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Los triunfos electorales de los presidentes de los países hermanos – Bolivia, Brasil y Uruguay – renuevan el optimismo en que la definitiva liberación de América Latina es posible. En momentos en que en el mundo crece la desigualdad social entre los más ricos y los más pobres, América Latina se fortalece en el intento de quebrar esa realidad.
La relevancia política de los triunfos de Evo, Dilma, Tabaré (aunque deba enfrentar el ballotage todavía), no reside en victorias electoral descontextualizadas. Lo importante reside en lo que implica y significa la continuidad de años de gobiernos populares, como los son también los de Argentina, Venezuela y Ecuador.
Para pensar estos triunfos es importante remarcar que los presidentes electos ganan en condiciones mundiales no precisamente favorables para las economías locales, aunque las mismas muestran ser bastante más sólidas que las de los países centrales si tomamos como indicadores los niveles de crecimiento económico o empleo, por ejemplo. Se remarca esto porque desde el liberalismo económico y la derecha conservadora se llegó a explicar las victorias y aciertos de los gobiernos latinoamericanos de los últimos años por fortuitos “vientos de cola” de la economía mundial. Incluso, en el caso de Brasil, fueron muy recientes las protestas que se suscitaron en el país durante el Mundial de fútbol, que demostraban un descontento social muy grande, demandando mejoras económicas y sociales. Con este antecedente y todo, Dilma obtuvo más del 51% de los votos. Quizás se pueda pensar que la población brasileña, aunque disconforme, no confía en que un cambio en términos de signo político – partidario, responda a sus demandas. Quizás se pueda pensar que a estas demandas populares sólo pueden responder gobiernos populares.
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La apuesta es que los pueblos tomen estas conquistas sociales como un piso y no como un techo en el camino de la soberanía, la justicia, la libertad y la equidad, individual y colectiva.
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Se pueden desprender muchos intentos explicativos del hecho que luego de más de una década, en muchos de los países latinoamericanos, continúen revalidándose en las urnas y por voto popular gobiernos de igual signo político. Lo que sin dudas expresa el momento histórico es que los opositores a estas políticas inclusivas y redistributivas vigentes en nuestra América, no logran generar consensos y respaldos en la población para que este rumbo cambie. Dicho así parece algo obvio pero no lo es tanto: uno de los aciertos de estos gobiernos, es el de desenmascarar día tras día los proyectos anti populares de la derecha en todo el continente. No alcanza con acertar en las propias políticas de gobierno sino, que también es crucial saber identificar primero y saber transmitírselo a la población, cuál es el enemigo político y por qué lo es. Si las sociedades de América Latina desde hace 10 años no eligen cambiar el rumbo político es porque en definitiva entienden que no estarían mejor sus condiciones de vida con otro proyecto político.
La apuesta es que los pueblos tomen estas conquistas sociales como un piso y no como un techo en el camino de la soberanía, la justicia, la libertad y la equidad, individual y colectiva. Este camino sólo puede transitarse en unidad, integrados como continente, porque los enemigos también son comunes: las corporaciones financieras, por mencionar alguno. América Latina debe mirar afuera desde adentro, debe mirar al mundo desde América Latina, no desde Argentina, o Brasil o Uruguay. Por eso importancia de organismos como Unasur, Mercosur, Celac, etc. Pero más importante que la existencia de los mismos es la decisión de las y los mandatarios regionales de llenar a los mismos de contenido político y de otorgarle la importancia que implican. En este sentido es que renueva el optimismo en que una definitiva independencia es posible, en tanto y en cuanto América continúe este rumbo trasformador, redistributivo, inclusivo y cada vez más justo.
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