Por Marcelo Koenig
Hace dos siglos nos declarábamos libres. Libres del Rey de España “y de toda dominación extranjera”.
No fue fácil, no fue magia, no fue mágico. Tuvimos que luchar por nuestros sueños.
Fue el coraje y compromiso de los hombres y mujeres de aquellos tiempos fundantes lo que hizo a nuestra libertad posible. Y que sus conductores estuvieron a la altura de las circunstancias.
En 1816 la coyuntura política internacional no podía ser peor. Un año antes el Congreso de Viena reunía a los conservadores más poderosos del mundo y declaraban la guerra a todo intento republicano. Todas las grandes ciudades de Nuestra América, desde el virreinato de Nueva España hasta la Capitanía de Chile, en donde antes habían estallado revoluciones que recuperaban la soberanía, habían vuelto a ser sometidos por el colonialismo. Salvo el Río de la Plata. Y ni siquiera esta región estaba unida. Un año antes, también, en el Congreso de Oriente, en Concepción del Uruguay (Entre Ríos), Artigas declaraba la independencia y la federación, enfrentando a la prepotencia porteña que quería imponer la unidad a palos. No era una declaración solo de la Banda Oriental, era de todos los Pueblos Libres que abarcaban desde las Misiones hasta Santa Fe, desde lo que hoy es Uruguay hasta Córdoba. Pero esa experiencia de libertad distanciada del Congreso de Tucumán al que no habían sido invitados (excepto Córdoba) empezaba a ser invadida por los portugueses (consentida por Buenos Aires). Paraguay conducida por Gaspar Rodríguez de Francia caminaba por su propia autonomía, de espaldas a las luchas con los imperios ibéricos por la independencia, pero combatiendo contra su propia oligarquía hasta vencerla en uno de los procesos más populares de estos tiempos emancipatorios.
En esas circunstancias adversas. Un puñado de patriotas, alentados por el general San Martín (al que, en su carácter de bronce, el mitrismo le ha arrebatado su dimensión política) que le daba manija mientras construía pacientemente el ejército libertador en Mendoza se animó a declarar la Independencia “de las Provincias Unidas de Sudamérica”. Así dice el texto original que nos escatimó en la historia escolar la historiografía liberal. ¡Jamás dejemos que nos roben la dimensión americana de nuestra independencia! Allí también está el sentido y el horizonte de nuestra lucha.
Hoy vemos que la derecha en el poder festeja las efemérides sin pueblo, parecido al estado de sitio que rigió en el centenario de la revolución, todo lo contrario de la alegría popular inundando las calles del bicentenario de la revolución de mayo. “Vallas a donde vayas” pintó por ahí la inventiva militante. A Macri le gusta más bailar entre globos y cotillón que mezclarse con morochos hostiles como dice su primo hermano Miki Vainilla.
Es que estamos en una Argentina donde la derecha, que por primera vez en la historia llega al poder por medio de los votos y no de las botas, está saqueando el Estado, arrasando los derechos conquistados, poniéndonos de rodillas. Solo de esta forma se puede comprender que, casi para provocarnos, invita al presidente norteamericano para festejar el 24 de marzo y al rey español para pedir perdón por la independencia.
Pero este pueblo no acostumbra vivir de rodillas. Y recuperará su dignidad más temprano que tarde. Sin magia, ni intervenciones providenciales. Con la fuerza de su mística, con su coraje y compromiso militante. Como en aquellos años de la primera independencia o cuando en 1947 declaró la independencia económica. Y como decía el general: “Con sus dirigentes a la cabeza o con la cabeza de sus dirigentes”.