Sobre la arena clara yacía un niño, parecía estar siendo erosionado por el suave roce de las olas sobre su cuerpo. Aylan Kurdi era su nombre, tres años tenía. ¿Origen? sirio. ¿Consecuencias del hecho? Conmoción y movilización mundial.
Sobre el cemento frío yacía un joven. El cráneo seguramente estallado por la caída. Cristian Crespo era su nombre, diecisiete años tenía. ¿Origen? Villa Soldati ¿Consecuencias del hecho?
Es interesante analizar, dentro de lo posible, la reacción que generó la reciente noticia de la aparición del cuerpo de un niño sirio, que escapaba de la desidia, en las costas de Bodrum, Turquía. La imagen del pequeño indefenso huyendo de su patria, escupido por gobiernos europeos y por el mismo mar, sin vida sobre la costa, sin duda fue de gran impacto.
Surgió, por un lado, un gran activismo a través de las redes sociales, probablemente lógico entendiendo que vivimos en una realidad inmersa en ellas y los lugares que estas alcanzan pueden llegar a ser logros sumamente tangibles y concretos. Como reacción a este fervor virtual, también se visibilizó un fuerte desagrado al sentimentalismo, devenido en aquel activismo previamente mencionado, que inundó Facebook, Twitter y demás redes.
Más allá del nivel de me gustas o de las veces que fue compartida cierta noticia, es interesante concentrarnos en qué efecto genera y por qué. En el caso de Aylan, el saldo fue -a pesar de lo horrible del hecho- relativamente positivo: numerosos pueblos de Europa se levantaron exigiéndole a sus gobiernos mayor presencia del aparato estatal en esta situación que azota la realidad de nuestro mundo hoy: los migrantes sirios.
En la introducción de esta nota se menciona también otro caso: el de Cristian. ¿por qué este no tuvo la misma repercusión que el de Aylan? ¿por qué no conmovió al grueso de la población mundial, o al menos la argentina? ¿Acaso no fue su muerte el reflejo de un problema también de grandes dimensiones? No soy partidaria de que porque muchísimos casos no tengan repercusión, se menosprecie a uno que si la tuvo pero ¿por qué no nos conmovemos con la muerte de un pibe de Villa Soldati, que está acá nomás? ¿y por qué si con la muerte de un niño sirio, lejano, muy lejano?
El arco de opiniones, teorías o hipótesis que pueden surgir como respuesta a estos interrogantes es muy amplio, hasta incluso pueden surgir más cuestionamientos.
Además de la tan poderosa y contundente influencia, enmarcada en una estrategia política particular, que efectivamente llevan a cabo los responsables de transmitir los sucesos -los medios- ¿cuál es ese factor que determina la conmoción que genera tal situación en cierta población? ¿es acaso la distancia? ¿La sensación de que está fuera de nuestras manos la posibilidad de cambiarlo? Porque, créame señor/a lector/a, lo de Villa Soldati estuvo en nuestras manos.
¿Hasta cuándo vamos a seguir sufriendo esta presbicia? ¿Por qué nos es tan fácil hacer foco en lo que más lejos nuestro está, y tan dificil hacerlo en lo que nos atraviesa cotidianamente como pueblo?
En el caso de Cristian, fue la ausencia del estado, la huída cobarde del gobierno de la ciudad lo que lo asesinó. En el de Aylan, un estado violento y cruel, y muchos otros indiferentes.
El concepto de “Estado” ha sido definido por centenares de autores a lo largo de la historia, al centrarnos por ejemplo en Thomas Hobbes, este afirmaba que este era “Una institución, cuyos actos, por pactos realizados, son asumidos por todos, al objeto de que pueda utilizarse la fortaleza y medios de la comunidad, como se juzgue oportuno, para asegurar la paz y la defensa común”; Hegel, por otro lado, establecía que “El Estado es la conciencia de un pueblo”.
Con una visión más “naif” San Agustín establecía que este “Es una reunión de hombres dotados de razón y enlazados en virtud de la común participación de las cosas que aman”.
