Hoy la violencia de género está en boca de todos. ¿Qué va a pasar mañana?
La legitimidad del reclamo por la erradicación de la violencia contra las mujeres crece día a día y no encuentra límites. Se expandió, se mediatizó y hasta contó con la oportuna adherencia de sectores inesperados (selfies mediante). Más allá de lo construido en estos años por el Estado y de la posibilidad de seguir ampliando horizontes jurídicos, nuestros procesos culturales por momentos continúan intactos. Funciona impune la hipocresía de muchos sectores que mientras hoy levantan las banderas de #NiUnaMenos con indignación circunstancial, por debajo de la mesa siguen aportando a la construcción de viejos estereotipos y a la naturalización de actitudes violentas hacia las mujeres.
Esta hipocresía no es nueva, la historia oficial intentó invisibilizar a grandes mujeres. Lo hizo con Juana Azurduy, que tuvo el coraje de pelear de igual a igual por nuestra independencia; también lo quiso hacer con Julieta Lanteri, después de años de lucha por el voto femenino; y hasta quiso lo mismo con Evita, que no pudiendo esconder su legado, intentaron bajarle el precio como si sólo hubiese sido una dama de caridad. Si Julieta Lanteri, ya en 1911, entendía que ser hombre o ser mujer no tiene virtud ni defecto, sino que es lisa y llanamente una concepción biológica, qué queda para los que no hace mucho especulaban con la incapacidad de tomar decisiones de Cristina diciendo que era un simple títere de Néstor. El tema es bien complicado.
La violencia de género hay que abordarla y tratarla de manera integral. El 10% de los femicidios del 2014 ya tenían denuncias realizadas, es decir que existía un proceso en marcha. Policías hacen la vista gorda y los jueces Piombo abundan. Las leyes y el esfuerzo presupuestario de Estado -hay que decirlo- también. Es necesario que el proceso funcione como una mesa de 3 patas. Un Estado presente y activo en la prevención y contención; un poder judicial ágil que le preste más atención a la víctima y castigue al victimario; y una comunicación que concientice responsablemente sobre la gravedad del tema. Hoy tambaleamos, es una triste realidad.
El cambio es colectivo, todos tenemos lugares de hipocresía por pequeños que sean. Lo mamamos de chicos y aún hoy lo escuchamos. El proceso es seguir intentando día a día, dejar de reproducirlo y borrarlo definitivamente. La marcha de hoy es parte del camino.
Tenemos la suerte que la Argentina sigue siendo un semillero de mujeres que no se conforman con lo dado y tienen la convicción y la templanza que se necesita para cambiar la historia. Hoy debemos acompañarlas, hombro con hombro, de igual a igual, como militantes de la causa para que no se lleven a ni una más. Es cierto, mientras más seamos, mejor, pero no debemos quedarnos ahí. Esta posición se tiene que sostener. Sin excepciones.