Pasadas las seis de la tarde del tercer día consecutivo de sol de una primavera coqueta que no termina de llegar del todo y no deja de hacerse rogar. Una vez más los alrededores del Luna Park de un momento a otro, podría decirse casi en un pestañar, se ven desbordados de gente. No, de gente no, de “pibes”, porque cada vez son más jóvenes los jóvenes.
Hay un muchacho que no debe tener ni si quiera dieciséis años, tiene la cara sembrada de granos, usa el pelo lacio bien corto, con un breve mechón cayéndole sobre la frente, debe hacer por lo menos quince minutos que lo observo y no ha dejado de sonreír ni un solo instante; sonríe con los labios, la tiene adherida la sonrisa como si se la hubiesen estampado en la boca y no pudiese desprendérsela, pero también sonríe con sus ojos claros, con esa mirada tan trasparente que deja en evidencia que hay un sueño enquistado en ella, sonríe con el corazón, con la garganta; y así de flaquito como se lo ve sonríe todavía más ancho cuando saca fuerza de sus brazos finitos para alzar en alto la caña y poner a flamear de un lado al otro contra la fuerza del viento la bandera de su agrupación.
Van llegando más y más columnas que se agolpan y amontonan sobre las calles Bouchard, Corrientes, Lavalle, esperando su turno para entrar. Y por momentos pareciera que la espera se hace larga, y un sorpresivo silencio aplasta a la multitud, el repiqueteo de los tamboriles se apaga, y todos se sumergen en un ensordecedor murmullo imposible de desmenuzar, y los murguistas exhaustos empapados de transpiración se mojan las cabezas y beben de un botellón de agua que pasa de mano en mano, alguno que otro cogotea impaciente mirando hacia la puerta, y el sol desciende unos centímetros y esconde su borde detrás de una de las torres de cristal de la Avenida Libertador, y un viento que llega desde la costanera eriza las pieles y sacude las remeritas de manga corta, y una larga sombra helada parece haber enfriado la pasión, pero solo es un espejismo, un respiro, un hiato, porque repente, desde el seno mismo de la multitud, una garganta grita hasta desgarrarse: “¡Dale che que es una tarde de fiesta!” y el redoblante se despierta y miles de voces se desperezan para hacer renacer un canto ensordecer que a cada estrofa se va volviendo más y más intenso: “por eso quiero que vengas a ver, gorila nunca lo vas a entender, que sigo militando en los barrios, por eso es que Néstor sigue vivo”.
Sí, lo que se huele necesariamente debe ser uno de los tantos intensos aromas que tiene la pasión; se empacha el oxigeno con ese perfume y se impregna en las fosas nasales. Y no hay un solo rincón del estadio que este en silencio.
Una vez adentro el clima se potencia, se envicia de calor humano el aire, hay olor a tufo, cigarrillo, marimba, y pasión. Sí, lo que se huele necesariamente debe ser uno de los tantos intensos aromas que tiene la pasión; se empacha el oxigeno con ese perfume y se impregna en las fosas nasales. Y no hay un solo rincón del estadio que este en silencio.
El acto ya está por comenzar. Desde los parlantes en volumen casi inaudible de pronto suena rocanrol romántico y querendón, una chica desciende apurada las escalinatas hasta llegar al muchacho de pelo negro con flequillo Stone. Lo hace voltear, no pronuncia ni una sola palabra, pero con los ojos, en una conversación muy larga que dura apenas unos segundos, le dice “¿escuchas?” y él hace el gesto casi imperceptible de parar las orejas y contesta que “sí”. Tres escalones más arriba, cuatro o cinco atentos que también han oído la música, acompañan el rasgeo de la guitarra coreando “vamos los redo, oh oh oh, vamo los redo”. Ella le rompe la boca con un beso. Él se entrega manso a ese beso con abrazo. Con habilidad de sutileza cuela sus manos bajo la remerita de ella y apoya los dedos sobre la piel tibia de su cintura. Ella le cruza los brazos por encima de los hombros y aprieta todavía más el abrazo, como si creyera en la dulce quimera de que es posible fundirse el uno con el otro hasta convertirse en uno solo. Van a estar así, besándose, desviviéndose en ese beso durante los tres minutos y pico que dura la canción. El único impasse ocurre cuando ella desprende por unos segundos sus labios de los de él, alza al cielo la mirada como si degustara un recuerdo, y moviendo con mímica la boca, repite las palabras de la canción en el momento que dice “el lujo es vulgaridad, dijo y me conquistó, de esa miel no comen las hormigas”.
Lo increíble es que más tarde, durante ese mismo, a través de video conferencia, Cristina Kirchner recordará lo terrible de una época donde la opresión llegó a tal grado de oscuridad que hasta se dictaminó la prohibición de besarse en las plazas públicas. Esos son los contrastes, eso es “el amor vence al odio”. Acá hay libertad, hay pasión, hay futuro, hay pibes que están llenos de amor.
Esos son los contrastes, eso es “el amor vence al odio”. Acá hay libertad, hay pasión, hay futuro, hay pibes que están llenos de amor.
Todo el estadio se silencia para escuchar a Victoria Montenegro inaugurando formalmente el acto, solo un grupo pequeño de los sindicatos persiste con los cantos y los bombos pero solo durante algunos minutos.
