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El reciente revuelo que generaron las modificaciones en el método de evaluación para el nivel educativo primario dispuestas por el Ministerio de Educación de la Nación y llevadas adelante, en primer instancia, por la Provincia de Buenos Aires, permiten reflexionar sobre la congruencia de algunos posicionamientos sobre la sociedad a la que aspiramos y las formas en que queremos construirla.
El debate se instaló sobre si “flexibilizando” o “suavizando”, como se calificó a la reforma, las formas de evaluación no se estaba desalentando el esfuerzo de los estudiantes y con esto su posterior “fracaso” educativo. Desde el Estado, lo que se responde, desde Nora de Lucía hasta Alberto Sileoni, es que no se desalienta el esfuerzo sino todo lo contrario. Lo que se plantea es una forma de evaluación que sea transversal y de continuidad y no solo la “foto” de un examen, además de modificar el “boletín” agregando un seguimiento mas cualitativo de la evolución del alumno y no solo cuantitativo a través de las notas.
Más allá de las discusiones más “técnicas” o desde una visión pedagógica que puede suscitar el tema, lo notable es la premisa de fondo que subyace: si funcionamos como sociedad a través de los castigos o a través de los premios. Lo claro es que la balanza, últimamente, en el discurso público, se inclina más para el lado de los castigos y nada para el de los premios.
El respaldo a los “castigos” – ejemplificados en los aplazos, repitencias, señalamientos y expulsiones – pareciera que le está ganado terreno a los “premios” – como lo son los incentivos a través de formas inclusivas, de socialización y de acompañamientos en el transcurso del aprendizaje. Como si los castigos condujeran indefectiblemente al éxito o a la superación.
Una analogía de esto puede pensarse en materia de seguridad pública. Los discursos punitivos, de mano dura, de aumento de penas, etc. desbordan en las agendas mediáticas y nada de aire o de líneas de periódicos se otorga a los debates sobre las posibles formas de resocialización de las personas que delinquen. Sólo basta recordar el apartamiento de su cargo del Jefe del servicio penitenciario federal, luego de que se condenara mediáticamente sus formas de gestionar más proclives a focalizar en la resocialización de los detenidos, para ver cómo gana terreno la “patria del castigo”.
En los últimos años, se ha demostrado que desde el Estado con incentivos sociales, económicos y culturales se ha progresado muchísimo como sociedad: en términos de índices económicos y sociales, pero también en cuanto a vínculos sociales. ¿Por qué, entonces, dar lugar a posicionamientos que bregan cada vez mas por un estado cada vez más represivo?.
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