Por Pablo Papini
Cuando hace un tiempo se habló en esta columna sobre el Fondo del Conurbano bonaerense, ya se anticipaba el probable pronto surgimiento de tensiones en los armados que sustentan a las gestiones del presidente Mauricio Macri y de la gobernadora María Eugenia Vidal. No adivinamos textualmente los temblores que sufrió en el Congreso el jefe de Estado en los últimos quince días, por supuesto. Pero a nadie con un mínimo de lecturas sobre el presente político-partidario se le escapa que era factible algo así, dadas las complejidades que afrontan dos administraciones en minoría: sacar leyes con ayuda de quienes en breve los enfrentarán en las urnas.
Dicho con nombres propios: el macrismo se sirve, en gran medida, de Sergio Massa, con quien rivalizará en la provincia de Buenos Aires en los comicios de renovación legislativa de 2017. Tratándose ésa de una cita en la que primará lo local, la única posibilidad de uniformar un mensaje nacional será el resultado en la geografía más extensa. En resumidas cuentas, Cambiemos “ganará” o no el año que viene según cómo le vaya allí.
Dentro de pocas semanas, Vidal discutirá el nuevo reparto de poder en su distrito, toda vez que el futuro del contrato que la ligó al massismo desde su asunción es incierto. De momento, se conoce que el diputado Jorge Sarghini, del Frente Renovador, quien comanda la cámara baja como fruto de ese acuerdo, cesará en ese puesto el 10 de diciembre venidero. De ahí, tal vez, los sondeos que para la sanción del presupuesto han emprendido operadores de la ex vicejefa porteña con soldados de Florencio Randazzo, de Julián Domínguez y de los intendentes del Grupo Fenix que se dividen en el archipiélago en que se ha convertido el peronismo en ese territorio desde que lo extravió hace casi un año.
Nada está definido, ni arriba ni abajo, pero la descripción de las idas y venidas bonaerenses, sintetiza a la perfección los obstáculos que va encontrando el cambiemismo conforme la calle de su historia se va angostando.
Macri no pudo aún poner en debate en el hemiciclo parlamentario el proyecto de ley de emprendedores, que hace a su pretendido ADN de agente de innovación en la economía; sus reformas al Ministerio Público Fiscal y al sistema electoral tienen pronóstico reservado; y sudó más de lo acostumbrado hasta acá para conseguir las aprobaciones del Presupuesto 2017 y, sobre todo, de la Ley de Participación Público-Privada (PPP), reclamada por el empresariado que se congregó en el Davosito para soltar por fin algún dólar en inversiones, ahora que se supo que los famosos brotes verdes son los padres.
Resultaron ruidosos sobre todo los episodios del despido de Alejandra Gils Carbó de la Procuración General de la Nación y del PPP, porque significaron los debuts en derrotas legislativas para el gobierno nacional: la segunda, contante y sonante en el tablero de votación del recinto de la Cámara de Diputados; la primera, por el recule al que lo obligó la geometría de la propia alianza oficialista.
En ambos traspiés fue posible contarle las costillas a la CEOcracia porque el peronismo, al quitar sus respectivos apoyos en uno y otro caso, puso en evidencia un raquitismo que hasta ahora los sucesivos entendimientos habían disfrazado. Pero, ¿qué cambió para que, de repente, afloraran los primeros atisbos de rebeldía peronista? ¿Qué precipitó lo que, se insiste, de todas formas iba a ocurrir, pero se aceleró imprevistamente? ¿Por qué este giro en la actitud de quienes hasta ahora habían aportado tanto al sostenimiento amarillo? La respuesta tiene nombre y apellido: Elisa Carrió.
