Chile: el fin del sistema binominal

 

 

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“Cuenta mi abuelo, Manuel Rivas Vicuña, en su Historia Política y Parlamentaria de Chile que, en 1912, el más antidemocrático de los diputados, el nacionalista Alberto Edwards Vives, historiador, autor de la Fronda Aristocrática, propuso un proyecto de ley electoral en que dividía a Chile en pequeños distritos y en cada uno de ellos se elegían dos diputados, es decir se provocaba un empate entre la Alianza Liberal y la Coalición Conservadora, total, daba lo mismo, todos los diputados pertenecían a la oligarquía, la lucha doctrinaria había desaparecido y sólo quedaban los intereses de la aristocracia; el binominal actual cumple la misma función: hay senadores y diputados prácticamente vitalicios, que son gamonales, caudillos sin carisma y dueños de su distrito.”
Para Fran

 

Se me ha pedido que, ya que soy chileno, explique en qué consiste el proyecto de ley que pone fin al famoso sistema electoral binominal en Chile. Escapa a lo estrecho de esta nota un análisis detallado de las reformas introducidas y de los debates parlamentarios en torno a éstas. Es por esto que me centraré en los puntos que considero más importantes y específicamente políticos, dejando de lado detalles que si bien son significativos, no concentran las principales críticas y particularidades de este sistema electoral.

El binominal y sus consecuencias.

Muchos sistemas electorales definen la cantidad de congresistas según el número de habitantes por circunscripción o distrito. Lo característico del sistema Binominal es que en cada unidad territorial, tanto para Senadores (19 circunscripciones), como para Diputados (60 distritos), se eligen sólo dos representantes respectivamente, la medida mínima posible para un sistema proporcional. Esto significa que la actual división territorial para la elección de Diputados y Senadores viola un principio democrático fundamental: la equivalencia del voto. Esto sucede debido a que los distritos electorales son fijos y no admiten modificaciones proporcionales al padrón electoral, por lo que, por ejemplo, un distrito de 30.000 mil habitantes elige los mismos Diputados que un distrito con 260.000 mil habitantes. Hay entonces votos por parlamentarios que valen más y otros que valen menos.

Pero ésta no es la única violación del principio de igualdad del voto. Hay otra que proviene del hecho que las elecciones se deciden por listas. Si nos preguntamos ¿cómo transforma el sistema electoral chileno los votos en bancadas parlamentarias? La fórmula consiste en entregar la primera banca a la candidatura más votada de la lista más votada. La segunda banca depende de los siguientes posibles resultados matemáticos: si la lista más votada excede el doble de votos de la segunda lista más votada, entonces la primera lista se adjudica ambos representantes. Esto es lo que se conoce como elección por arrastre o doblaje. Por el contrario si la lista más votada no lograra doblar a su más cercana competidora, la segunda banca corresponde a esta última lista ¿Qué significa esto? Nada más ni nada menos que el segundo candidato electo no es el que tiene la segunda mayor votación, sino quien pertenece a una determinada lista.

Un caso emblemático es el del Ex presidente Ricardo Lagos y uno de los ideólogos de la Constitución actual y del sistema binominal, el ex Senador pinochetista Jaime Guzmán. En las elecciones de 1989 el pacto de La Concertación, de Zaldivar y Lagos, sacó el 61,89% de los votos contra 32,50 del pacto Democracia y Progreso (hoy conocido como Alianza) compuesto por Jaime Guzmán y Miguel Otero. Cómo La Concertación no logró doblar en votos a la segunda lista en competencia, la de Democracia y Progreso, a pesar de que el ex Presidente Ricardo Lagos sacó 30,62% de los votos, segundo de su lista detrás de Zaldivar, el segundo escaño de Senador correspondió a Guzmán con tan sólo el 17,19% de los votos.

Pero esto no queda acá. Si un candidato independiente o un partido fuera de un pacto quiere ganar una banca, este debe sacar más votos que los votos sumados de los candidatos de una lista, es decir, incluso sacando más votos que todos los candidatos en competencia pueden no resultar electos. De hecho eso pasa y pasa bastante. El resultado concreto es que la competencia electoral se basa en listas abiertas o pactos electorales. No es que exista una obligatoriedad para armar pactos, es que simplemente el sistema te obliga a ello. Debido a la fórmula matemática para asignar bancas, si se quieren tener verdaderas posibilidades de resultar electo, lo más conveniente para los partidos es formar una lista con uno o más partidos políticos.

