable para poder capear la tormenta y salvar de la catástrofe tanto al PJ como a los restos de la UCR y del establishment local. Es en este contexto en el que confluyen los piquetes y las cacerolas. Ahorristas y desocupados. Sectores medios y altos con los sectores populares. Indignados y empobrecidos con los desamparados. Una coincidencia circunstancial sólo posible por la multiplicidad de intereses que fueron tocados entre el 2000 y el 2002. Y digo circunstancial porque la participación social de los sectores medios y altos previo al 2000 había estado centrada en las formas y no en el contenido del proceso neoliberal.
Se centraba en críticas epidérmicas sobre la Ferrari de Menem, la corrupción y el clientelismo, bien lejos de todo cuestionamiento sobre la acumulación de riqueza del capital financiero trasnacional, las privatizaciones, la desocupación y la pobreza. Es el tan mentado honestismo que sosiega, regocija y dinamiza la participación y las adhesiones políticas de las clases altas y de un sector importante de las clases medias. Y del otro lado estaban los sectores populares y las clases medias empobrecidas que habían padecido con mayor gravedad el impacto de las políticas neoliberales y que sufrieron la estigmatización sistemática por parte de los sectores medios y altos y de sus órganos ideológicos. La confluencia circunstancial le otorgaba gravedad al contexto sociopolítico porque era identificada a priori como una suerte de frente popular anti neoliberal, anti política, anti sistema. Una identificación errónea, pero comprensible dado el contexto de incertidumbre que se atravesaba. Y esta lectura fue compartida tanto por los referentes de los partidos nacionales como por gran parte de la izquierda local. Pero una vez que Duhalde logró garantizar el pacto de gobernabilidad, esa confluencia fue diluyéndose hasta desaparecer. Y ahí la participación fue retornando a sus cauces naturales, a sus modalidades clasistas y sectoriales.
Es en este contexto en el que confluyen los piquetes y las cacerolas. Ahorristas y desocupados. Sectores medios y altos con los sectores populares
MC: ¿En qué sentido clasistas y sectoriales?
RH: En el más puro. La idea de colectividad, de colectivo integrador que plantearon las distintas participaciones sociales del 2002 se diluyó rápidamente conforme se logró la estabilización del sistema político y el reacomodamiento de las variables macroeconómicas después de la caída del uno a uno. Fueron medidas certeras que le permitieron a los partidos tradicionales, fundamentalmente al PJ, quebrar ese frente popular amorfo e imaginario y hacer volver a los sectores medios a su juego. Las cacerolas rápidamente volvieron a estigmatizar a los piquetes. Es cierto que tampoco era difícil quebrar ese frente imaginario, porque las contradicciones propias y los intereses de cada sector tornaban en inviable su continuidad. No era difícil, pero sí era urgente. Indispensable para evitar que se profundizara la crisis de gobernabilidad.
Este rápido quiebre le permitió reorganizarse al gobierno de transición de Duhalde, plantearse como árbitro en la interna del PJ y hacerla jugar como interna abierta en las elecciones nacionales del 2003. Conforme se desarticularon las distintas confluencias clasistas, se fue asentando el estado de efervescencia social y comenzaron a desarticularse las acciones colectivas, pasando a acciones sectoriales basadas en intereses específicos de distinta orientación. Por eso es que el empleo del término de participación social es tan amplio y general que impide ver cuál es su génesis y cuáles son sus dinámicas. Es necesario deconstruirlo.
No todas las experiencias de participación social, ni siquiera la mayoría, tendieron a cuestionar el núcleo duro del poder en Argentina
Creo que es indispensable comprender que las expresiones de participación tienen sus propias dinámicas, no siempre organizadas en función de intereses concretos. De ahí que a veces potencien y otras tantas conspiren contra el empoderamiento colectivo. Es por esto que es necesario comprender que la participación social no constituye per se una modalidad de fortalecimiento democrático, sino que aquello que se difunde como participación social puede responder a intereses sectoriales que poco o nada tienen que ver con los intereses generales de una sociedad democrática. Y en esta línea lo democrático obra como significante vacío. Cada sector social vuelca su propio sentido de clase sobre aquello que entiende deber ser lo democrático. De ahí que para cada sector la democracia puede significar el respeto a la Constitución, a las leyes o a su estilo de vida. Se declama eso. Pero en sí expresa la necesidad de garantizar sus derechos individuales. Por eso no es extraño que haya sectores que sostengan que participan por más democracia y al mismo tiempo los convoquen temas como la lucha contra la corrupción, la inseguridad, la mano dura, la baja en la edad de imputabilidad, que se garantice la libre circulación por las calles y que se repriman los cortes, que se despidan empleados públicos pero que no haya desocupación, que se persiga a los jóvenes y a los pobres, pero que no haya casos de gatillo fácil.
Por eso no todas las experiencias de participación social, ni siquiera la mayoría, tendieron a cuestionar el núcleo duro del poder en Argentina. Muchas expresaron movimientos episódicos de carácter sectorial. Por eso algunas obraron como acciones defensivas y otras con carácter progresivo. Es la diferencia que se dio entre quienes salieron a manifestarse contra la Resolución 125 en el 2008, y los que lo hicieron para apoyar la promulgación de la Ley de Matrimonio Igualitario o la de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Estos casos son significativos porque respondieron a intereses de sectores específicos de la sociedad, pero tuvieron orientaciones diferenciales que dieron fundamento a la participación masiva. La primera estuvo volcada a garantizar las cuotas de ganancias de un sector agroexportador minoritario. Las otras dos estuvieron destinadas a ampliar los derechos civiles de una minoría o a garantizar el derecho a la información en términos colectivos.
Sin lugar a dudas el éxito del establishment, su legitimidad como bloque dominante, está en lograr convertir sus intereses particulares en intereses generales
Es interesante porque estos ejemplos expresan en términos generales los dos principales vectores de la participación ciudadana. Participaciones defensivas y progresivas. Sectoriales y generales. Y sin lugar a dudas el éxito del establishment, su legitimidad como bloque dominante, está en lograr convertir sus intereses particulares en intereses generales. Hacer que un pobre se movilice y vote por los intereses de un rico, creyendo que se moviliza y vota por sus propios intereses. Que los inmigrantes estigmaticen a otros inmigrantes. Que los excluidos reciten el libreto de los incluidos como si fuera propio. Las víctimas votando y saliendo a la calle para defender los intereses de sus verdugos. Esto, que puede resultar inverosímil, da cuenta de la extraordinaria multiplicidad de motivaciones que hacen a la participación social.