Mayo no es diciembre. La “luna de miel” del macrismo terminó hace rato y los acontecimientos políticos más rutilantes del último mes estuvieron todos del lado de la oposición. Tres movilizaciones de importancia en menos de treinta días (Comodoro Py, el acto sindical y la marcha universitaria) mostraron lo que ya sabíamos: que la calle es esquiva al nuevo gobierno y que el macrismo asume con un entramado social de derechos conquistados dispuesto a moverse cuando se avanza contra él. La comparación de estas convocatorias con la escueta plaza oficialista de la inauguración de las sesiones legislativas da un saldo evidentemente desbalanceado. Por supuesto que el PRO se asume representante de mayorías silenciosas contra minorías intensas y que está dispuesto a gobernar con plazas vacías. Pero no sólo la calle está del otro lado: a diferencia de lo que pasaba hasta abril, ahora también en el congreso el oficialismo está a la defensiva. A cinco meses de haber asumido, no se discuten allí ambiciosas reformas del flamante gobierno, sino los primeros contraataques opositores. Sea cual fuere su resultado final, son síntomas de que la cancha ahora está inclinada para el otro lado. Como dijera Manuel Mora y Araujo en Perfil hace un par de semanas, “el balance de fuerzas en la arena política empieza ahora a ser negativo para el gobierno”.
Lo que para muchos analistas opositores parece obvio (políticas antipopulares mueven hacia abajo la evaluación de gestión) aparece en el campo oficialista como discusión interna entre “falla de comunicación” o “falla de gestión”. Un debate de curiosa reminiscencia kirchnerista, que puede rastrearse hasta aquella explicación de Aníbal Fernández a Lanata en 2009 sobre que la 125 no había sido aprobada porque “la comunicamos mal”. En ese escenario, Durán Barba publica una nota el 9 de mayo (también en Perfil) en la que busca defenderse de sus camaradas críticos. El texto es síntoma de las discusiones internas del oficialismo, pero es interesante también en tanto explicita algunas concepciones centrales del macrismo. Durán Barba explica que, cuando es necesario realizar un ajuste económico (sin poner en discusión esta necesidad, por supuesto), las medidas antipopulares pueden tomarse rápidamente a modo de shock, buscando recuperar apoyo social a posteriori cuando la economía retome el crecimiento o, por el contrario, gradualmente, “explicando” al mismo tiempo a la sociedad por qué tales medidas son necesarias. Durán Barba descarta la primera opción a partir de ejemplos concretos, inclinándose entonces por el gradualismo. Lo curioso es que no asienta su elección por esta segunda alternativa con la misma vocación empirista, pues no presenta casos de éxito del gradualismo. Su posición de “educar al soberano” tiene más que ver entonces con una convicción ideológica (muy a su pesar) que a experiencias históricas concretas.
Quienes lideran la comunicación política del macrismo piensan a su gobierno como aquel que interpela sin intermediarios a una mayoría silenciosa que finalmente define con su voto individual, desapasionado, atomizado, secreto y gris, pero decisivo, el futuro del país. Alguien dijo que el PRO era el gobierno pensado “para los que no les gusta la política”. A ellos apunta la comunicación naif, minimalista y políticamente correcta
La nota de Durán Barba afirma finalmente que, a pesar de todo, los índices de popularidad de Macri siguen en valores muy positivos. Cabría preguntarse, si esto es así, cuál es el sentido de publicar un texto sobre los impactos negativos de medidas de ajuste en la legitimidad de los gobiernos. Evidentemente o no cierran los números o no cierra la nota. Pero lo que sí nos permite entrever el final de la nota es la fe de Durán Barba y del macrismo en general en mantener la mayoría silenciosa de la opinión pública que les permitió llegar al gobierno. Frente a lo que perciben como viejos aparatos de dirigentes sin representatividad alguna y minorías intensas ampliamente desprestigiadas, quienes lideran la comunicación política del macrismo piensan a su gobierno como aquel que interpela sin intermediarios a una mayoría silenciosa que finalmente define con su voto individual, desapasionado, atomizado, secreto y gris, pero decisivo, el futuro del país. Alguien dijo que el PRO era el gobierno pensado “para los que no les gusta la política”. A ellos apunta la comunicación naif, minimalista y políticamente correcta del macrismo. Su base de sustentación no son los intensos del 8N, porque con esos no llega. Su base de sustentación es más amplia, heterogénea y difusa. El macrismo continúa fiel a interpelarlos como hizo desde su nacimiento. Sin intermediarios, sin acuerdos con dirigentes (así se explica la negativa a la alianza con Massa que reclamaba el círculo rojo). Apelando a ellos de forma directa, estudiándolos con focus groups y vendiéndoles un candidato y un concepto acorde en cada elección.
Esta apuesta salió bien en 2015. Fue la “ola de opinión” de la que hablaba en clave de durkheimiana Eduardo Fidanza en noviembre en La Nación. Una corriente representacional más difusa e inasible que las estructuras sociales clásicas a las que apelaba confiado el peronismo bonaerense. Ante un éxito tan reciente y tan rutilante, no extraña que el macrismo se aferre a esa receta comunicacional, a la que subordina casi toda su política. Pero esa apuesta tiene dos problemas. En primer lugar, la volatilidad. Los proyectos políticos ambiciosos necesitan plazos más largos que los cambiantes pareceres de la opinión pública. E incluso aunque el gobierno pudiera ir mutando a la par de estos rápidos cambios, lo curioso de la efervescencia macrista es que no es ruidosa y asamblearia como la que imaginaba Durkheim a comienzos del siglo xx, sino silenciosa, pasiva y casi exasperantemente “apolítica”, según ella misma se declara. Si algo es cierto en la nueva democracia argentina es que, para llevar adelante importantes cambios, los gobiernos necesitan o acuerdos políticos de cúpulas con dirigentes de sectores sociales con capacidad de veto (menemismo) o apelar a la movilización pública (kirchnerismo, y el tibio intento inicial alfonsinista). Subestimar acuerdos con dirigentes políticos y sindicales opositores apelando a un sujeto político quizá mayoritario, pero poco dispuesto a movilizarse en apoyo a su gobierno parece hoy ciertamente deficiente para llevar adelante los cambios que el PRO pretende. A sólo cinco meses de haber asumido, el gobierno de Macri parece ya haber desacelerado su ofensiva y comienza a chocarse contra los límites de su propia doctrina.