Por Daniel Ezcurra
El 9 de julio de 1816 en Tucumán un grupo de provincias del antiguo Virreynato del Río de La Plata declaran su independencia.
En ese significativo hecho no estuvieron ni las provincias litorales ni la banda oriental que formaban junto a Córdoba la Liga de los Pueblos Libres liderada por José Artigas.
El Artiguismo no participa del Congreso por profundas diferencias políticas con el gobierno de BsAs.
Otras como Paraguay ya habían declarado su independencia de España (y de Buenos Aires).
Otros extensos territorios de lo que más tarde sería Argentina estaban bajo el control de los pueblos originarios.
Y algunas de las provincias firmantes luego formarán parte de la Bolivia independiente sin que esto despertara alarma o interés alguno en el gobierno capitalino.
Como vemos, nuestra imagen mental y escolar de la «independencia Argentina» es una construcción historiográfica, política y cultural fijada posteriormente.
Y es que toda Nación apela a «mitos fundantes» como fuentes legitimadoras de una determinada construcción del «nosotros».
Esos mitos no son «naturales» sino cristalizaciones simbólicas del resultado de las luchas políticas concretas por la consolidación del Estado nacional.
«La historia la escriben los que ganan» es, en ese sentido, mucho más que una potente frase. Una gran definición de ello la dió un líder de la unificación e independencia italiana Massimo d’Azeglio cuando dijo: «Hemos hecho Italia, ahora hemos de hacer a los italianos».
Seguramente much@s de nosotr@s no tenemos la imagen de que Italia como nación (1870) es «más nueva» que Argentina…
Obviamente, los grupos que hegemonizaron la consolidación del Estado e impusieron muchos de los mitos fundantes, buscan borrar las huellas de la historicidad de su dominación.
Por qué si sabemos que tuvo un comienzo… sabremos también que puede tener un final.
Por eso reivindicamos la disputa por los símbolos y los mitos fundantes de la nacionalidad.
Esa disputa no significa «reinventar los hechos» históricos sino dotarlos de sentido como un largo proceso, aún inconcluso, donde es central el protagonismo popular en la búsqueda del buen vivir.
Y así es como podemos sentir como «nuestros» desde las rebeliones indígenas como las de Tupac Amarú, las guerrillas altoperuanas, el Artiguismo, la heroicidad del pueblo paraguayo hasta la declaración de la Independencia en 1949 o la construcción de la unasur.
Celebramos el 9 de julio como un hito de esa larga lucha por la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación de la que hoy somos protagonistas.
Entendiendo la necesidad de asumir los desafíos de este tiempo pero también sabiéndonos herederos de un linaje de mujeres y hombres que como supo decir J. W. Cooke pudieron «conocer la derrota pero nunca el deshonor».
Viva la Patria!!