Todos atrás y Commodities de 9

Alpiste

Las derrotas en las elecciones municipales de Venezuela, en las presidenciales de Argentina y la compleja situación del gobierno de Dilma en el Brasil, dejan a la intemperie la evidencia de un «Fin de Ciclo» incómodo, del que aún muy pocos se animan a vaticinar que tan fin e incómodo puede resultar.

La pregunta propia de este tiempo reciente y que en muchos casos se vuelve más que pregunta, lamento: ¿Qué pasó? Es una pregunta simple y fácil de repetir, como un mantra, pero con la peculiar capacidad de volverse depresivo ante la reiteración, aunque admita ser conjugado de otras formas: ¿Qué está pasando? O, ¿qué va a pasar?

Es válido preguntarse: ¿Cómo es posible que después de tantos años de ajustes y neoliberalismo explícito, pierdan los gobiernos populares que recuperaron economías cansadas, soberanía, identidad, memoria y construyeron caminos inclusivos para sus pueblos? Claro que es válido y hasta necesario, pero es innecesario forzar el asombro si la respuesta puede ser tan simple y concreta como un techo. Pero aquel techo de Moris en el que no había nada. Solamente un techo.

Durante las últimas semanas se pudieron leer análisis que encontraban explicación en distintos aspectos de los procesos en curso.

La respuesta estructural: el estancamiento de las economías, la tradicional falta de divisas, la dependencia absoluta, a pesar de los años, de las commodities.

La respuesta física: la culpa es del desgaste, porque “que veinte años no es nada” sólo corre para Gardel.

La respuesta no respuesta: los errores de campaña fueron insalvables. Los de Cristina Kirchner, los de Maduro, los de Dilma y así hasta los de Evo y Correa llegado el caso.

Tal vez todas contengan su cuota de verdad y puede quedar a gusto del lector privilegiar unas sobre otras. Sin embargo, ¿no sería válido acaso, en lugar de preguntar porque pierden algunas elecciones los gobiernos populares, preguntar porque duran/duraron tanto en el poder? ¿Porque naturalizar que los buenos no pierden? ¿Porque naturalizar que hay buenos y malos, como si la dinámica social pudiera caber en un comic de Marvel?

Es válido preguntarse: ¿Cómo es posible que después de tantos años de ajustes y neoliberalismo explícito, pierdan los gobiernos populares? ¿No sería válido acaso, en lugar de preguntar porque pierden algunas elecciones los gobiernos populares, porque naturalizar que los buenos no pierden? ¿Porque naturalizar que hay buenos y malos, como si la dinámica social pudiera caber en un comic de Marvel?

A pesar de todo, de los límites propios y los ajenos, las estadísticas de la Liga de la Justicia marcan cifras inéditas para no desdeñar: El kirchnerismo gobernó durante 12 años; el PT lleva 12 años; el chavismo 18; Evo Morales 9 y Correa 8.

¿Porque resulta tan raro perder entonces, si en las democracias, tal cual las conocemos, hay sólo dos resultados posibles? Dos. Menos que en el futbol, en donde al menos está la posibilidad del empate. Dos. Aunque se invoque al Pueblo como escudo o amuleto.

Lo característico de estas democracias no es la deliberación, sino la posibilidad cierta de la derrota y por ende la convicción de la alternancia, para la alegría y onanismo de los politólogos y su bandera del sistema de partidos. Suena justo además que así sea. ¿O no es evidente que en cualquier competencia resulta necesario que pueda ganar cualquiera de los contendientes? Por lo menos desde lejos resulta así. Así de simple. Así de justo. ¿Pero será así?

Viéndolo un poco más de cerca sabemos que no lo es tanto. Es obvio e inocultable que, al menos en la competencia por el derecho a gobernar, la igualdad de condiciones, un prerrequisito de cualquier justa deportiva, no existe; y los gobiernos de pretensiones populares o inclusivas tienen que enfrentar un poder mucho mayor que el propio, articulado por el partido adversario, pero también por los distintos monopolios de la producción y los de comunicación que lo apoyan y empujan.

