Por Alejandro Agüero
Atrás quedó el amague de María Eugenia Vidal de adelantar la elección provincial para desligarse del proyecto presidencial de Mauricio. Movimiento político que plasmó nuevamente las diferencias al interior de la mesa chica del gobierno. Otra vez, la puja se dio entre el sector ‘político’ y el ‘marketinero’ que con Marcos Peña y Duran Barba hegemoniza la toma de decisión en la Casa Rosada. Nuevamente, Cambiemos demostró ser solo un sello y los radicales volvieron a ver la película desde afuera preocupados por los pochoclos que representan el cierre simbólico de las listas provinciales con escasos augurios de éxitos electorales.
Cambiemos intentó ser la expresión de un nuevo espacio que viniese a sumar voces de distintas vertientes partidarias para recrear una nueva opción de representación social. Los fracasos en la gestión gubernamental dejaron al oficialismo con la sola expresión del antikichnerismo, y a su vez, el triunfo político de Marcos Peña hizo de Cambiemos un espacio bien PRO que terminó por expulsar más que por sumar nuevos dirigentes.
En este punto, macrismo y cristinismo terminaron por emparentarse. Si la ex presidenta terminó encerrada dentro de la Cámpora como una guardia pretoriana que expulsó progresivamente a un conjunto de actores que con Néstor Kirchner ocuparon la centralidad política, con Mauricio Macri pareciese que su predilección por Marcos Peña lo llevó también a un corrimiento de dirigentes como Emilio Monzó, Rogelio Frigerio y otros tantos radicales que naufragaron en la construcción de un Cambiemos que fuese algo más que un paraguas electoral.
Hay un síntoma bien argento que se vuelve uso y costumbre en la política. Podríamos sintetizarlo de la siguiente manera: “Se vive del presente sin importar el mañana”. En la mesa ratona que comparten Macri y Peña, y que cuenta con el inestimable asesoramiento de Durán Barba, hay una única estrategia que oficia como punto de llegada y es la próxima elección. Para cumplirla hay una táctica bien delimitada que cuenta con tres variables: 1) mantener disciplinado el frente interno de Cambiemos; 2) planchar el dólar; y 3) polarizar con Cristina.
Este trípode es el tablero de control de Peña que tras aquel blef de la mesa política ampliada luego de la crisis cambiaria, profundizó aún más la hegemonía dentro del gobierno. El frente interno fue el tema del verano para el jefe de gabinete que tras disciplinar a la gobernadora Vidal con su intentona de desdoblamiento electoral, dejó al ala política de Cambiemos sin el plafón para hacer correr el proyecto de macrismo sin Macri que apuntalaron varios empresarios y que fogoneó el propio Clarín. Asimismo, la caramelera de las candidaturas a gobernadores provinciales le sirvió a Marcos Peña para contener a un radicalismo que sin conducción ni proyecto se mueve más por roscas dirigenciales que por estrategia partidaria.
Todo parece moverse en base a lo planificado y el jefe de gabinete no se conmueve frente a una realidad económica abrumadora para amplias franjas de la sociedad. Su receta es clara, si el dólar no se mueve bruscamente los argentinos deberán elegir el mal menor que se proyecta sobre la grieta entre Macri y Cristina.
¿Y si ganan?
El cronista y ya a esta altura celebridad dentro de la militancia, Jorge Asis, instaló la frase “¿Y si les gana?” en relación a la eventual candidatura de Cristina Fernández que tanto alienta la Casa Rosada.
No obstante, deberíamos hacernos otro pregunta que hoy no aparece en el radar del cortoplacismo duranbarbista. ¿Y si ganan? ¿Con qué base de sustentación política van a gobernar toda vez que la economía va a conducirse al sinuoso terreno del ajuste sin el financiamiento de un fondo monetario que exigirá ahora si la brutalidad de reformas estructurales que permitan honrar el pago de la deuda?.
Nuevamente, al igual que en el inicio de su gestión Mauricio Macri debería gobernar con minoría en ambas cámaras, con tableros provinciales ostensiblemente desfavorables y con un humor social que difícilmente acepte relatos que construyan mayorías a partir de la mística del ajuste.
Parece difícil imaginar que un gobierno que ha destratado y eyectado de la centralidad política a voces disonantes que ya tienen boletos de salida diplomáticos como Monzó y Frigerio, pueda convocar a un acuerdo nacional para darle gobernabilidad a un segundo mandato que desde el primer día estaría marcado por las luchas intestinas de la sucesión. Esa cruel metáfora del “pato rengo” que tanto hostiga al hiperpresidencialismo argentino.
Al gobierno le preocupa la próxima elección, pero en algún momento debería pensar en cómo gobernar si es que finalmente la moneda cae a su favor en la tómbola de un eventual balotaje que a esta altura se convirtió en táctica y estrategia para la Casa Rosada.