¿Por qué este giro en la actitud de quienes hasta ahora habían aportado tanto al sostenimiento amarillo? La respuesta tiene nombre y apellido: Elisa Carrió. Ignacio Zuleta la define como la ISO-9000 que el ex alcalde porteño logró respecto de la sociología no peronista
El periodista Ignacio Zuleta dedica usualmente especial énfasis a la fortísima gravitación de la diputada chaqueña en el ajedrez político criollo, que va más allá de los sufragios que cosecha cada vez que compite, y por ende de los espacios formales que maneja. En su libro de reciente aparición, Macri Confidencial. Pactos, Planes y Amenazas, en el que relata la génesis del actual oficialismo, la define como la ISO-9000 que el ex alcalde porteño logró respecto de la sociología no peronista, tras años de vacilar en cuanto a su proyección federal. En un principio, conviene recordar, planeaba esperar a que los disidentes del kirchnerismo, huérfano de candidato taquillero, corriera a sus brazos. En definitiva, fue gracias a que Carrió le levantó la barrera del paraíso del moralismo republicano que el líder de PRO unificó la totalidad del rechazo más duro a CFK alrededor de una arquitectura bien aceitada con radicales.
Bastó, pues, que la jefa de la Coalición Cívica protestara por escrito contra la propuesta macrista de modificación del órgano de fiscales para que, casi de inmediato, y en yunta, anunciaran que retiraban el respaldo prometido a ese dictamen Miguel Ángel Pichetto, gerente del peronismo senatorial –donde, pese a pataleos, se mantiene unido–; y Massa, fiel de la balanza en Diputados. Y para que Macri diera la instrucción de reabrir esas paritarias, contemplando los señalamientos de su socia. A quien esta vez no le hizo falta arrastrar cámaras hasta el living de su casa para montar uno de sus clásicos stand ups de escándalo melodramático. Como para tomar nota de la relevancia que importa su opinión. No es la primera vez que marca límites a su gobierno, algo que el radicalismo no ha siquiera intentado. Y eso que, a diferencia de ella, controla gobernaciones, intendencias y mayor cantidad de bancas en todos los niveles institucionales. Notable.
Lo que se vio, entonces, fue una reproducción a escala pequeña de la interacción de los enrevesados equilibrios que en 2015 operaron a favor del arco no peronista. Tiranteces que nunca estarán quietas por completo, las paces que se firman son siempre provisorias. Si Macri recién pudo ir a la caza de los votantes de Massa una vez que blindó el universo representativo tradicional de su consorcio, hoy no puede ni soñar con negociaciones con la oposición si su casa está en desorden. Sencillo: ¿se caía el proyecto de ley de Ministerio Público con las bancas que Carrió podía mover en contra? Ni cerca. Su poder de fuego, se reitera, es cualitativo, no cuantitativo.
Hacia adentro de su rancho, tiene con qué dañar el aura de pureza del Presidente, insumo crítico de su construcción, porque ella ejerce el rol de dadora de esos certificados en la vida pública argentina. En relación a los adversarios, porque mal podría reprochárseles retacear un acompañamiento que incluso algunos oficialistas no dan.
¿Todo esto predice que se terminó la cuerda del artefacto macrista? En absoluto. Las razones que organizaron su triunfo no han sido todavía lo suficientemente lastimadas por el pobrísimo rendimiento de su gestión. Pero estas polémicas permitieron radiografiar con claridad las estrecheces con que debe lidiar. Carrió, más allá de su discurso, no se retobó con el expediente de Gils Carbó por pruritos constitucionales, sino porque el sector de tribunales y de inteligencia que se referencia en ella salía perjudicado en la distribución de cargos del orden que alumbraría tras esa enmienda. El problema es cómo seguirá Macri seduciendo a todos los que hasta ahora le han dado una mano, que son bastantes, si pierde el control del otorgamiento de incentivos.
Eso sí: las elecciones, se dice, siempre son más bien perdidas por los gobiernos que ganadas por las oposiciones. Pero hay que matizar la afirmación. Si bien el kirchnerismo había llegado desgastado al duelo de 2015, ahí estuvo el fino tejido cambiemista para aprovechar la oportunidad. Algo que, a casi un año del balotaje, sigue ausente en el peronismo.
Si CFK acierta, y su herencia está muy lejos de ser pesada, ¿qué mejor argumento que ése para no apostar todas las fichas del retorno a un caos que, en ese marco, y pese a todo, tardará en llegar?