Cómo dice el investigador de Centro de Estudios para la Igualdad y la Democracia, el sociólogo Daniel Giménez, “El binominal distorsiona la representación política de la voluntad popular al permitir que partidos con importante votación pero fuera de las dos coaliciones dominantes obtengan menor número de escaños (si no ninguno) que partidos con menor votación pero que forman parte de alguna de las coaliciones dominantes. El ejemplo más significativo de esto es el Partido Comunista antes de su camino de Damasco hacia el neoliberalismo, que, obteniendo un volumen significativamente mayor de votos que, por ejemplo, el PRSD, nunca pudo hacerse con un escaño. Con el binominal, las preferencias electorales de las fuerzas que se encuentran fuera de los dos pactos dominantes simplemente carecen de expresión política”.

A los largo de veinte años de sistema binominal, de las mil personas que fueron electas, sólo nueve de estas no pertenecían a los pactos concertacionista y aliancista (derecha). Veinte años donde el más beneficiado fue la derecha chilena con una sobre-representación parlamentaria, quién con un poco más del treinta por ciento de los votos totales lograba más de un cuarenta por ciento de los asientos e incluso en más de una oportunidad una mayoría absoluta en el Senado.

Reformas y críticas.

Resulta paradójico que, una de las transiciones democráticas más elogiadas de la región, y una de las democracias más seguras y sólidas institucionalmente según observadores académicos y políticos, se asiente en una Constitución heredada de nuestra última dictadura cívico-militar. Precisamente el sistema binominal se origina en esa dictadura. Y es que parafraseando a un ex ministro de la dictadura y fundador del principal partido político pinochetista de Chile, la Unión Demócrata Independiente, Jovino Novoa, este sistema electoral es el que genera mayores garantías de estabilidad y justamente para eso fue creado, para concentrar a los partidos políticos en dos, y sólo dos, bloques viables electoralmente. De acá emana la primera crítica y uno de los principales y más antiguos argumentos contra el binominal ¿Cómo es posible que un país democrático posea una Constitución plebicitada y aprobada en dictadura? No se puede tener verdadera democracia sin una Constitución creada por un pueblo libre, y por derivación, un sistema electoral que no proceda de esta.

Una segunda crítica es la ya mencionada antes “equivalencia del voto”. Lo que hace la reforma electoral aprobada el mes pasado es un redistritaje territorial y un aumento en el número de Senadores y Diputados. Para la elección de Diputados se bajarán los distritos a 28 y se aumentará a 155 el número de bancadas, distribuyéndose de tres a ocho por distrito según la cantidad de población de cada distrito. El número de Senadores aumentará a 50 integrantes bajando el número de circunscripciones a 15, una por cada región, variando también el número de curules en competencia según la cantidad de habitantes. La idea de esta reforma es aumentar la simetría entre la población y los representantes buscando una mayor proximidad el principio de “una persona un voto” ya que Chile está en el número 11 del ranking mundial del no respeto a este principio (en inglés se conoce como malapportionment). Según el profesor de la Universidad Diego Portales, Alejandro Corvalán, “los altos grados actuales de malapportionment en Latinoamérica se deben al distritaje mañoso –o gerrymandering– hecho por las dictaduras militares en la región en los años 80. Este fue el caso de Chile, donde los ingenieros de Pinochet diseñaron los actuales distritos para sobre-representar ciertos sectores rurales conservadores.”.
Una de las más fuertes críticas es que el número de parlamentarios, sólo dos bancas en competencia, sumado a la fórmula matemática que traduce los votos en curules, permite un dominio total del duopolio Concertación-Alianza. Cómo explicamos anteriormente, la competencia por listas y el “doblaje” electoral, han permitido una subrepresentación de independientes y partidos exógenos al duopolio y una sobrerepresentación de este.
El nuevo sistema electoral chileno, cómo dicen sus iniciadores, busca la sustitución del sistema actual por una fórmula de proporcionalismo moderado y así acabar con “el empate institucionalizado del sistema electoral binominal.”, con este fin que se han aumentado el número de escaños en disputa en ambas cámaras.
En esta línea, una segunda reforma polémica fue el reemplazo de la fórmula electoral antigua por el método D`Hont. En pocas palabras, este método consiste en un sistema de coeficientes que permite obtener el número de cargos electos asignados a las candidaturas, en proporción a los votos conseguidos. La página del Senado nos explica que “a) Los votos de cada lista se dividirán por uno, dos, tres y así sucesivamente hasta la cantidad de cargos que corresponda elegir. Los votos de cada lista se dividirán por uno, dos, tres y así sucesivamente hasta la cantidad de cargos que corresponda elegir b) los números que han resultado de estas divisiones se ordenarán en orden decreciente hasta el número correspondiente a la cantidad de cargos que se eligen en cada distrito electoral o circunscripción senatorial c) A cada lista o pacto electoral se le atribuirán tantos escaños como números tenga en la escala descrita en la letra anteriormente.”.

