Por Alejandro Aguero
Terminemos de una buena vez por toda con la fantasía del ‘equipo’. Nuestro sistema de gobierno de tipo presidencialista requiere de liderazgos fuertes que posibiliten, entre otras cosas, procesar los contextos de crisis política.
Hay momentos excepcionales que permiten dejar atrás los debates más urgentes de la Argentina. En esos paréntesis de la historia es que los sectores medios introducen nuevas agendas como la calidad institucional, la ética en la gestión pública y el rechazo a la corrupción gubernamental.
El 2015 puede interpretarse bajo ese prisma de lectura. Un modelo kirchnerista agotado en su relación con las capas medias y una oferta electoral que tuvo la inteligencia de canalizar las nuevas demandas.
El triunfo inicial de Cambiemos y su revalidación en las elecciones legislativas pareció ser un quiebre cultural en la forma en que la sociedad se relaciona con la política. Fueron Durán Barba y Marcos Peña los abanderados de la reinterpretación del liderazgo político en el siglo XXI.
Para los encargados del relato comunicacional, atrás parecían quedar los líderes providenciales, los grandes discursos y todo lo relacionado con la política tradicional. Macri venía a representar entonces un liderazgo colegiado con un equipo de gobierno conformado por CEOS con capacidad de decisión institucional, pero sin espalda ni legitimidad con la sola excepción del jefe de gabinete.
Toda una novedad para una cultura política acostumbrada a los liderazgos omnipotentes desde Raúl Alfonsín hasta Cristina Fernández, pasando por Carlos Menem y Néstor Kirchner, con la única anomalía de Fernando De La Rúa.
La crisis del dólar no es solo económica
Con la corrida cambiaria y el pedido de auxilio al Fondo Monetario, no solo terminó por morir el “gradualismo”, sino, y por sobre todo, el equipo como instrumento de gobierno. Funcionarios que licuaron su escasa credibilidad y un presidente que erosionó su legitimidad toda vez que la sociedad le exigió decisiones claras y certezas que al día de hoy no observa.
Una crisis de gobierno atravesada por dos elementos: incertidumbre de la sociedad y pérdida de poder relativo del ejecutivo. Pasaron 19 jornadas devastadoras, y con el dólar, la inflación y el FMI como temas excluyentes de la opinión pública, la legitimidad política de Mauricio Macri terminó por ponerse en discusión en una sociedad invadida por el miedo y la falta de confianza hacia la figura presidencial.
Todo entró en discusión, pero nuevamente quedó claro que el presidencialismo argentino requiere de liderazgos fuertes que no pueden ser suplidos por innovaciones comunicacionales.
Si la urgencia inmediata pasa por clausurar la crisis económica, vendrá luego la reconstrucción de la confianza política a partir de un profundo recambio en el gabinete.
Nicolás Dujovne y Federico Sturzenegger pagarán el costo del descalabro financiero que culminará con el acuerdo con el Fondo Monetario. Luego será el momento de un ministro de economía que concentre las decisiones sin la intervención de la jefatura de gabinete.
Emlio Monzó, Rogelio Frigelio y Carlos Melconian son los nombres apuntados para una nueva etapa que correrá a Marcos Peña de la centralidad política y que tendrá a Mauricio Macri con mayor protagonismo.
¿Habrá tiempo para la reconstrucción del gobierno? ¿El ajuste que se viene obturará el debate político? No hay respuesta para estos interrogantes, pero si queda claro que nuevamente la urgencia de la economía volvió a exigir un presidente fuerte y con capacidad de mando.