Hay algunas mentiras tan evidentes que están destinadas a perdurar lo mismo que un pedo en una canasta. Los embanderados del “republicanismo” y la “revolución de la alegría” son duchos para esgrimir sus argumentos, pero hubo miles de acampes, miles de protestas sociales, miles de manifestaciones y reclamos y las consecuencias nunca llegaron a tanto. Ladren lo que ladren los demás a un mes de asumido el gobierno del “cambio”, la Republica Argentina ya es lacerada por su primera prisionera política. Apesta de olor a venganza la gobernación de Jujuy y los globos de colores.
A) Una vez un líder sindical manifestó las pretensiones de abrir un hotel para afiliados en las playas de Punta del Este: “se imaginan a un camionero con olor a segundo tiempo, con una remera de M… conducción, comiéndose un chegusan de milanesa entre medio de Mirta Legrand y Susana Gimenez, eso también es el peronismo”. Hoy ese líder sindical está más cerca de ir a cenar a lo de la Diva del grupo Clarín que de abrir ningún hotel, pero la metáfora vale.
B) Una de las grandes revoluciones que desató el peronismo tuvo como escenario la ciudad de Mar Del Plata, alías La Feliz (y la metáfora tiene peso específico). Lugar de veraneo exclusivo para las clases oligárquicas y privilegiadas que un día amaneció invendido por un aluvión de obreros, cabecitas negras, que en los últimos años habían aumentado sus ingresos salariales y con ellos su capacidad de ahorro. Los que vivían de su trabajo ahora podían darse el lujo de vacacionar en la misma playa que aquellos que vivían de la renta o del trabajo ajeno. Rápidamente, los sectores pudientes se desplazaron a Punta Del Este, lejos de la chusma obrera.
Y es que según parece hay algo que los trabajadores argentinos, como buenos testarudos, nos negamos a comprender: ¡hay cierta felicidad a la que no tenemos derecho, una felicidad que no nos corresponde!
Más de diez mil viviendas dignas en Jujuy, más de 56 mil soluciones habitacionales en todo el país. Campos deportivos, piletas, niños morochos corriendo felices detrás de una redonda en una campito de futbol, mujeres con rasgos de argentinidad tomando sol en los natatorios del barrio Tupac Amaru, las pieles de los trabajadores tostándose dormidos al sol con una enorme sonrisa en los labios, canchas de básquet, escuelas donde se enseña a ser solidarios, hospitales públicos donde no faltan insumos ni médicos. Eso hizo Milagro Sala.
Hay mentiras tan evidentes que están destinadas a durar lo que un pedo en una canasta. No pueden engañarnos. Milagro Sala es una prisionera política, y su pecado no fue ni un acampe, ni un reclamo. Apesta de olor a venganza la celda donde Milagro Sala pasa sus días. ¿Y todo por qué? Justamente por obstinarse en hacernos creer a nosotros que tenemos derecho a una felicidad que es privilegio de esa clase social a la que pertenece el presidente de la nación, el padre del presidente de la nación, el abuelo y seguramente también el tatara tatara abuelo del presidente de la nación.
¿De verdad alguien puede creer que la cárcel de Milagro Sala es por un reclamo o una protesta social? Alcanza con verle la cara, tan india, tan argentina, si hasta pareciera que el sol juega en el brillo de esos hermosos pómulos abultados cuando sonríe. Alcanza con escucharla hablar, con esa musical tonada en su voz.
No nos engañemos más, hay una venganza que se ha desatado en la Argentina, y los destinatarios son los felices, aquellas sonrisas “sin derecho” que el peronismo de los últimos doce años dibujó en las bocas otrora hambrientas y relegadas al olvido. Hay una venganza que la “revolución de la alegría” ha comenzado a instrumentar, Milagro Sala es solo la primera.