Las encuestas dan resultados muy equilibrados en los comicios a la Knesset (Parlamento), adelantados a tres semanas antes de la Pascua judía, símbolo de la fiesta de la libertad, mientras un clima de violencia enrarece cada vez más la vida diaria en Israel.
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En una Cámara de 120 escaños, el partido de Benjamín Netanyahu, el Likud, superaría justo los 21 diputados, y la Unión Sionista (alianza de laboristas y Hatnuah – El Movimiento – de Tzipi Livni) una cifra similar. El resto de partidos o coaliciones se mueven en una franja de 4 a 13 diputados. El ganador está en manos del 17% de indecisos, pero nadie logrará la mayoría absoluta.
Las sorpresas pueden surgir en la elección directa del primer ministro por los diputados de la Knesset y en la formación de un imprescindible gobierno de coalición. Netanyahu abre heridas en el centro y teje adhesiones en la extrema derecha; se entromete en la política de Estados Unidos; mete miedo con la amenaza iraní y aguanta – duro y altivo – las acusaciones de haberse gastado en su casa 800.000 euros. Sin embargo, más del 50% de la población no puede alquilar un piso (en torno a 2.600 euros), con un salario medio de 1.600 euros, ya que los precios se han incrementado en los últimos cinco años, y el coste de compra es de 565.000 euros para 50 metros cuadrados en Tel Aviv.
La alianza en el centro izquierda puede ganar por muy poco, pero su líder Isaac Herzog no tiene suficiente carisma y es un hombre del sistema (hijo de un presidente anterior). No convence a todos los simpatizantes socialistas, que reclaman un cambio amplio de figuras políticas. Livni tiene energía (fue ministra de Asuntos Exteriores y de Justicia), pero suele ejercer de tránsfuga si puede ocupar una cartera ministerial.
Israel cuenta con una circunscripción única, de representación proporcional, en la que los candidatos representan a los partidos o coaliciones nacionales y no distritos electorales.
a fragmentación política se debe a que la mayoría de los ocho millones de habitantes de Israel defienden cada uno por su cuenta su forma particular de cultura; vivencias; religión; historia; según sus identidades singulares; interpretación de las leyes y del mismo judaísmo la Torá o ley religiosa y hasta los intereses individuales de cada uno de sus líderes.
Son nacional-religiosos; rusos israelíes; nacionalistas puros; colonos extremistas; nacionalistas liberales; laboristas; izquierda progresista; árabes-palestinos y religiosos judíos ortodoxos, que siguen las enseñanzas de uno y otro rabino, sean sefardíes (de Oriente o de la orilla sur del Mediterráneo y hasta de Sefarad o la vieja España) o askenazíes (históricamente, procedentes de Occidente). Sostienen a su propio grupo político o pretenden influir en las que apoyan.
No obstante, el umbral mínimo para que un partido esté en la Knesset es del 3,25 de los sufragios emitidos. Este porcentaje subió del 2% para evitar que los partidos árabes lograran escaños. La reacción árabe (casi el 20% de los 8 millones de habitantes de Israel) ha sido esencial. Han olvidado sus diferencias y han configurado una Lista Árabe Unida de cuatro partidos: Raam, Ta’al, Balad y Hadash (desde el partido comunista judeo-árabe a un movimiento islámico). En esta candidatura se presenta la diputada nacionalista árabe Haneen Zoabi, muy conocida en el Parlamento por sus protestas contra las leyes excluyentes de los árabes palestinos. Se les adjudican de 10 a 12 escaños o más, si procuran que acuda a votar un mayor porcentaje de árabes-palestinos con pasaporte israelí. En 2013 votaron un 56% y ahora esperan una participación del 62%. Le apoya Avraham Burg, un judío religioso que fue ex presidente de la Knesset y presidente de la Agencia Judía y de la Organización Sionista Mundial, que publicó un artículo sobre la desaparición del sionismo. Se oponen a un Estado de Israel sionista; es decir, solo de ciudadanos judíos. La división del voto en general y, al contrario, su unidad electoral permitiría al laborista Isaac Herzog llegar a la jefatura de Ejecutivo. Así lo ha manifestado la lista unida.
Mediante estas elecciones anticipadas, Netanyahu – como un nuevo salvador – ha optado decididamente por defender una política de seguridad fuerte.
