Por Pablo Papini
¿Impactará o no en Argentina el triunfo de Donald Trump en EEUU? Es posible anticipar algunas consideraciones. Posibilidades más que firmes salvo que se modifiquen los términos de ese debate. El tiempo dirá si las dinámicas actuales (la local norteamericana y la global) reaccionan en función de corregir o, por lo menos, morigerar el impulso de vientos que amenazan con imponer sus condiciones. Pero está claro que esta elección presidencial estadounidense atrapó miradas aquí como hace rato no se veía, y resulta interesante analizar las razones de semejante expectativa.
En su columna de hace una semana en el diario Clarín, Marcelo Bonelli atribuyó al titular de la UIA y director ejecutivo de Arcor, Adrián Kaufmann Brea, la siguiente frase acerca de la novedad: “Ahora los plazos se extendieron. La reanimación económica podría empezar a fines del próximo otoño.” El segundo semestre finalmente llegaría, sólo que con doce meses de retraso. Escribió asimismo que la irrupción de Trump genera “inseguridad y temor, lo cual retarda cualquier proceso de inversión (…) la transición frena toda decisión en Washington” (sic). La sola incertidumbre alcanza para conmover varios cimientos que quedaron desnudos en su fragilidad.
Es gracioso ver cómo reman discursivamente desde hace quince días quienes hasta entonces alertaban al planeta por los peligros de una hipotética victoria de Trump. Ahora aseguran con idéntica convicción que la sistémica le impedirá cumplir con sus promesas de campaña.
Sucede que un comicio norteamericano definido por su antigua clase obrera industrial en rechazo del establishment de aquel país, como han consignado los análisis geográficos de ese voto, representa un cimbronazo de proporciones para las relaciones de fuerza que allí se dibujan, con obvias repercusiones internacionales por el peso de EEUU en el equilibrio geopolítico. Para más, se inscribe en una tendencia de repudio a la política partidaria tradicional, que excede en mucho a la primera potencia mundial. Ahí están para atestiguarlo el Brexit y las dificultades que atravesó España por alrededor de un año –dos citas a las urnas mediante– para formar gobierno. Y siguen las firmas. Eso ya de por sí implica un llamado de atención para Mauricio Macri, uno de cuyos lemas es el “retorno al mundo”. A qué mundo quiere (o cree) regresar, cabría preguntarle.
La derrota de Hillary Clinton permite adelantar un balance del año inaugural de Macri en Casa Rosada
Tanto Daniel Scioli como Cristina Fernández procuraron leer más allá de las particularidades personales del nuevo primer mandatario estadounidense. El ex gobernador bonaerense le dijo el lunes a Marcelo Zlotogwiazda, consultado que fue al respecto, que sería bueno poder decir que no se depende de resoluciones foráneas. Antes había hecho hincapié en que el pueblo norteamericano se pronunció, más que en aval al Partido Republicano, contra las consecuencias desgraciadas que para ellos trajo la globalización –que EEUU prácticamente inventó–. La Presidenta lo siguió en esto último: es lógico, ella entrevió buena parte de estas complicaciones durante su ciclo en Balcarce 50, y por ello diversificó el menú de ligazones exteriores de Argentina, rumbo que aceleró al confirmarse el fallo de Thomas Griesa a favor de los fondos buitre.
Esa sentencia, que puso en juego las capacidades estatales de nuestro país para planificar su desarrollo, no la tomó mal parada, sino con lazos ya tendidos hacia Rusia y China como alternativa a la que acudir frente a la embestida. Andrés Malamud afirma que ésa fue una lectura acertada en cuanto a los peligros del esquema hegemónico global, pero no en relación a las oportunidades que aún brinda. Tal vez CFK haya apurado el reloj histórico, se verá cuando Trump ande.
En cualquier caso, la derrota de Hillary Clinton permite adelantar un balance del año inaugural de Macri en Casa Rosada. Lo más sencillo sería hablar del amateurismo del equipo diplomático, que ofició casi de puntero de la postulante demócrata, lo cual no sólo es desaconsejable políticamente –por el riesgo de que gane otro candidato–; también es cuestionable desde la legislación internacional, que estipula abstención en lo que hace a asuntos domésticos ajenos. Igual que en el expediente tarifario, todavía irresuelto, se vuelve a demostrar que en Cambiemos funcionan mejor sus alas más subvaloradas: la política (Emilio Monzó, Rogelio Frigerio), que se ha cansado de sacar leyes en 2016; o la cartera de Carolina Stanley, quien transita en relativa calma el deterioro social armado por su jefe. Todo lo contrario ocurre con aquellas áreas que el relato PRO reivindica, y en las que no se preveía ruido (Economía, Cancillería): las que manejan, en lenguaje amarillo, “los técnicos” (Susana Malcorra es ingeniera).
Macri se esmeró en predicar que, una vez hechos los deberes, sólo habría que sentarse a esperar que llovieran dólares. Ese diseño hoy tambalea porque encaja en un clima internacional enrarecido
El Presidente ató su suerte, por voluntad propia, a procesos que no conduce. El gobierno nacional, mientras trama piruetas desesperadas para enmendar los papelones de su apuesta previa, reza a la fracción republicana moderada para que limite a su líder. La nueva política, que venía a comerse a los chicos crudos con la solvencia del management, termina prendiéndole velas a lo que alguna vez fue amistad entre Macri y Trump, y a que el magnate olvide viejas y recientes bravuconadas del ex alcalde porteño: soberanía política, no.
No es seguro que la tasa de interés norteamericana vaya a aumentar, pero es indiscutible que luego de estos once meses Argentina está más expuesta que otrora a los dramas que pueden venir a través de canales de transmisión (de daños) a los que Macri la revinculó: endeudamiento, desregulación financiera y renuncia a estimular actividades productivas naturalmente no competitivas (a las que mandan a “reconvertirse” y “ponerse a dieta”). Además, su única idea de infraestructura, el famoso Plan Belgrano que de todas formas nunca comenzó, necesita de la concreción de la Alianza del Pacífico, sucesora del malogrado ALCA. Trump ganó despotricando contra ese tipo de tratados: independencia económica, tampoco.
Macri se esmeró en predicar que, una vez hechos los deberes, sólo habría que sentarse a esperar que llovieran dólares. Ese diseño hoy tambalea porque encaja en un clima internacional enrarecido. En el mejor de los casos, hasta que todo se calme, así sea para preservar el statu quo, habrá desperdiciado más de un cuarto de su gestión. Y no se nota que esté pensando en opciones al trazado original.
El cambio que auguraba restaurar el pluralismo se descubre en realidad bastante dogmático.