Perdimos. Vivimos un diciembre raro, oscuro, incierto. Siendo espectadores de la política después de años de militancia y protagonismo. Enterándonos del futuro económico por lo que dicen los diarios que dijo Prat Gay en Washington. Hallando consuelo en que a la SPU va un rector radical y no el productor del programa de Fantino. La Franja Morada como punta de lanza de esa resistencia. ¿Así termina la década ganada? Después de doce años de conquistas y organización de la sociedad civil, nuestra campaña más decisiva la hizo el espontaneísmo. La convocatoria al obelisco para militarle el balotaje a Daniel Scioli la hicieron ellos. ¿Y las organizaciones? Pusieron todo el capital que construyeron en esta década en armar una fiesta de despedida para el 10 de diciembre. La devaluación no empezó pero sí su pass-through. Es imposible ir a un comercio sin que estén retocando los precios. Al menos habrá crecido el consumo de marcadores y etiquetas. Como fuera, hay poco para celebrar.
Los nuestros están procesando el momento de dos modos distintos. Una forma ya la mencionamos arriba. Es la afectiva. Comprensible a nivel personal o individual, es un delirio como programa político de una organización. Sobre la otra vale la pena decir algo. La palabrita de moda desde hace un par de semanas es autocrítica. La idea de que si perdimos no es porque la sociedad tiene poco swing (nos costó años entender esto), sino porque algo hicimos mal para perder el país con un partido nuevo de derecha liberal y los radicales (¡¡¡los radicales!!!). Por supuesto bancamos esto, pero hay un par de cosas para decir al respecto antes de comenzar a autoflagelarse.
Martín Rodríguez twiteó hace unos pocos días: “Mucha gente diciendo ‘hay que hacer autocrítica’ o ‘no hay que hacer autocrítica’ como si hubieran tenido poder de decisión”. El señalamiento es válido. Autocrítica implica realizar un balance de errores y aciertos propios. Cuando se la propone en la militancia, es desde el punto de vista del partido. Repasar las decisiones del FPV durante este año electoral que termina con Macri presidente. Y también las políticas de los últimos años. Los de estancamiento con inflación y posefervescencia política recontraencorsetada y sectaria. Pero el partido (¿qué es el partido hoy?) no es un todo.
Autocrítica implica realizar un balance de errores y aciertos propios. Cuando se la propone en la militancia, es desde el punto de vista del partido. Repasar las decisiones del FPV durante este año electoral que termina con Macri presidente. Y también las políticas de los últimos años
Las delirantes PASO de capital de este año no fueron decisión de la militancia. Tampoco fue decisión de la militancia de base votar en blanco en el balotaje porteño (de hecho los votantes del FPV en masa desaprobaron aquella irresponsabilidad), el “baño de humildad” que por cadena nacional nos dejó sin algunos de nuestros mejores candidatos, la reñida interna bonaerense que nos desangró y nos dejó un candidato anticompetitivo en la provincia más importante, ningunear todo el año al candidato presidencial, no nombrarlo en los discursos, militar para diputados y gobernador para después preguntarse por qué no ganó tu presidente, organizar cierres de campaña paralelos, ni faltar al Luna Park aquella noche fatídica del 25 de octubre. El insólito aislamiento respecto de la sociedad civil de los últimos años no es responsabilidad del pibe que sacrifica horas de estudio o de ocio para volantear. ¿Por qué debería tomar él la pesada tarea de la autocrítica? Sobre todo cuando hay dirigentes que la consideran innecesaria. Y lo expresan públicamente, para seguir piantando votos.
Las decisiones político-electorales de este año (y las político-económicas de los anteriores) que nos llevaron a este final insólito no fueron tomadas por la militancia de base. La autocrítica respecto de eso es asumir errores ajenos y martirizarse por quienes justamente los enviaron a la derrota. Y sin embargo, sí hay una autocrítica por hacer, y quizá sea la más pesada de todas. Mi generación construyó una juventud que, ante la catarata de errores de los últimos años, no tuvo un átomo de rebeldía como para levantar la mano y expresar su posición, con profundo amor por el proyecto político al que apostábamos hacía años, con total sinceridad, con lealtad y sin obsecuencia. Nuestra autocrítica debe ser esta: deberíamos haber hablado un poco antes y un poco más fuerte. Y no acompañar a nuestros dirigentes hasta la puerta del cementerio.