¿Es tan revolucionaria la reforma?

A pesar de que esta reforma ha sido presentada con bombos y platillos, creo necesario ver un poco más en detalle la “letra chica”. Cómo dijimos anteriormente la reforma electoral busca dotar de mayor proporcionalidad al sistema actual. La idea de aumentar la cantidad de bancadas es que con menos cantidad de votos (menor coeficiente D`Hont) aumente la posibilidad de alcanzar un escaño. El problema es que la reforma actual incluye la posibilidad de presentar un candidato más por pacto electoral que los cargos en disputa (lo que se conoce como N+1). Esto tiene como consecuencia que, los candidatos independientes y los partidos fuera de pactos, sobre todo en distritos y circunscripciones pequeñas, deberán volver a sacar más votos que el total de votos de las demás listas. El N+1 suma obstáculos a esta ya complicada situación. Giménez, tomando los resultados de las Elecciones para Diputados del año 2013, hizo una simulación aplicando la nueva fórmula electoral. Al respecto nos dice: “Como puede apreciarse… los niveles de concentración de escaños en fuerzas mayoritarias y de marginación de fuerzas minoritarias son mayores con el sistema electoral “proporcional moderado” que se está discutiendo en el Senado que con el sistema binominal. La tasa de sobrerrepresentación del duopolio pasaría de 96,66% de los escaños sobre 83,94% de los votos con el binominal a 98,06% de escaños sobre el 79,08% de los votos con el nuevo sistema. Es decir, el nuevo sistema electoral le va a permitir al pinochetismo-concertacionismo hacerse con más escaños incluso reduciendo su votación. Es un mal chiste binominal. En 16 de los 28 nuevos distritos, esto es, en cerca del 60% de ellos, se elegirán 5 o menos escaños, lo que, a la luz de los resultados de las elecciones de concejales y de Cores, constituye un número tan reducido que no garantiza distribución proporcional de la representación política. Al contrario. Diseñar unidades electorales de tan pocos escaños es una pillería para incentivar la concentración en partidos o coaliciones mayoritarias (en este caso, en la Concertación y la Alianza) y para castigar y dejar sin representación a las fuerzas minoritarias. Es más, podemos suponer fundadamente que el nuevo sistema electoral generará una Cámara de Diputados aún más concentrada y duopólica que la que existe actualmente con el binominal”. Las fuerzas mayoritarias no tienen ningún incentivo para desconcentrarse y de no haber cambios en el contexto socioeconómico actual, el escenario político no cambia demasiado. Recordemos que en las últimas elecciones municipales el abstencionismo electoral fue de un 60% mientras que las legislativas fue de casi un 50%. ¿Sirve una reforma electoral que no tenga en cuenta esto?

Junto con los clivajes históricos, los sistemas electorales son un factor estructurante del sistema de partidos políticos. Se puede decir incluso que cada sistema electoral, al definir la estructura, la cantidad de actores y las relaciones entre ellos, genera su propio sistema de partidos. Con cualquier otro sistema electoral, cinco fuerzas políticas con la capacidad de quedarse con el 10% de los votos, generaría un sistema multipartidista. El binominal obliga a que las fuerzas se agrupen en dos y sólo dos bloques electorales teniendo como resultado un bipartidismo falso. Esta es la “estabilidad” que nos heredó la dictadura y que, a mi entender, la reforma electoral no busca cambiar.

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