Maurizio Macrì dijo en campaña que le sería fácil bajar la inflación. No mintió: en efecto, el del alza de precios es un desafío simple. Cuando hacía referencia a ello, el ahora presidente de la Nación no lo articulaba con los niveles salariales y de empleo. Haciendo abstracción de tales conceptos, pues, es perfectamente posible coincidir con él. De hecho, Domingo Cavallo construyó la única década de nuestra historia sin inflación en un santiamén. Es cierto que al cabo de ese experimento Argentina estalló en su peor crisis en términos de pobreza, desempleo e indigencia, pero no son esos asuntos que preocupen a las canteras que forman cerebros como los del ex ministro de Economía de Carlos Menem y Fernando De La Rúa.
Paolo Rocca se quejó, en el año 2012, de que pagaba aquí por un obrero metalúrgico el doble que en México y el triple que en Brasil, donde también tiene radicadas inversiones.
Haga memoria el lector: ¿escuchó o no en los últimos tiempos alabanzas a otros países de la región latinoamericana por sus éxitos en materia inflacionaria, a diferencia del populismo chavista/kirchnerista? Es indisociable esa cantinela de la queja del italiano.
La inflación, así las cosas, no es un debate principal, sino derivado de otro, mucho más profundo y complejo: la redistribución de la riqueza que el Estado debe operar sobre la asignación de recursos que inicialmente efectúa el mercado. No es casual que la etapa de mayor regresividad para los sectores asalariados haya sido, a la vez, aquella durante la cual los precios llegaron incluso a rango deflacionario. El segundo síntoma que expresa las tensiones de ese litigio es el frente externo, que en Argentina, debido a cuestiones estructurales de su esqueleto productivo, histórica y cíclicamente se estrecha cuando los ingresos populares atraviesan fases de expansión. El período 2003/2015 no fue la excepción.
La serenata más cantada es sobre la inflación: “el impuesto más perverso, porque es el que más perjudica a los pobres”, se repite agotadoramente, de derecha a izquierda. Como si existiera algo en el capitalismo que no causara relativamente mayor daño a los más necesitados. Pero eso se arregla con negociaciones salariales que recompongan, como ocurrió en los últimos doce años. De la restricción externa se habla bastante menos. Más aún: casi no fue puesta en discusión en 2015, y eso que se trata del peor dilema que enfrenta la economía nacional en el presente. Sin embargo, es más efectiva en cuanto a finiquitar gobiernos se refiere. No falla: cada vez que un presidente se seca de dólares, se acaba.
La inflación, así las cosas, no es un debate principal, sino derivado de otro, mucho más profundo y complejo: la redistribución de la riqueza que el Estado debe operar sobre la asignación de recursos que inicialmente efectúa el mercado
El kirchnerismo duró más que sus predecesores en ese brete porque su desempeño social fue sensiblemente superior, porque –si bien insuficiente– hizo más por transformar la matriz exportadora, porque los precios de los commodities ayudaron a estirar los plazos, porque no apretaron urgencias de otrora a raíz del desendeudamiento que se propuso casi obsesivamente y, en definitiva, porque su decisión política de dar pelea en todas las arenas constituye en sí misma una singularidad desde el primer peronismo.
Pero, finalmente, de todos modos chocó contra ese límite: la derrota de Daniel Scioli fue concomitante con la escasez de reservas en el Banco Central, y el cepo consecuente.
El peronismo emprende la controversia por su rediseño interno mientras esas rajaduras arquitectónicas siguen vigentes. Por su fracaso en resolverlas, como diría Máximo Kirchner, “con la gente adentro”, vino otra fuerza política que no tendrá ningún problema en dejar afuera a cuantos haga falta para que los balances cierren. Es la doctrina de la CEOcracia.
Volviendo, entonces, al principio: complicado es bajar la inflación cuidando en simultáneo niveles salariales y de empleo. Estos laberintos convocan a eludir la confusión entre la autocrítica que necesariamente se debe el kirchnerismo desplazado, de la mimetización con Macrì, cuando la agenda en curso va dejando en el camino un grueso tendal social a representar. De todos modos, conviene no simplificar: sería sencillo enfocarse sólo en la masa de desposeídos que costará el cambio amarillo. Pero la resolución del drama de la restricción externa de la que se dispararon como en bola de nieve todos los fundamentos de la caída impone un abanico mucho más amplio que uno meramente clasista.
Empezó a correr con fuerza el rumor de un inminente enroque en el gabinete: Carlos Melconian reemplazaría a Alfonso Prat Gay en Hacienda y Finanzas. Porque el gradualismo (sí, así lo llaman) del ex presidente del BCRA no termina de convencer…
A un gobierno liberal nunca le funciona otra cosa que el shock, pues para lo otro hace falta un grado de interlocución con los actores de la trama socioeconómica del que carece. Y además, no llegaron hasta acá solo para eficientizar y emprolijar un statu quo, sino para ensayar una vuelta de campana. Su política no es por ahí sino con el protocolo de actuación de fuerzas de seguridad de corte represivo con que esta semana la ministra del área, Patricia Bullrich, suplantó al que en 2011 había elaborado su antecesora Nilda Garré, que garantizaba el derecho a la protesta social. Es el sinceramiento de lo que están esperando como reacción.
Empezó a correr con fuerza el rumor de un inminente enroque en el gabinete: Carlos Melconian reemplazaría a Alfonso Prat Gay en Hacienda y Finanzas. Porque el gradualismo (sí, así lo llaman) del ex presidente del BCRA no termina de convencer…
La radiografía detallada que el domingo pasado Horacio Verbitsky ofreció en Página/12 del equipo de asesores de Macrì, que es en realidad la caratula del nuevo bloque de poder que está emergiendo. El Estado atendido por sus propios dueños, que ya no van por la vía de la presión o la cooptación de los presidentes, sino que han tomado las cosas en sus manos. Sobran obreros y beneficiarios de AUH allí, pero no sólo eso. La mejor contradicción con los vientos que soplan, en ese entendimiento, es la reedición de un frente que reúna, solo para comenzar, a empresarios locales, que los habrá lastimados en breve, y trabajadores.
Si hasta se sirve en bandeja el capítulo de los fondos buitre, y el subsiguiente reendeudamiento externo, como para que el planteo de la causa nacional reverdezca.
Parece una perogrullada: a fin de cuentas, esto fue siempre el movimientismo peronista.