El segundo orador es Omar Viviani, del sindicato de taxistas. Hace un raconto histórico. Señala la dicotomía de ayer y de hoy, la de “patria versus la anti patria”, coloca a Mauricio Macri en el bando de los anti patria y se nota que habla con la franqueza del corazón cuando grita que “Macri es el candidato de ese modelo que propone el imperialismo yanqui”. Hace un llamado a la unidad del movimiento peronista para que nunca el país tenga volver a “la década infame de los 90 cuando se entregaba a los trabajadores a la buena de Dios”.
Un poco menos breve que el taxista y bastante más institucionalista es el discurso de Nilda Garré. Enumera las conquistas de la década ganada. Pone especial énfasis en las paritarias como herramienta de discusión política. Hace mención y cita al intelectual Nicolás Casullo y una enorme cantidad de público se pone de pie y un aplauso de respeto se prolonga por medio minuto. Dice que “cuando el peronismo se consolida en la unidad y muestra su cara transformadora genera una reacción histérica en los intereses del anti pueblo gorila”.
Le llega el turno a Gabriela Cerruti. Desde la tribuna de Nuevo Encuentro los militantes hacen sentir su presencia. Cerruti pone el eje en que este proyecto recién comienza, y que no va a terminar hasta que no quede “ni un solo nieto por recuperar su identidad, ni una sola villa sin urbanizar, ni un solo pibe sin sonreír”. Con gran énfasis dice “nunca más a la década de los noventa, nunca más contra los derechos de los trabajadores, nunca más contra los pibes y nunca más contra los viejos”. Enumera la inoperancias de la gestión pro en la ciudad de Buenos Aires, desnuda la mentira de las promesas electorales, “no puso ni una sola cloaca en lugano, no urbanizó ni una sola villa, no hizo ni una sola obra en el sur de la ciudad ¿Qué nos viene a hablar de promesas electorales?”. Dice que quedan un montón de cosas por hacer pero a la vez traza un paralelismo y dice que “nuestros padres nos enseñaron que los mejores años habían sido peronistas, y nuestros hijos nos están enseñando ahora que los mejores años también son kirchneristas”.
Toca el turno del video conferencia de Cristina y la militancia se enloquece en gritos y expresiones de amor y de cariño. Como una vez dijo Néstor en ferro, a la militancia le pasa lo mismo: no solo la aman, sino que también la admiran, por su coraje, por su inteligencia. No falta alguna que otra lágrima mal embozada que se filtra por el rabillo de algún ojo. Ella despierta en todos un profundo sentimiento. Y cuando termina de hablar, sorprendentemente no hay cantos, ni gritos, sino un aplauso de obnubilación.
El acto ya está llegando a su fin. Explotan los bombos cuando Axel Kicillof se para delante del atril. Desde todas partes la tribuna femenina le grita halagos y silbidos de piropos hasta hacerlo sonreír. Mientras todo el estadio entona con el ritmo de una canción de sumo, este cronista se anima a preguntarle a la chica que tiene al lado ¿por qué le parece tan lindo? En la respuesta al oído ella habla de “la inteligencia” de que es “un cuadro político”, después me mira sonriente y dice que “está para partirlo en dos”.
Axel Kicillof arranca diciendo que el no es el candidato, que el candidato es el proyecto. Todo el Luna Park lo comprende cabalmente y lo aplaude. Derrochando una mística peronista, una naturalidad pocas veces vista a la hora de hablarle a las masas, dice que lo que están arriba del escenario no empezaron a militar en el 2003, cuenta que su historia política nació con la resistencia al neoliberalismo. Desde todos los rincones la militancia desenfrenada comienza a saltar y gritar “olé olé, olé olé olá a los 90 no volvemos nunca más”. Kicillof sabe hacer silencio para que el canto se escuche, también sabe imponer determinación para retomar su discurso y que el estadio entero se silencie para oírlo con absoluta atención. Repite que su historia política nació en la resistencia, en la derrota, dice que hasta llegaron a creer en esa falsa premisa del fin de la historia, y nuevamente pegándole un sacudón al fervor contenido de la militancia, grita con sangre en el pecho “hasta que un día vino un pingüino del sur”, y el cantico de “oh, yo soy
argentino, soy soldado del pingüino” no demora en llenar los corazones.
El discurso de Axel Kicillof va a ser un despliegue de habilidad oratoria. Habla levantando en alto el brazo, alzando el tono de voz, cerrando el puño, o estirando el dedo índice para señalar las conquistas. Igual que a la militancia (porque es el que más se les parece) se emociona y se le quiebra la voz cuando tiene que nombrar a Cristina. Sabe en qué momento justo enardecer y despertar la pasión, “Van a tener que pasar por encima del pueblo antes de poder tocar el cartel del centro cultural NK”, sabe también cuando hacerse oír para tirar alguna definición política “el mundo está como está no por culpa del populismo sino por culpa del descontrol del sistema financiero norteamericano”.
Para cerrar va a decir algo a que a esa altura es evidente para cualquier observador atento, porque se evidencia en las caras, en las ganas, en el fuego de la pasión en el amor, para cerrar va a llamar a votar a la formula Scioli Zaninni “no por nosotros sino por los 40.000 de argentinos, porque este no es nada más que el fin de algo que recién empieza, es el fin del principio”