Resulta fascinante como, obviamente bajo la influencia de nuestras perspectivas político-ideológicas, se abre un abanico de definiciones, contemplando cada una de ellas a diversos ejemplos de gobiernos actuales e históricos. La presencia, la intervención, la representación, el respeto, la tolerancia y la protección, parecen ser algunos de los factores a tener en cuenta a la hora de analizar la relación entre estado e individuo que finalmente caracteriza a un gobierno. Los niveles de intensidad con los que cada uno de estos conceptos aparecen en una gestión y la forma en la que se manifiestan son también puntos interesantes a considerar.
Cuando Hegel afirma que “El Estado es la conciencia de un pueblo” podemos preguntarnos; si el estado representa nuestra conciencia, ¿qué está tan mal en nuestras cabezas que permitimos que aquella herramienta que se supone debe obrar según la voluntad popular y cuidarnos haga -o no- lo que hace? ¿Si el estado fuera nuestra conciencia, dormiríamos tranquilos hoy? ¿Podríamos vivir con la muerte de un pibe que cayó de un balcón por “nuestra” negligencia? ¿O de uno que se ahogó porque lo perseguimos, torturamos y violamos sus derechos?
Con frecuencia se escucha que el “Estado tiene la función, el deber, de representar a la sociedad” pero si es asi ¿no deberíamos nosotros actuar en consecuencia? ¿Por qué no nos corresponde, como miembros de una sociedad civil, representar también al Estado?
Esta relación de “doble representación” puede peligrosamente llegar a transformarse en una especie de círculo vicioso y tener resultados sumamente constructivos como destructivos, pues no podemos dejar de lado en esta hipótesis el hecho de que cada individuo elabora una visión político-ideológica particular que inevitablemente se transforma en un factor que excluye, en consecuencia, otras perspectivas. Esto es justamente una de las libertades que podemos gozar casi plenamente como individuos pero que, el estado en su rol de representante de la sociedad, de un masivo de individuos, no puede ejercer totalmente. Por otro lado, siguendo con esta línea de que cada ciudadano posee una visión político-ideológica propia, surge la cuestión de que esta, inevitablemente deviene en una determinada concepción de estado. Es en este punto entonces, en el marco de la hipótesis de “doble representación” cuando se plantea un conflicto: si dos seres pertenecientes a una misma comunidad entienden al estado que los representa como cosas distintas y le atribuyen valores que pueden llegar a ser adversos ¿hasta qué punto se puede dar esta doble representación? Si todos, por ejemplo, entiendiesemos que el estado debe ejercer la violencia como solución ante todo, y como individuos actuamos en consecuencia de esa postura ¿no se transformaría en una catástrofe? o si entendemos que el estado no debería intervenir en la realidad social y económica de los ciudadanos ¿no nos transformaríamos en seres alienados y egoístas?
La presencia estatal no tiene porque ser amenazante, el individualismo y la deshumanización de las relaciones sociales que hemos heredado -en nuestra condicón de argentinos- de la maldita dictadura y de los putos 90, es ese trauma que nos impide avanzar como sociedad, como seres humanos, apostar a lo colectivo por sobre lo individual, a la justicia social: eso a lo que varios gobiernos de la región han intentado llegar contra viento y marea, contra bandas y estrellas.
Ejemplos de un estado presente, inclusivo, justo y soberano sobran, a mi entender creo que no hace falta salir de la Argentina (si, claro está, de la ciudad porteña), pero ¿cuántos son en el mundo? ¿Cuántos han pretendido a lo largo de la historia poner los derechos de los más débiles por sobre los intereses de los poderosos?
Dejemos el naif de San Agustin y pongamos las cartas sobre la mesa, esto no es cuestión de suerte, del destino o de cualquier otra fuerza mística ajena a nuestras capacidades de comprensión, cotidianamente hay seres humanos de por medio, gente con nombre y apellido muriendo, y gente con nombre y apellido responsable de eso.
Usemos los anteojos, miremos, veamos, abramos los ojos y hagamos foco en el número del bondi que viene ahí a lo lejos sin perder de vista a la letra chica que nos indica hacia dónde va.