En concreto: continuación de la construcción de asentamientos (otros 450 edificios previstos); más presencia militar y policial para reprimir las protestas; ninguna negociación verdadera con la Autoridad Nacional Palestina y la intención de proclamar de iure que el Estado de Israel equivale al Estado Nacional Judío. Esto significaría la imposibilidad de regreso de los refugiados palestinos y la marginación completa o hasta expulsión de las poblaciones palestinas. Igualmente, la anexión definitiva de entre un 40% al 60% de Cisjordania. Jerusalén ya lo fue en 1980 y ahora el gobierno intenta que la abandonen los árabes y cristianos para que nunca sea también capital de un Estado palestino. Le acompañan en estas exigencias – separados en los comicios – la extrema derecha (Israel Beitenu, Israel Nuestra Casa, del ruso laico Lieberman – en horas bajas por su prepotencia, negocios sucios y la emergencia de una izquierda en su partido – y Naftali Bennet (de Habayit Hayehudi, Hogar Judío). Esta formación nacional-religiosa intensificará la seguridad si entra en el nuevo Gobierno la diputada Ayelet Shaked con su propuesta de “Ley y Orden”: actuar con puño de hierro ante los disturbios. Netanyahu no dudará en pactar con ellos para conservar el poder.
El centro y la izquierda también son sionistas. Subrayan que Israel es el Estado de los judíos, pero no solo de ellos, como al menos se cita en la misma declaración de independencia de Israel el 14 de mayo de 1947. En la práctica, es cierto que derecha, centro, izquierda y religiosos tienen una idea común, a pesar de los matices y los tiempos (sobre todo en las negociaciones): Estado y territorio judío y la hegemonía regional de Israel.
La decena de diputados que consiguen los partidos estrictamente religiosos (Shas y Judaísmo de la Torá) suelen ser claves a la hora de lograr un gobierno duradero, porque la suma de los partidos gubernamentales no basta para ser mayoría parlamentaria. Precisamente, las ambiciones personales; los problemas de corrupción; las tensiones en el reparto de su presencia todopoderosa en Jerusalén; la influencia en las costumbres y en las leyes; las interpretaciones religiosas diferentes y la distribución de las subvenciones a los yeshivot (escuelas de la Torá y del Talmud) han enfrentado todavía más a estos movimientos. Su división política es una señal de las disputas entre ellos. Al margen de Judaísmo de la Torá (askenazíes), rabinos del Shas (judíos sefardíes), entre ellos Yoram Arbegel, han desplazado su apoyo a una nueva facción, Yahad, de Eli Yishai, anterior dirigente del Shas, implicado en su día en asuntos económicos turbios. El rabino Arbegel dirige una gran red de kolels (yeshivas para los hombres casados), Kol Rina-Rav Pea´lim, donde estudian 2.500 varones de una comunidad que llega a las 150.000 personas, que incluyen a los sionistas religiosos y a los que se definen como masoratim (tradicionales), pero no ortodoxos. Alguno de estos grupos puede tener la llave para que Bibi Netanyahu agrupe a 61 diputados de diferentes partidos y pueda disponer de un Ejecutivo más sólido que lo habitual.
La Unión Sionista puede conseguir más escaños porque ofrece un programa electoral con mejoras en los derechos sociales, especialmente en el acceso a la vivienda y en la precariedad laboral de la juventud (el 12% en paro). En sus filas se encuentran algunos de los líderes de las movilizaciones sociales en 2011 en Tel Aviv: Stav Shaffir (29 años) e Itzik Shmuli (34 años). La realidad es que en un Israel crecido económicamente, algunas desigualdades son insultantes. El empobrecimiento alcanza al 22% de la población (menos de 585 euros y 963 una pareja; 1,76 millones de personas, entre ellas 800.000 niños). Muchos son árabes-israelíes y judíos ortodoxos haredim (los temerosos de dios). Un administrativo gana 820 euros de media y 50.000 supervivientes del Holocausto apenas reciben 562 euros de pensión. Sin embargo, al estilo de los oligarcas rusos, el primer magnate de una decena de familias posee un patrimonio de 5.200 millones de euros y el décimo, 1.100 millones.
Las posibilidades de dirigir Israel dependerán de la capacidad que tengan los políticos más votados de establecer una coalición perdurable en una sociedad dividida, enfrentada y crispada. También con un racismo ascendente: el pasado noviembre, extremistas incendiaron la escuela Max Rayne, el único centro escolar bilingüe hebreo-árabe. En sus paredes había pintadas como “no puedes coexistir con un cáncer” o “muerte a los árabes”.
La incertidumbre en el futuro procede de un presente inestable. Hasta el punto de que algunos hablan de un gobierno de Unión Nacional. Un obsesivo Netanyahu no quiere ceder el cargo.
Fuente: Redo
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