Vista de cerca, la tarea es desigual e injusta, pero es cierto, también, que esas son las reglas que hoy gozan de aceptación en las sociedades a las cuales se interpela. Desde ese lugar partimos, pese a esto lo difícil de entender es porque no se renueva la reflexión y el debate sobre los caminos o alternativas que se les abren a las fuerzas populares para ensanchar los contenidos de la democracia, como si las actuales reglas del juego fueran parte de un horizonte determinante. Sin embargo, lo paradójico, es que ante la evidencia o angostamiento de los límites impuestos y aceptados sin chistar, ni siquiera problematizar, en muchas oportunidades se opta por el enojo o el volantazo, decidido entre cuatro paredes y con destino cierto de accidente.

Escuchamos o erramos

Decir “la izquierda o los partidos populares deben renovarse” suena injusto con la experiencia histórica que ofrecieron estos años de gobiernos que inventaron hasta lo increíble y consiguieron muchas veces lo impensado.

Comenzando por el chavismo y su alianza de ejército y pueblo, su ensayo de «Socialismo Siglo XXI» y las comunas. El orden económico y el protagonismo de las culturas originarias que promueven los gobiernos de Evo y Correa. La posibilidad real del desendeudamiento que estableció como posibilidad-sin revolución mediante- el de la Argentina y los logros siguen.

De la mano de estos gobiernos, lo impensable en otros momentos pudo volverse hecho político. Legal, legítimo y también parte del sentido común social. Como si siempre hubieran estado ahí, al alcance de la mano y fueran parte del inventario de la burocracia estatal. Sin embargo, fueron el resultado de un proceso de luchas e intercambio surgido de lo más profundo de la sociedad.

Muchas de las mejores políticas de estado implementadas a escala por los gobiernos populares de la región se revelaron y amasaron antes en el ámbito de lo social.

Escuchar detenidamente esas experiencias fue la verdadera llave para ganar y con resto-y volver a hacerlo- las elecciones que otros organizaron para ganar siempre ellos. Hasta eso se logró.

Tal vez sea esta la razón por la cual en lugar de la pregunta por los motivos de algunas derrotas, resulte más interesante preguntarse si lo que se modificó es la capacidad de escuchar de los gobiernos populares, la capacidad de generar demandas y propuestas creativas desde los sectores populares, si asistimos a una mezcla de ambas o si se volvieron inexistentes los canales pertinentes para un verdadero intercambio entre las dos instancias.

Tal vez resulte más interesante preguntarse si lo que se modificó es la capacidad de escuchar de los gobiernos populares, la capacidad de generar demandas y propuestas creativas desde los sectores populares, si asistimos a una mezcla de ambas o si se volvieron inexistentes los canales pertinentes para un verdadero intercambio entre las dos instancias

Barro, tal vez

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que el Estado era visto por muchos militantes populares casi el enemigo y por otros como un objetivo demasiado lejano, en el mejor de los casos. En esos tiempos también hubo política, organización y creación de espacios y de nuevas demandas. En ese barro de lo social y de sus movimientos se moldearon los escraches, las fábricas recuperadas, la solidaridad, el señalamiento del enemigo y hasta la formulación de preguntas. Las nuevas y las de siempre. Muchas preguntas. También algunas respuestas.

Hubo sociedad y después de ella agua. Y después del agua, más agua, porque el charco no tenía borde. Sin embargo, quedó atrás y hoy se suman nuevas preguntas.

La más repetida de este tiempo, por lo menos en nuestra patria chica: ¿Por qué se perdió? La más temida: ¿Qué es lo que se viene? La más difícil: ¿Por qué después de tantos años no se modificó la estructura económica y social de la dependencia?

También alguna respuesta: llegó el tiempo de escuchar y de hacerse oír.

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Matías Cambiaggi

Sociólogo (UBA). Autor del libro "El retrato del olvido" // Twitter: @mcambiaggi

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